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LA ESPUMA DE LAS HORAS

Dios no pudo salvar a "Pistol" Maravich

La gran esperanza blanca del baloncesto de los años setenta en Estados Unidos fabricó más magia que nadie en las canchas, murió joven y no logró el anillo

Pete Maravich, con los Jazz, en un partido contra los Suns de Phoenix.

Vaya. Pete "Pistol" Maravich si se podía considerar un milagro del baloncesto con un promedio de 44 puntos por partido en la Universidad del Estado de Luisiana. Estableció registros que jamás se han roto. Pero incluso más persistentes que los números era la sensación de éxtasis y la destreza con que jugaba. Con el balón en sus manos, Maravich tenía un singular poder de inspirar temor, infligir vergüenza, o incluso bromear. No era cualquier hombre espectáculo. Fue la respuesta del baloncesto equiparable a Elvis, un sureño blanco que vendió su sueño en un juego de negros. Pero al igual que Presley, pagó un precio terrible, convirtiéndose en un prisionero de su propia fama. Todo ocurrió, además, demasiado rápido.

Maravich fue un niño prodigio, un hijo pródigo, el protagonista del sueño irrealizado de su padre en un pacto con el diablo, y una gran esperanza blanca en un juego dominado por los afroamericanos. Pero también era una criatura de contradicciones: un bebedor de alcohol vegetariano, un atleta que vivía como una estrella de rock, un genio suicida salvado por Jesucristo. Hasta el momento en que irrumpió, el único comparable a él en espectacularidad fue Connie Hawkins, que en sus inicios ya se había convertido en una leyenda con los Harlem Globetrotters,

La historia comienza en 1929, año en que un misionero le dio al padre de Pete un balón de baloncesto. "Press" Maravich, de origen serbio, había sido un niño abandonado atrapado en una ciudad industrial infernal, pero el juego le permitió salir adelante. También le hizo confundir el deporte con la salvación y le llevó a convertirse en un obseso. La obsesión de Press se remonta a tres generaciones de Maravich, según Mark Kriegel, que ha escrito la mejor de las biografías sobre el más extraordinario de los baloncestistas, publicada ahora por la editorial Contra. "Pistol" Pete, un jugador diferente a cualquier otro, era un producto de la vanidad y la visión de su padre, una obsesión transmitida por herencia que siguió pasando factura a los propios hijos del jugador.

Seleccionado en tercer lugar en la primera ronda del draft la transición de Pete a la NBA no fue fácil. Su estilo playground excitaba al público pero irritaba a sus compañeros de los Hawks de Atlanta. Comenzó a beber en exceso hasta que en 1974 se mudó a Nueva Orleans, entonces cuna de los Jazz, que cinco años más tarde acabarían en Salt Lake City (Utah). Era uno de los máximos anotadores de la liga pero seguía jugando en una franquicia perdedora. Después de nueve años en la máxima competición, lo único que deseaba era un anillo

Llegó a los Celtics de Boston. Esta vez había caído en un grande entre los grandes. Pero nada. Reserva en el joven equipo que perdió la final de la Conferencia Este contra los 76ers, del Dr. J, el gran Julius Erving, decidió abandonar. Las lesiones de rodilla habían hecho mella en él física y anímicamente. Para desgracia suya, los Celtics ganaron en la siguiente temporada el campeonato de la NBA.

Los dos primeros años tras la retirada fueron el período más oscuro de su existencia. Vivía deprimido y sin baloncesto. En 1982, Maravich se encontró con la religión y creyó por un momento que Dios había hablado con él. Dejó de beber y se hizo vegetariano. Junto a su esposa Jackie y sus dos hijos Joshua y Jaeson, Maravich era la imagen de la salud. En una entrevista en 1974, "Pistol" había dicho: "No quiero jugar diez años en la NBA y morir de un infarto a los cuarenta". Fue precisamente lo que ocurrió . El 5 de enero de 1988, se desplomó tras un juego en la calle de tres contra tres en Pasadena, California. Murió de un ataque al corazón. Echó espuma por la boca y el sonido de su cabeza al chocar contra el suelo persiguió durante meses a quienes lo oyeron. El poder curativo de Jesucristo tenía límites en la tierra, como escribió Mark Kriegel en su biografía.

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