La fotógrafa viguesa Rita Ibarretxe lleva realizando en nuestra ciudad las exposiciones de Outono Fotográfico desde el año 2013, actividad que compagina con la enseñanza de Historia del Arte.Hoy recuerda aquellos tiempos cuando la alumna era ella.

Estamos en el verano de 1990. Ibarretxe casi había terminado ya la licenciatura universitaria de Geografía e Historia, y quiso ocupar su tiempo libre en algo constructivo, pero sin presiones. Los cursos de fotografía no eran algo corriente, pero la buena suerte hizo acto de presencia, y un amigo suyo encontró en un escaparate de la calle Cervantes un anuncio muy interesante: el fotógrafo Arturo Martínez ofrecía clases de fotografía para grupos reducidos.

Ibarretxe acudió al estudio de su futuro maestro. Era un piso antiguo, con el laboratorio en la cocina. Ya habían terminado la primera sesión, pero le dejaron incorporarse sobre la marcha. A Arturo no le gustaba dar clase, quizás lo necesitase en ese momento por circunstancias personales. Pero se encariñó con los cuatro y al final duraban muchísimo más de lo establecido en el horario. A las 16.00 horas llegaban al estudio, les enseñaba los tipos de cámara, su utilización, los objetivos? Y también cómo componer, las técnicas de laboratorio e incluso a revelar en color. Pasaban la tarde entera con él, y al terminar la jornada a veces paseaban buscando localizaciones para instantáneas, o iban a tomar un bocata en la zona del Churruca. También salían a hacer fotos por la noche: en la estación de tren, en Gran Vía con un trípode, a las luces de los carteles, los focos de los coches. La estación estaba vacía y daba juego para hacer dibujos con luces, o reflejar los antiguos relojes, iluminados sobre la antigua estación de Urzáiz. Esa temporada estival marcó lo que empezó siendo una corazonada, "algo que en principio te gusta pero no sabes a dónde te va a llevar." Después llegarían los cursos en Vigo y fuera de él, el título de la Escuela Superior De Artes Plásticas y Diseño Antonio Faílde en Orense?

Podemos suponer, que si el colmo de un jardinero es que te dejen plantado, el de una fotógrafa es vivir una experiencia tan reveladora como fue para Rita Ibarretxe el verano de 1990, algo que hizo sin que se lo mandara nadie, solo por pura atracción. Hasta entonces, era simplemente la encargada de las fotos en su casa, con una curiosa cámara (marca Yashica)que partía los negativos en dos. Todo era automático, darle al botón y tirar para adelante; registrar retratos y escenas familiares. "Cuando empiezas a aprender, profundizas y mejoras en cualquier cosa, percibes su verdadera dificultad", reconoce la autora.

El curso iba a ser de un mes, pero Arturo les preguntó si querían continuar y la respuesta fue contundente.

Ibarretxe encontró mucha empatía en él, "alguien a priori asocial y solitario, pero que encontró el placer de enseñar, a un grupo tan pequeño que seguramente no le salía económico. Todo el material nos lo daba él. Aprendimos incluso el sentido narrativo de la fotografía, su historia y mercado, la estética del encuadre..."

Ese sentido narrativo adquiere especial relevancia, al lanzarle a Ibarretxe la tan típica pregunta de si, en el siglo XXI, no puedeconseguir cualquier persona una gran fotografía: "Hoy hay móviles y cámaras muy ligeras que sacan imágenes cada vez mejores, y sí, cualquiera puede hacer una buena foto. Pero lo difícil es presentar un proyecto fotográfico alrededor de un concepto bien construido, coherente. En mi opinión personal, que puede ser debatida, lo que define al fotógrafo de talento es precisamente la capacidad de conjugar una serie de fotos alrededor de una idea personal. En cuanto al móvil, se trata de una herramienta igual de lícita que cualquier otra para sacar fotos. No me interesa la herramienta, es para mí un elemento más y no eliminatorio a la hora de tener en cuenta una posible exposción", matiza.

Arturo Martínez les daba un carrete de diapositivas al día y lo tenían que disparar a la mañana siguiente. Luego se llevaba a revelar y las proyectaban en clase por la tarde. Entre los alumnos siempre había un poco de rencillas a ver quién revelaba primero en la cocina-laboratorio, pero se llevaban bien y colaboraban.Cuando trabajaban un tema aburrido, Martínez les decía '¿cuánto va a durar este suplicio?' Y sus alumnos se cortaban, sobre todo en las primeras clases. Recuerda Ibarretxe: "Arturo era muy exigente, te decía las cosas como las veía, no te hacía la 'rosca'. Una diapositiva aguanta menos que una película de negativo los errores de luz, así que en cada entrega de carretes los fallos quedaban al descubierto. Cuando íbamos por la mitad de curso, Arturo ya decía que alguna estaba bien, y eso te subía el ego al cielo", trae Ibarretxe a la memoria. Su maestro le daba mucha importancia a los detalles y su enseñanza era muy individualizada, así que aprendieron mucho, tanto de fotografía como el hacer bien las cosas y exigirse.

"Me enseñó mucho, tanto con sus consejos como por la manera de ejercer él mismo su rol de profesor: exigente pero al mismo tiempo empático, valoraba el esfuerzo. Eso sí, que no se te ocurriera olvidarte el carrete. Luego, en momentos de relax o tomando algo; bromeaba, contaba sus anécdotas? Entendía muy bien esos dos lados que debe trabajar un profesor, el lado exigente y el dejarse llevar con los alumnos y conectar con ellos", considera Ibarretxe.

Pero los veranos de Ibarretxe se remontan mucho más atrás, a su infancia, que fue, según relata, bastante normal. Pasaba el mes de julio en la playa de Samil, y agosto en Esgos, donde convivía toda la familia de su madre. "Éramos casi 20 primos de la misma edad, así que esos veranos tenían un toque entrañable", celebra.