Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con la Disney hemos topado

La parte más sombría bien ejecutada por el director choca con unas previsibles imposiciones de ligereza

Felicity Jones.

Perdonen el atrevimiento pero vamos a empezar hablando de música. Concretamente, de la banda sonora que Michael Giacchino ha creado (o recreado, mejor) para esta derivación de Star Wars. Y es que el trabajo del compositor resume a la perfección lo que es la película: una operación de cirugía estética que, a diferencia de la injustamente maltratada operación liderada por J. J. Abrams para el retorno de los jedis, finge ser distinta a las ideas originales para terminar pidiendo auxilio a ellas para sacar las pantallas del fuego. Y así, Giacchino, intenta mostrar su propio punto de vista (de oído en este caso) pero cuando llega la hora de la verdad echa mano de las notas célebres de John Williams. Apuntemos que el poco convencional músico inicial, Alexandre Desplat, fue despedido del proyecto y Giacchino tuvo solo un mes para hacer su trabajo.

¿Y por qué hablamos de la banda sonora para arrancar? Porque es un elocuente ejemplo de lo que ha pasado con Rogue One: lo que pudo haber sido y lo que es. Lo que ya no podrá ser. Se terminó y se volvieron a rodar nuevas escenas. Se cargaron personajes enteros del lado oscuro. Se inyectó humor donde no era necesario. Durante semanas se trabajó para cambiar un 40 por ciento de lo rodado. El director nunca lo reconocerá pero el desequilibrio evidente que presenta su película seguro que le quita el sueño por las noches. Rogue One es una película que acierta cuando saca a sus personajes de los carriles habituales de la saga. Nada de héroes épicos ni fanfarrias. Nada de glamur galáctico. Apenas hay bromas. Gente atormentada. Incluso el "héroe" es un asesino capaz de matar fríamente por la causa. Gareth Edwards despliega sus mejores armas en la guerra sucia, emboscadas que podrían ocurrir mañana mismo en Alepo, batallas a tiro sucio, gente que cae, sufre, sangra. Muere. Sin tiempo para chistecitos ni para salir guapos. Hay ecos de Apocalypse now, incluso. Dolor, odio. Rabia. Felicity Jones y Diego Luna tienen talento y en esa parte lo demuestran. Hay quien dice que no hay química entre ellos. ¿Y por qué tiene que haberla? ¿Acaso se espera que cuando hay una pareja en la pantalla tienen que liarse sí o sí? Ni siquiera el robot de marras es simpático ni gracioso. Es, eso sí, casi humano en sus reacciones y de ahí que una de las mejores escenas en plan dramático sea la suya: metal rima con leal y letal.

Y Edwards, como ya había demostrado en sus títulos anteriores, sabe cómo sacarle partido a los efectos digitales cuando se trata de elaborar una subespecie de poesía de la destrucción, con secuencias tan impresionantes como la primera acción del destructor de planetas, una reproducción de lo que debería ser el Apocalipsis.

Es inevitable imaginar que la idea original del director era continuar por esa vía durante toda la película, profundizando en los recovecos más oscuros y concentrando el fuego más agrio en la operación comando final, con momentos tan espléndidos como la aparición entre la niebla de los monstruos de metal o los abatimientos tipo Doce del patíbulo que se suceden. Pero lo que pedía a gritos ser una película sombría y fatalista de épica borrosa y con efectivas acotaciones políticas sobre lo que pasa hoy mismo, ahora mismo, se empeña en ser un espectáculo pirotécnico más. Apabullante, sin duda. Excesivo. Como si el director, que había rodado las escenas de acción hasta ese momento con una sequedad admirable (realista dentro de lo que cabe), se hiciera a un lado para que los chicos del ordenador se hicieran con el poder. Y las nuevas vías planteadas se cierran para dar paso a los guiños y "homenajes" que tanto criticaron en el caso de Abrams, con algún cameo chistoso que no viene a cuento. Ahí, Jones y Luna no pintan nada. Y se les nota que han dejado de creerse lo que hacen, sobremanera en una escena pelín ridícula de salvación in extremis. ¿Que la aparición de Darth Vader es emocionante para millones de espectadores y mitiga en parte la debilidad de un villano con capa blanca que mete menos miedo que Kylo Ren? Sin duda, pero qué pena que sea tan convencional su participación. Tan previsible. ¿Que la gran batalla final es un prodigio técnico? Pues claro, faltaría más, pero ¿es lo que necesitaba una película que había mostrado sus mejores cualidades en la narración a ras de barro, en las trincheras de la rebelión?

Queda, para rematar esa sensación agridulce, otro contraste curioso: la resurrección de Peter Cushing (deberían nominarlo como actor secundario) es perfecta, el mejor efecto digital de todos, pero el rejuvenecimiento de otro personaje fundamental al final es una chapuza que lo convierte en una figura de videojuego y estropea un plano final que pretendía dejar con la boca abierta al personal.

Compartir el artículo

stats