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LA ESPUMA DE LAS HORAS

Dos amigas al final de una vida

Jan Morris o la extraordinaria historia, entre el amor y la constancia, de un ser atrapado en un cuerpo equivocado

Jan Morris.

James Morris era en los años sesenta del pasado siglo el periodista británico más brillante de su generación. Antes en 1953 había cubierto para el "Times" una de las más grandes exclusivas que se recuerdan cuando anunció la coronación de la cima del Everest. Conoció al Che Guevara, al cazanazis Simon Wiesenthal y al sultán de Omán, entre otros personajes relevantes de aquel tiempo, y fue testigo de acontecimientos destacados como el juicio a Adolf Eichman, en 1961. Más tarde se convertiría en una de las mejores escritoras de viajes de todos los tiempos, además de en una prolífica historiadora, después de haber cambiado de sexo y convertirse en Jan Morris. Escribió estupendos libros que no he dejado de leer y releer, siendo dueña de una asombrosa capacidad de observación y de análisis, y de unas dotes para la descripción de los lugares que ni siquiera superó la gran Rebecca West en "Cordero negro, halcón gris". Pero lo más extraordinario de la extraordinaria vida de esta vitalista anciana de 91 años es haber protagonizado una de las historias de amor más hermosas que se conocen.

En 2008, tras sesenta años de feliz convivencia con la misma mujer, Elizabeth Tuckniss, Jan Morris volvió a casarse de nuevo con ella por segunda vez y a vivir otra luna de miel. En la primera ocasión en que Tuckniss caminó por el pasillo en busca de su alianza, su novio era un estudiante. Juntos tuvieron cinco hijos. La segunda, resultó ser la venerable anciana que los británicos han elegido en una lista entre las quince escritoras más grandes desde el final de la guerra. En realidad, la pareja nunca llegó a separarse. Permaneció unida en una prueba conmovedora de amor y de constancia, después del viaje a Marruecos de Morris en el que aterrizó en Casablanca siendo hombre y volvió convertido en mujer. La ley, entonces, no permitía matrimonios del mismo sexo, por lo que el matrimonio se vio obligado a aceptar un divorcio amistoso. Morris empezó a referirse a Tuckniss como su cuñada.

El cambio de sexo fue un acto valiente. Tenía 46 años, los médicos le advirtieron que podría acarrearle complicaciones sobre su personalidad y su talento literario, pero las desafió y comenzó a tomar hormonas femeninas a principios de la década de los sesenta. La operación culminó con la cirugía en Casablanca. El testimonio está en "Conundrum" (1974), el libro de memorias donde Morris cuenta paso a paso la historia de un ser atrapado en un cuerpo equivocado. En España se tituló "El enigma", fue publicado por RBA.

Ahora, acaba de ver la luz gracias a la pequeña editorial Gallonero, "Trieste", la semblanza histórica y personal de una de las ciudades que ama la escritora galesa. Otras por citar sólo un par de ellas son Venecia, a la que ha dedicado más de un libro, y Nueva York. Como ciudad de frontera y viejo puerto del Imperio, Trieste representa, para Morris, una alegoría del limbo. Escribió que sus visitas a lo largo de toda su vida adulta le inspiran aún una sensación de espera, como si un acontecimiento grandioso, por descubrir, estuviese siempre por cumplirse.

En uno de los párrafos finales más bellos que recuerdo describe así su relación con la ciudad que explica, además, la convivencia viajera con el amor: "Cuando las manecillas de mi reloj avancen por última vez, después de que el ángel regrese al cielo y el pescador recoja y se vaya a la taberna, elegiré los lugares para vivir que felizmente han vivido en mí. La mayor parte del tiempo que me queda recorreré la orilla del Dwyfor, junto a la persona que amo; pero de vez en cuando podré encontrarme a bordo de una barca, bajo el bastión de Miramar (el castillo triestino a orillas del Adriático del archiduque Maximilano de Habsburgo) para contemplar el vuelo de las bandadas de los ruiseñores".

En Llanystumdwy, la aldea galesa cerca de donde creció el padre de Morris, han vivido más de medio siglo James/Jan y Elizabeth. Cuando mueran, ya han anunciado el epitafio en su lápida: "Aquí hay dos amigas, al final de una vida".

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