El actor cangués Miguel Ángel Blanco, también conocido como Mighello, pasó un verano especial en 1996: "A mi grupo de amigos se nos dio por hacer el descenso del Sella con balsas de playa en lugar de piraguas, en plan cachondeo".

"Unos colegas ya habían estado y nos habían comentado que todo estaba lleno de gente, era una fiesta de la leche... Pero el pueblo estaba vacío cuando llegamos en los coches. Fue muy gracioso cuando vimos el cartel, 'descenso el 7 de agosto', y nos dimos cuenta de que faltaba una semana. Las caras se nos quedaron desencajadas", recuerda el intérprete.

Era año de Juegos Olímpicos, los de Atlanta (EEUU). Aquella antorcha olímpica la entregó Muhammad Ali, ahora que se está hablando tanto de 'boxeo'. También perdura el recuerdo terrible de que durante aquella competición una bomba se llevó la vida de dos personas y cobró 110 heridos.

Y como los deportistas estaban al otro lado del charco, el evento del Sella fue retrasado un semana. Eran tiempos sin Internet ni móviles, solo se podían haber percatado del cambio a través de los medios de comunicación de la época, y no lo hicieron.

Llevaban ropa para un par de días. Los percances se sucedieron, llegó la lluvia y se inundó su tienda de campaña. Fue un verano de inundaciones. De hecho, ocurrió una verdadera catástrofe en Biescas (Huesca). 86 personas perdieron la vida en una riada.

Mighelho y sus amigos se duchaban y lavaban su ropa interior en las fuentes de los caminos. Luego la ponían a secar en las ventanillas de los coches.

"Mucho calzoncillo del derecho y del revés, cada uno se apañaba como podía, había quien se esforzaba más y quien le importaba menos", reconoce el actor.

Tuvieron que buscar cabinas para avisar a sus familias de que estaban bien, y aprovecharon para completar la ruta del Cares, en el Parque Nacional de los Picos de Europa, o jugar al fútbol descalzos por los campos de por allí.

"Fue una semana por Asturias maravillosa, y el descenso también. Salimos por la mañana a las 6, los piragüistas tardaron un poco más de una hora en bajar, nosotros ocho", declara entre risas.

Eran 7, entre compañeros de la Facultad de Informática y amigos de Cangas. 4 bajaron en una balsa y 3 en la otra. Para hacerlo más llevadero, se picaban por tramos, "de aquí a aquel árbol", "hasta aquella roca", remaban y remaban a ver quién llegaba antes. Alguna vez se quedaron dando vueltas en círculos por la corriente. Por el camino, también hicieron pequeñas paradas para comerse alguna manzana y bocadillos mojados.

En la llegada del descenso hay un puente por donde la gente pasea y espera a los piragüistas, y no daban crédito cuando los vieron llegar, mejor tarde que nunca, con aquellas dos balsas, y les aplaudieron.

"Todo se convirtió en una cosa totalmente distinta de lo planeado, y eso es precisamente lo divertido, ese toque impredecible, que el viaje se reinventara, decidiera ser lo que quería y nosotros nos dejáramos llevar. La improvisación es una maravillosa aventura constante", declara el actor, que va recuperando una a una las anécdotas de su odisea. En las fiestas de Arriondas, hasta el amanecer, uno de sus amigos iba a escanciar la sidra y se le cayó en la cabeza.

"Recuerdo que llovía y me entraron ganas de ir al baño. Entonces salí de la tienda de campaña buscando un sitio (a la lluvia) en el que hacer de vientre. Sin darme cuenta de que allí había ortigas, que me 'ortigaron' el culo. Y entonces, por si fuera poco, llegó mi amigo a inmortalizar el momento", recuerda con humor. Aún conservan la foto, y comentan lo que ocurrió aquel verano de 1996 cada vez que se reúnen. Una de las balsas se pinchó en el trayecto. Volvieron al Corte Inglés, defendieron que estaba pinchada, y les devolvieron el dinero.

Solo durmieron una noche en cámpings de pago. Eran estudiantes, muchos no tenían ni tarjeta de crédito y habían llevado dinero en metálico solo para dos días. "Acampamos como pudimos, recuerdo que una noche dormimos en las gradas de un estadio de fútbol", asegura el actor. A veces dormir no era nada fácil. "Uno de nuestros compañeros roncaba como un caballo, y le envolvimos con las tiendas de campaña para amortiguar el ruido", asegura Miguel Ángel.

Se vieron obligados a prestarse dinero, gastar lo mínimo y coger fruta de los campos, aprovechando para recorrer toda la zona. "En cada lugar, una experiencia", concluye.