La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha abogado por prohibir los plaguicidas que sean más tóxicos para las personas y los que permanecen durante más tiempo en el medio ambiente, y proteger la salud pública mediante el establecimiento de límites máximos de residuos de los plaguicidas en los alimentos y el agua. En el mundo se utilizan más de 1.000 plaguicidas para evitar que las plagas estropeen o destruyan los alimentos, si bien la toxicidad de cada uno depende de su función y de otros factores. Por ejemplo, los insecticidas suelen ser más tóxicos para el ser humano que los herbicidas. Además, el mismo producto puede causar efectos distintos en función de la dosis, de la vía por la que se produce la exposición, ya sea la ingestión, la inhalación o el contacto directo con la piel.

Las personas que corren más riesgo son las que están directamente expuestas a los plaguicidas, como los trabajadores agrícolas que aplican estos productos y las personas que se encuentran en zonas próximas en el momento en que se propagan o poco después.