Podríamos decir que Fernando Chacón ha vivido nada menos que tres vidas completamente distintas y que, en cada una de ellas, ha destacado por su valentía y por su convencimiento de que lo más importante es escuchar al corazón y buscar la verdadera felicidad. Nació en A Estrada de forma circunstancial aunque siempre vivió en Pontevedra y, desde 1980, en Marín. Cuando estaba estudiando bachillerato sus padre, que regentaba el negocio familiar, falleció. "Tuve que dejar de estudiar para ayudar en la tienda a mi madre y ocuparme, sobre todo, de la parte de contabilidad", cuenta el sacerdote. Tras unos años, el negocio cerró y Fernando comenzó a trabajar en un banco, aunque pronto se dio cuenta de que aquella vida de oficinista no iba con él. "Me despertaba por las noches y solo de pensar en que al día siguiente tenía que ir al banco a trabajar me entraba una desazón tremenda", recuerda. Tenía 30 años, una vida acomodada y una envidiada seguridad pero nada de eso fue óbice para que Fernando decidiera saltar sin red por primera vez en su vida: "Mi verdadera pasión era la pintura y nunca había podido dedicarme plenamente a ella así que decidí dejarlo todo y entregarme a esta vocación", relata.

Fernando pintaba con la constancia de un labriego. "Tuve que renunciar a muchos gastos pero conseguí vender cuadros y exponer por toda España... Me movía por todas partes, pedía ayuda a otros pintores, hubo años que conseguí hacer hasta seis exposiciones", describe. No se casó, cuenta, "porque nunca estuve convencido para dar ese paso".

Pero Fernando seguía inquieto. Durante todo este tiempo había un runrún que le perseguía constantemente; a veces como un susurro, otras como un grito: era la llamada de Dios. "Siempre tuve una inquietud espiritual importante y acudía asiduamente a la Iglesia. Cuando me vine a vivir a Marín comencé a ayudar al párroco y a sentir más fuertemente esta parte de mi ser: era como si alguien tirara de mí", relata.

Fernando comenzó a compartir esa inquietud con su director espiritual, "una persona que me conocía muy bien, con la que siempre fui transparente", y, tras un largo proceso de discernimiento, decidió que tenía que hacer algo. Era el año 2000 y Fernando ya tenía 59 años.

"A algunos no les extrañó nada; a otros les sorprendió mucho, pero gratamente", asegura el religioso. "Tuve que volver a ponerme a estudiar, después de tantos años. Empecé por la teología de seglares y luego acudí al Instituto Teológico de Santiago. Me relacionaba con gente mucho más joven que yo, era como volver a empezar una nueva vida, y estaba muy ilusionado", recuerda. El religioso asegura que estos inconvenientes no le echaron atrás: "Dios no te llama para hacerte infeliz; sientes que tira de ti pero nunca te obliga a hacer algo que no quieres", afirma convencido.

Ordenado a los 70

Fernando se ordenó sacerdote con 70 años tras su paso por el seminario. "Fue duro, no lo puedo negar, porque pasé de mi vida en total libertad a tener unos horarios estrictos, estar obligado a pedir permiso para todo, no tener tiempo para pintar... Era un cambio radical de vida, pero me sentía feliz", recuerda.

Fernando llegó a llevar cinco parroquias de la zona de Pontevedra y actualmente es párroco en Marcón y Tomesa (Marín). "Ahora, que estoy un poco más liberado, puedo pensar otra vez en pintar aunque, sinceramente, me preocupa más pintar las almas del señor y que sean tan felices como yo", concluye.

Las vocaciones religiosas maduras son ahora más frecuentes que hace años. Aunque la Conferencia Episcopal no tiene datos desglosados por edades, sí refleja que en el curso 2015-2016 ingresaron en los seminarios mayores españoles 270 nuevos seminaristas y que el número de sacerdotes ordenados aumentó un 28,2%.

Para la religiosa Inmaculada Cantó, una alicantina que vive junto a otras cinco hermanas en el Colegio San José de Cluny de Vigo, no es relevante el momento en el que uno decide dar el paso. "Lo gordo es ser cristiano, dejar a Jesús entrar en tu vida, después da igual dónde te quiera o lo que te pida", asegura. Licenciada en Ciencias de la Actividad Física y Deporte (INEF), sor Inmaculada es una apasionada del deporte. Monitora de baloncesto, de fútbol sala, de vela ligera y windsurf, submarinista, entrenadora de natación, voluntaria en Barcelona 92 y socorrista, esta mujer de 47 años asegura que "desde pequeña yo siempre quise ser profesora de gimnasia; el deporte era y es mi pasión". Y así fue. Tras un tiempo trabajando en la banca y como gestora de instalaciones deportivas, fue profesora de Educación Física en varios colegios.

Pero a los 27 años empezó a aparecer en su vida la idea de ser religiosa. "No fue una decisión mía, es la respuesta a una llamada", advierte. Sus padres son cristianos practicantes aunque en su familia no hay ni sacerdotes ni religiosas. "Tampoco fuimos a colegios religiosos", recuerda.

A la primera que le habló de su decisión fue a su madre, "que la acogió muy bien, aunque le daba pena la distancia a la que íbamos a vivir, pues somos una familia grande (son ocho hermanos) y nos gusta juntarnos a menudo". Y luego habló con sus hermanos. "¡Se montó un buen lío! Pensaron que me había vuelto loca porque siempre me han gustado los temas de voluntariado y ellos pensaban que yo podía hacer más estando fuera que desde dentro? poco a poco creo que entendieron mi decisión", relata la religiosa.

Cantó asegura que, realmente, no ha tenido que renunciar a su gran pasión por los deportes de riesgo. "¿Qué es la evangelización? Pues eso, poner en juego la vida, hasta las situaciones más extremas y radicales, y buscar exprimir al máximo las capacidades y habilidades motrices, física, mentales y espirituales para conseguir un gran premio", ejemplifica.

José Ángel Outeda se ordenó sacerdote también con la madurez, a los 50 años. Párroco de Negros, Nespereira, Cepeda y Quintela (Redondela), trabajó en una empresa de la construcción, en una pizzería y, en los últimos años antes de tomar la decisión de hacerse sacerdote, en una inmobiliaria. "Tenía amigos, toda una vida hecha, una familia que me quería... pero realmente no era feliz", recuerda.

José Ángel asegura que siempre llevó "una vida cristiana; me daba paz, tranquilidad", apunta. Fue a raíz de la muerte de Juan Pablo II cuando sintió la llamada de Dios. "Algo dentro de mí se removió y lo vi de una forma clara: tenía que darme a los demás", relata.

Ingresó en el Seminario Mayor de Vigo y se sacó la licenciatura. "Todos eran más jóvenes que yo y al principio me costó coger el hábito de estudio y adaptarme a la convivencia pero al final conseguí una media de notable", cuenta satisfecho. "En ningún momento me he arrepentido de esta decisión, es una gracia de Dios y soy completamente feliz", confiesa. "La vida en la parroquia es muy bonita; el mismo día compartes la felicidad del que se casa y la tristeza del enfermo; todos nos permiten estar a su lado y eso es un lujo", afirma.

José Ángel asegura que sigue manteniendo relación con sus amigos, aunque menos frecuente que antes y sus padres se fueron a vivir con él. "No estamos encerrados; me gusta la arquitectura, las novelas policíacas, la música y viajar... no somos diferentes a los demás. La ventaja de hacerte religioso con una edad es que ya estás más maduro y tienes las cosas más claras", opina.

A una edad parecida a la de Outeda, 45 años, fue ordenado sacerdote numerario del Opus Dei en Vigo Benito Calahorra. Este economista de Ciudad Real, que vive desde hace seis años en Galicia, trabajó como autónomo en una empresa y asegura que "siempre sentí la vocación dentro de mí, pero hasta esa edad no me lo planteé de una forma seria", cuenta.

Vendió seguros -"donde aprendí a vencer la vergüenza" - trabajó como profesor y montó una asesoría. "Toda esta formación me ha servido mucho ahora, en mi vida religiosa; nunca el tiempo es perdido y cada uno tiene su momento", asegura.

Pero la vocación religiosa pudo más que la seguridad laboral que Benito se había forjado y, ante la sorpresa de sus hermanos -"solo dos practicantes de los siete que somos"- "me fui a Roma a estudiar durante tres años". Benito se ordenó con 45 y actualmente ejerce su labor en distintos colegios y parroquias de Vigo. "La libertad es la capacidad de marcarnos una meta; nunca he visto esta decisión como un límite", asegura, "nunca es tarde para tomar decisiones en la vida", aconseja.