Dicen (se ha oído mucho estos días) que la manifestación del Orgullo Gay no es necesaria, que es cosa del pasado. Que ya no hay nada que reivindicar. Y a los que conocemos la realidad nos entran ganas de reír. La historia que les voy a contar como ejemplo no tuvo lugar hace años ni sucedió en un pueblo perdido de la mancha más profunda. Al contrario. El episodio que les relato se desarrolló el año pasado en Legazpi, uno de los barrios más modernos de este Madrid del siglo XXI del que presumen políticos y vecinos. Sucedió a plena luz del día en un paso de peatones. Allí estaba yo, con mi novio, a punto de cruzar y me dio por hacer un gesto en el que, a buen seguro, nadie hubiera reparado si hubiéramos sido una pareja heterosexual: le cogí de la mano. Ni yo mismo le di importancia. Estábamos de fin de semana, disfrutando de nuestro tiempo libre en una ciudad cosmopolita y moderna. Al menos eso creíamos.

Cuando estábamos cruzando se nos puso delante una señora. Tendría unos 70 años. Caminaba rápido pero tuvo tiempo de pararse delante de mi. "Dais asco", nos soltó a la cara. En principio no reaccioné, seguí caminando hasta que llegué a la otra acera. Y entonces me di cuenta de lo que me había dicho. Pero ya era demasiado tarde para dar la vuelta. Y ahí nacieron la impotencia de no haber podido responder y la tristeza de saberme insultado. Pero esos no fueron los peores sentimientos. Lo peor vino días después. Lo peor es darte cuenta de que a tu alrededor, en tu trabajo, en tu familia, en tu propio grupo de amigos ha calado el discurso de que "eso son casos contados" o de que "estamos en pleno siglo XXI" . Lo peor es que en el fondo hasta te llegues a sentir culpable por haber "provocado" la ira de la señora de Legazpi. Lo peor que se te pase por la cabeza, aunque sea sólo un segundo, que no tenías que haber cogido de la mano a tu novio porque eso "es provocar".

Por desgracia este no es el único caso que conozco. Un año antes de ese "dais asco" un chaval paró el coche delante de un bar de ambiente situado en pleno centro de Gijón y se puso a gritar. Llamó a los clientes del establecimiento "cerdos", "hijos de..." y otras lindezas que no me atrevo a reproducir aquí por respeto al lector.

No, la homofobia no es cosa del pasado. No, en España no está "todo superado". España es, nos guste o no, el país en el que miles de personas salieron a la calle hace pocos años para evitar que a los homosexuales se les concedieran los mismos derechos que al resto de ciudadanos. Ellos no tienen derecho a casarse, yo sí. Ellos no son iguales a mi, decían muchos de los que hoy critican el Orgullo.

Fruto de la permisividad que existe hacia este tipo de conductas el año pasado el observatorio LGTB de Madrid contabilizó más de 200 ataques homófobos. Por eso, señora de Legazpi, es necesario seguir celebrando el Orgullo Gay. Por eso, querida ciudadana, y estimados lectores en general, es más urgente que nunca salir a la calle y lucir el orgullo. Por eso es fundamental hacer artículos como este en el que con palabras y argumentos se intente rebatir el asco de esta madrileña. Para demostrar (aunque sea triste tener que hacerlo) que todos somos iguales sea cual sea nuestra condición, que las casi dos millones de personas que salieron a la calle el sábado en Madrid (¿recuerdan alguna otra manifestación tan multitudinaria en la historia de España?) tienen razón en lo que reivindican. Para ratificar que hasta que se insulte a un heterosexual por el mero hecho de serlo no habrá necesidad de un "orgullo heterosexual".

Y a todo esto se le suma, evidentemente, el interés económico que para Madrid supone acoger a dos millones de visitantes que llenan sus calles, sus hoteles y sus bares. Y todo sin ni un sólo altercado importante. En este Orgullo el Samur atendió a 270 heridos entre casi dos millones de personas. Las comparaciones son odiosas pero también necesarias. En el Carmín los sanitarios asistieron a 134.