Desde que diera su primer concierto, a los trece años, Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) ha recorrido los mejores escenarios deleitando con su virtuosismo frente al piano. El genio, por el que parecen no pasar los años, conserva las manos rápidas y la mente lúcida. Desborda sentido del humor y positividad.

Achúcarro participa en el homenaje anual que se brinda al fallecido artista Horacio Icasto. "Yo no conocía la figura de Horacio, pero estos días estoy oyendo la clase de persona y de músico, y me encanta participar en este homenaje porque veo lo que se le quería. Algo tiene el agua cuando la bendicen, algo tienen las personas cuando se les quiere"

-Cuando inició su carrera, ¿conocía el mundo en el que acababa de entrar?

-No tenía ni idea. Todo parecía tan bonito, pero es muy duro. Al final ha resultado tan fantástico todo el viaje... Se trata de contactar con la mente de los compositores, a través del jeroglífico que nos han dado, que es la partitura. A través de ella hay que llegar a lo que ellos querían expresar, y luego a lo que tú quieres expresar. Es una especie de remolino que no acaba nunca.

-Hace, entonces, de intérprete de los compositores.

-Sí, esa es la palabra. Pero es que la interpretación es una creación también. Prueba de ello es que la misma obra en manos de diez pianistas suena distinta. El símil podría ser colocar un árbol, y poner a veinte pintores a dibujar ese árbol. Pues tendrás veinte cuadros que no tendrán nada que ver el uno con el otro. Lo que se debe buscar es tu propia personalidad, tu propia convicción. El primer obstáculo es tu propio cuerpo, tus músculos, que tienen que estar entrenados para poder hacer el mayor fortísimo y el más sutil pianísimo, todo eso controlado por la mente y la emoción.

-También ha dicho que el piano engaña.

-Por fuera, todas las teclas parecen iguales. Por dentro, son ocho mil piezas diferentes. Hay que oírlo. El entrenamiento del oído es esencial. Es un puré tan complejo el de la música a través del piano... Te paras en una frase. ¿Qué ha querido decir aquí Beethoven? ¿Qué ha querido decir aquí Chopin?

Todos tenemos una relación amor-odio con el piano, que a veces se porta bien, a veces se porta menos bien. Yo los divido en tres categorías: el aliado, el enemigo y el traidor, que es un piano que al principio te parece muy bueno, pero luego, poco a poco, cuando lo vas usando, ves que le falta esto o aquello. Cada vez es más complejo.

-Tras tantas décadas frente al piano, ¿cómo ha evolucionado su relación con él?

-Al principio había que aprender las notas como fuese. Ahora es mucho más problemático, porque cada nota es una especie de vida, de persona. Hay que averiguar por qué está ahí. La relación va creciendo en una intensidad que casi me da miedo.

-¿Es magia?

-Yo no lo sé. Para empezar, no conocemos lo que pasa dentro de nuestra cabeza. Cada vez es todo más misterioso, pero qué le vamos a hacer. Hay un piano, una partitura, que tengo que estudiar y tocar.

-De todos los escenarios en los que ha tocado, ¿con cuál se quedaría?

-Son muchísimos. La acústica del teatro Colón de Buenos Aires es una cosa fantástica. La salida en el Albert Hall de Londres, ante ocho mil personas, también es algo único. En estadios todavía no he tocado; también debe ser una buena experiencia. Pero e n escenarios pequeños donde la intimidad, la comunicación, es mucho más directa, la responsabilidad es la misma.

-Suele nadar y salir en bici.

-Sí. Procuro mantenerme en forma, dormir todo lo que pueda, y relajarme todo lo que pueda, y concentrarme todo lo que pueda en lo siguiente que tenga que hacer.

-¿Cuánto tiempo ensaya?

-A diario, nunca menos de cuatro horas. Las defiendo a capa y espada. Y si puedo llegar a seis o más, mejor. Hay que estar en forma. No es sólo una cuestión muscular. De vez en cuando hay "manzanas de Newton" que te caen en la cabeza, y te das cuenta de las cosas. No sabes cuándo va a pasar, pero si no estás debajo del árbol, no te cae la manzana.

-Ha sido nombrado "Artista por la Paz". ¿Qué papel juega la música en los conflictos?

-La música es un común denominador de muchas culturas e ideologías. Todo el orbe terrestre está metido en la música. Todos conocen el Himno de la Alegría de Beethoven. Algo pasa.

-¿Qué consejo le daría usted a un joven pianista, o intérprete, que esté comenzando?

-Cuando uno se mete a estudiar un instrumento, no sabe hasta dónde puede llegar. Una cosa es segura: todos tenemos un límite. Y no sabemos dónde está ese límite. Simplemente hay que buscarlo.