-¿Qué imagen del carlismo ha llegado hasta nosotros?

-Bueno, no soy quien para hablar de ello porque tengo una imagen muy particular, próxima e idealizada, pero creo que ahora mismo se va perdiendo el conocimiento sobre el carlismo. Hasta hace veinte o treinta años no era raro encontrar una familia que tuviera un abuelo o un bisabuelo carlista. Ahora esto es más difícil. Además, la historia está distorsionada. Pero en cualquier caso, siempre ha tenido el halo romántico e idealista que acompaña a los perdedores, la melancolía de la derrota frente la grandeza del intento. Ahora que vivimos en un mundo donde la corrupción es una de las cosas terroríficas, una de las figuras tradicionales que siempre defendió el carlismo es la del juicio de residencia. Esto que ahora suena a chino consistía en que un cargo público tenía que rendir cuentas de la gestión que había hecho.

-La fundación no acepta donaciones, ¿por qué?

--Porque siempre que se recibe algo se establece un vínculo, una dependencia, una necesidad de corresponder. Si no se recibe nada no se tiene ninguna hipoteca ni funcional ni económica. Solo pueden dar los que tienen el apellido de la familia, no porque seamos más listos o más guapos, simplemente porque a los de la familia si dan no les vamos a deber nada, por lo tanto, seguimos siendo independientes. Pero esto no nos impide hacer proyectos en igualdad de condiciones con otras instituciones o dar dinero semilla, apoyando un proyecto para que otras entidades lo apoyen también. Pero, aunque respetamos que otros lo hagan, no aceptamos dinero de nadie porque estar al amparo de las subvenciones públicas o de donativos privados siempre es una hipoteca.