Para Robert D. Kaplan (Nueva York,1952), autor de_"Fantasmas balcánicos" y uno de los escritores de viajes que mejor conjuga la pasión con el análisis reflexivo de los lugares que visita, Rumanía encierra una "verdad atmosférica emocionante". Guarda una mezcla única de lenguaje latino e iglesia ortodoxa oriental: el sonido de Italia junto a los iconos y los frescos de Bizancio. Sus himnos ortodoxos son la música religiosa más inspiradora y evocadora que existe, y el propio país constituye una fusión de latinidad romana y cristianismo ortodoxo griego, de modo que la antigua Roma y Grecia viven, aunque sea vaga e indirectamente, en el interior de su alma.

En 1981, Kaplan conoció el Bucarest de Ceaucescu. Venía de Israel, y en el primer momento que salió del avión en el aeropuerto de Otopeni, sustituyó el mundo de llamativos e intensos colores del Próximo Oriente, aún cegado por el sol, como él mismo cuenta, por el de un grabado en blanco y negro de los escalofriantes Balcanes en noviembre. El Mediterráneo oriental por la nieve y los silbidos heladores de ese viento asesino que llaman crivat, los ladridos de los perros abandonados en las calles de la capital rumana como contrapunto nocturno de un silencio devastador.

Pero aquella atmósfera inquietante del comunismo mortecino, aunque no se tradujo en un romance inmediato, acabó atrapando al escritor. Con el paso de los años más que en un amor perdurable, Rumanía se convirtió en una especie de obsesión que le ha llevado a sumergirse en los Balcanes circundantes, y desde allí a contemplar en toda su complejidad histórica el extremo oriental europeo. De eso trata "A la sombra de Europa (Rumanía y el futuro del continente)", un libro que vio la luz en 2016 y que acaba de publicar Malpaso traducido al español.

Bucarest se había reducido a un gran eco. Las colas se eternizaban, hacía frío y los autobuses se desplazaban con los tanques de metano en la parte superior. Conocí esa ciudad: los vecinos caminaban con paso acelerado travestidos de sus propias sombras siempre con bolsas en las manos en busca de comida y avituallamiento. Kaplan recuerda cómo miles de personas se congregaban para asistir a un desfile del dictador y lo escuchaban con semblantes aterrorizados durante tres horas. Nadie se atrevía a dejar de aplaudir hasta que Ceacescu levantaba el brazo. El periodista enviaba sus crónicas para el "New York Times" describiendo la crueldad asesina del caudillo rumano y de Gheorghe Gheorghiu-Dej, su predecesor, en opinión de Kaplan dos de los hombres más despiadados de la historia en la segunda mitad del siglo XX.

"A la sombra de Europa" se construye alrededor de los viajes de su autor a Rumania. Un tercio de siglo más tarde, en 2013, la visita se extiende a la exrepública soviética deMoldavia, la vieja Besarabia de los confines del imperio austrohúngaro, y a la franja de Transnistria, después de que la Rusia de Putin pusiera patas arriba las medidas de seguridad posteriores a la Guerra Fría en Europa con su anexión de Crimea y su injerencia en el este de Ucrania. Incluso desde la perspectiva precaria de Moldavia en 2014, Kaplan cree que se podría querer besar el suelo teniendo en cuenta que las dos últimas décadas han significado el tiempo más benigno en la historia de Rumania. Las personas preocupadas que encuentra ya no hablan de violencia o la venganza. El escritor se preocupa por los mapas y rutas de los oleoductos que Rusia utiliza para mantener atrapados a sus vecinos que prefieren agarrarse a la posibilidad de Europa. Es una nueva Guerra Fría entre Eurasia y Occidente.

Kaplan aún atesora sus recuerdos de la primera visita a los Balcanes, que cambió su vida. En 2013, sus observaciones ya no tienen el mismo efecto poderoso. Bucarest es un revoltijo pero se ha salvado, poco tiene que ver con la ciudad mugrienta de entonces y aún no ha sido invadida por otra ideología utópica. Sólo existe en el día a día, en su política se entremezclan las intrigas de bajo nivel y el caos. Por suerte, es como otros lugares. El cambio empezó a percibirlo en 1990 y 1998 los dos viajes anteriores, desde el día en que vio los tulipanes y los cirios encendidos para honrar a los caídos en la lucha contra