El "corta y pega" genético, la técnica denominada CRISPR, que permite modificar fácilmente el genoma de cualquier ser vivo, va a cambiar nuestro mundo. Y este verano hemos visto hasta qué punto. A principios de mes, se conoció que científicos de Estados Unidos, Corea del Sur y China habían logrado eliminar por primera vez en embriones humanos los genes que transmitían una dolencia, en este caso la miocardiopatía hipertrófica, la causa genética de la muerte súbita. Era la primera vez que se modificaba, sin ocasionar otros efectos secundarios nocivos, una "semilla" humana, lo que nos permitiría perpetuar ese cambio de generación en generación. Esto sembró la alarma en algunos científicos. Los embriones del experimento fueron destruidos, pero hubo quien advirtió que ese trabajo contraviene el llamado "Protocolo de Oviedo". Así, por ejemplo, lo indicó en un artículo para la agencia SINC Lluis Montoliu, investigador y miembro del Comité de Ética del CSIC, quien subrayaba que ese protocolo ético-científico suscrito en 1997 en la capital asturiana (no por China, EE UU y Reino Unido) prohibe transmitir las modificaciones genéticas a la descendencia y crear embriones humanos para la experimentación, como fue el caso.

La edición genética está cambiando radicalmente nuestro modo de mirar la medicina. Este verano también, hace sólo una semana, se conoció que gracias a esta técnica se había eliminado la presencia de retrovirus endógenos en una camada de lechones. Este cambio genético viene a ser como encontrar la llave que permitiría utilizar órganos de cerdo (con el que los hombres compartimos más del 90% de los genes) para transplantes humanos. Esos elementos virales dormidos en el genoma del cerdo pueden activarse en contacto con las células humanas y hacer incompatible el transplante. Un equipo del laboratorio eGenesis de la Universidad de Harvard logró esa supresión, que ya se había hecho a nivel celular, en unos organismos vivos. Y así mostró al mundo un grupo de tiernos lechones como los que, en un futuro, podrían criarse para abastecer el siempre necesitado mercado de órganos humanos.

En este verano de gloria del "corta y pega" de genes la última noticia acaba de darla la agencia SINC, que cuenta cómo dos equipos de la Universidad Rockefeller y otro de varias universidades (Nueva York, Pennsilvania, Arizona y Vanderbilt), todas en Estados Unidos, han dado un paso más han pasado de la modificación celular o del cambio de organismos vivos a modificar comportamientos sociales. Lo han hecho con las hormigas, manipulando genéticamente los huevos para que luego los individuos resultantes adquieran otro comportamiento que, a su vez, se transmita a la colectividad. Desactivaron un gen llamado "orco" (cuidado con el nombrecito, mucho miedo) que deja ciegas a las hormigas frente a las señales de feromonas que utilizan habitualmente para comunicarse. De esta manera, las hormigas se convierten en seres asociales que acaban errantes fuera del nido. ¿Se imaginan hacer algo parecido en seres humanos? Ya no harían falta antidisturbios ni "leyes mordaza" para impedir que la gente se una para salir a protestar. Un sueño. Algún ministro del Interior del siglo XXI podría decir: "El hormiguero es mío".