Es menuda, tiene la voz dulce y unas largas trenzas -seña de identidad africana- aunque usa vestimenta occidental. Mireille Twayigira (Ruanda, 1992) no tarda mucho en sincerarse: "La educación es importante porque ha sido capaz de transformar mi historia, que era una tragedia, en algo precioso. Yo antes era simplemente una pobre niña refugiada y huérfana, y ahora soy una refugiada, pero médica. Sin la educación, mi vida se habría acabado en aquella tragedia. Así que creo que ha abierto mi mundo y que la educación tiene la capacidad de animar a la gente a esforzarse", aseguró ayer en Vigo antes de dar una conferencia en el Colegio de Jesuitas, con la campaña de Entreculturas Education opens the world. También en Vigo conoció el mar, dentro de un periplo gallego que culmina hoy, Día Mundial del Refugiado.

Sobre la otra parte, de tragedia, Mireille resume: "Soy ciudadana de Malawi porque en 1994 comenzó la guerra en Ruanda y tuvimos que huir por países como Burundi, Angola, Congo y Zambia", detalla. Con ocho años llegó al campo de refugiados donde se crió, Dzaleka en Malawi. "A lo largo de todo este viaje, fui perdiendo a seres queridos: primero mi padre y mi hermana, luego a mi madre, después mi abuela hasta que finalmente solo quedamos mi abuelo, mi tío y yo", explica. "Recordar todo esto ahora no es tan triste, pero aún me emociono", reconoce. "Tengo imágenes grabadas en mi mente de cómo era la vida antes de que empezara la guerra en Ruanda. Era una vida feliz con mi familia... Después recuerdo el sonido de las balas y cuando trajeron a mi padre, muerto. Son como flashback", confiesa. "No sé si mis padres eran hutus o tutsis, ni lo quiero saber. Si me pusiera a preguntarlo, llegaría a tener pensamientos que no quiero?", responde.

Pobreza y hambruna extrema siguieron. Ella fue viendo cómo moría su familia a consecuencia de la violencia o la enfermedad. Pasa por alto en su relato que tuvo que beber agua de un río en el que flotaban cadáveres, comer serpientes o cómo su abuelo llegó a cambiar la ropa por dos piezas fruta. Lo que sí reconoce es la importancia de este en su decisión de formarse para ser la mejor: "Cuando era pequeña, el hecho de que mi abuelo estuviese dispuesto a hacer lo que hiciera falta para que yo pudiera estudiar, me influyó", reconoce.

En las aulas del JRS (Jesuit Refugee Service) en el campo de refugiados, llegó a ser la mejor alumna de Primaria y luego cursó Secundaria. El gobierno chino había prometido dar estudios a los seis mejores estudiantes del país y Mireille, superando todas las expectativas, lo fue. Viajó a China, aprendió el idioma y se licenció como doctora en Chino. Allí realizó sus estudios de Medicina, graduándose hace un año. "En cada momento, lo que me motivó a estudiar fue diferente. Cuando fui a China me resultó muy difícil estudiar en chino [aprendió mandarín durante un año, de forma intensiva]. "Era realmente complicado y tuve ganas de dejarlo... pero me di cuenta de que tengo una misión en esta vida: Todo lo que pasé, lo puedo ver de forma positiva e inspirar a otras personas. Puedo ser un modelo y no querría defraudar a todos los que me miran, así que seguí adelante", confiesa. La joven regresó a Malawi donde trabaja como médico interina en el Queen Elisabeth Center Hospital.

"Me gusta que otros refugiados y huérfanos se atrevan a soñar"

"Con el esfuerzo de mucha gente", el estado de Malawi le concedió la ciudadanía y así pudo estudiar Medicina durante cinco años y graduarse hace casi un año, pero Mireille vuelve al campo de refugiados del que salió en 2010, cada vez que tiene vacaciones en el Elisabet Center hospital en Malawi

"Cuando trabajo estoy cerca del hospital, pero cuando tengo vacaciones vuelvo al campo de refugiados, donde vivo con mi familia", asegura. "La profesión de médico es muy respetada en África y lo positivo es que abre muchas posibilidades que antes no había, sobre todo en inspirar a otros niños, huérfanos, refugiados... Que me vean y que se atrevan a soñar Y a tener esperanza", sonríe la joven. "Lo mejor no es trabajar en el hospital en sí, sino demostrar que la educación en sí proporciona oportunidades para que estos chicos se atrevan a soñar", recalca.

Quizás por eso y consultada por los menores sirios y todos aquellos que viven como refugiados luego de tratar de llegar a Europa jugándose la vida en patera, repite: "Les diría que sigan soñando, que se esfuercen y trabajen duro porque tendrán recompensa. El mundo está lleno de posibilidades y la vida no se termina en la situación en la que ahora se encuentran".

No valora volver a Ruanda, a pesar de que el país tiene hoy el Parlamento más femenino -el 64% de los escaños están ocupados por diputadas, la única asamblea en el mundo dominada por mujeres—. "Ahora mismo no lo se estoy en Malawi y no creo que hacer carrera política sea lo mío; pienso que puedo influir a la comunidad de otra forma". En otra vertiente, Mireille Twayigira sí desvela su fe religiosa: "No tengo un lema específico, pero a todas las personas que conozco, les digo que no pierdan la esperanza Y se aferran a Dios". De hecho, en 2016 viajó al Vaticano para contar su historia en el marco de la conferencia anual de Jesuit Refugee Service.