"Las cosas no son así; están así y vamos a cambiarlas". La frase no es suya, sino de una de sus hijas, pero Isabel García la enarbola como bandera de su compromiso social, que le llevó hace ahora quince años a dar asilo a una familia libanesa durante casi un año y que ahora le ha animado a acoger a uno de los niños de Chernóbil que cada verano trae a Galicia la Asociación Leticia Cativa. Colaborar en el programa de esta ONG supone adquirir un compromiso a medio plazo, ya que las familias se responsabilizan con cada pequeño desde los siete hasta los 18 años.

"Yo quería acoger a un niño, pero somos un matrimonio de jubilados y no cumplimos los requisitos. Una lástima, porque tenemos mucho amor que dar y ahora que no trabajamos es cuando realmente podemos hacernos cargo de un niño. Por eso, en cuanto conocí este programa, se lo propuse a mi marido y a mi hija Beatriz, que ahora vive con nosotros", explica Isabel. La respuesta fue un sí inmediato, algo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que los cuatro hijos del matrimonio que forman Isabel García y Antonio Álvarez están o han estado involucrados en temas de cooperación.

"Las cosas se pueden cambiar. ¿Cómo? Aportando aunque sea un poquito y esta es la manera en que nosotros queremos contribuir a canbiar las cosas", explica Isabel.

Esta familia, que ahora vive en Vilagarcía, se estrenará este verano como familia de acogida temporal de un niño de la región rusa de Briansk, la más afectada por la radiación de Chernóbil, al que recibirá en su casa los próximos veranos hasta que sea mayor de edad. Y aunque aún quedan tres meses para la llegada del menor, esta familia ya prepara el camino para que el niño se encuentra lo más cómodo posible en el que será su hogar durante julio y agosto.

Beatriz Álvarez anota cinco o seis palabras o expresiones en ruso -"Hola", "Adiós", "¿Cómo estás?"...- en la pizarrita de la nevera para poder comunicarse con el niño o niña -aún no saben a quién le han asignado- mientras el pequeño no comienza a familiarizarse con el castellano, aunque la barrera idiomática no es algo que preocupe a Beatriz, patrón mayor de cabotaje, que en Valencia colaboró con niños mauritanos a través de la Fundación Tierra de Hombres.

"Los niños aprenden enseguida. Lo sé porque los niños mauritanos aprendían a hablar español en una semana y si no, siempre quedan los gestos. A mí me preocupa más que pueda sentirse desplazado, aunque cuando les das cariño los niños se adaptan rápidamente", afirma. Además, Beatriz ya está "reclutando" a sus primos con hijos para que el niño tenga compañeros de juegos durante su estancia en Vilagarcía. "Afortunadamente, somos una familia muy grande y muy unida", dice.

Treinta y un años después de la explosión de la planta de Chernóbil, la contaminación radioactiva aún tiene resonancias en la salud de los habitantes de la zona. Dar la oportunidad a un niño de alejarse dos meses de ella puede suponerles dos años más de esperanza de vida. "Este es un viaje de salud, no de placer", afirma Beatriz. Las zonas marítimas son especialmente buenas para estos niños, ya que el yodo del mar previene de los daños de la radiación.

Afianzar lazos

Las familias acogedoras gallegas participan en varias actividades colectivas durante los dos meses que están los niños de Chernóbil en la comunidad. Los responsables de organización en la provincia de Pontevedra son los vigueses Ángel Pérez y su mujer Lua Pereira, que desde hace cinco años acogen temporalmente a Katza, una niña rusa que ahora tiene 13 años. "Lo que pretendemos con estos encuentros es que las familias y los niños establezcan lazos", dice.

Un total de 67 familias gallegas permiten cada año a otros tantos niños alejarse de los nefastos efectos de la radioactividad durante unos meses y fortalecer su salud. "Cada familia se compromete a acoger al mismo niño desde los 7 a los 18 años. Así es más sencillo para el niño y para la familia", explica.