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García de Cortázar reivindica el patriotismo español en una novela

El historiador y jesuita invita a sacudirse los complejos creados por las campañas de naciones "envidiosas" con las hazañas de España

Fernando García de Cortázar. // FdV

España es un gran país incapaz aún hoy en día de sacudirse los complejos que otras naciones menos épicas le crearon en su periodo de mayor esplendor, hace ya más de cuatro siglos cuando en sus posesiones no se ponía el sol. De ahí la "falsa" leyenda negra que denuncia con contundencia el historiador, escritor, docente y jesuita Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942) en su nuevo intento por darle la vuelta a la tortilla con la novela "Alguien heló tus labios" (Kailas) para recuperar la autoestima nacional, dañada ahora aún más si cabe por quienes por primera vez en la historia niegan la existencia de la nación.

Espoleado por el lamento de Lope de Vega ante la falta de cantores de las gestas de la patria, García de Cortázar recurre en su particular balada de España a una serena conversación de dos viejos amantes que se reencuentran en un palacio en el otoño de 1814, cuando Napoleón fue derrotado por los españoles.

A lo largo de 559 páginas, el marqués de Armillas y la condesa viuda de Montemayor reviven las historias de sus antepasados, protagonistas de tres siglos decisivos de una España regida por los Austrias, para ahuyentar ese pesimismo atávico que había conducido a Quevedo a ver solo desolación "en los muros de su patria" en pleno Siglo de Oro.

"El sentimiento de nación unida ha sido siempre débil en España", reconoce el escritor que ganó en 2013 con "Tu rostro con la marea" el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio. A tamaña desafección por la patria han contribuido los combativos nacionalismos que siempre han campado a sus anchas y en los últimos tiempos la asociación del patriotismo con la dictadura franquista. El novelista denuncia con rotundidad: "Ni la iglesia, ni las instituciones, ni mucho menos la escuela han hecho lo suficiente por fomentar un sentimiento de orgullo que sí tienen los ciudadanos de las grandes naciones de occidente"

"¡Si ni siquiera tiene letra nuestro himno!", resopla al contraponer la urgencia con la que las comunidades autónomas se afanaron por escribir sus canciones de identidad. La desidia por la ley de símbolos en España es tal, se queja, que el Gobierno no se decidió hasta 1997 a comprar por 781.315 euros los derechos de autor de la "Marcha de Granaderos" que es nuestro himno.

Para evitar que la extrema derecha pretenda monopolizar la bandera de la españolidad, el historiador y jesuita desmonta de forma amena en este libro mitos tan funestos como la leyenda negra a la par que ensalza los valores del Concilio de Trento donde el dominico Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional, y el jesuita Francisco Suárez, el más moderno de los escolásticos, fueron vitales al defender la idea de la libertad frente al determinismo protestante para alejar a España del absolutismo monárquico.

El brillo universal de España

"No existe otra nación que haya tenido una centuria tan brillante como nuestro siglo XVI", subraya ufano el historiador al destacar los dos hechos más descollantes de aquel periodo: la consolidación del descubrimiento de América que había comenzado en 1492 y la gran reflexión que supuso la celebración del contrarreformista Concilio de Trento. Era tal el brillo universal de España que resultaba insoportable para las naciones rivales que no dudaron en "inventarse" una leyenda negra movidas por el odio y la envidia para generar un sentimiento de antipatía similar al que hoy en día existe ante la hegemonía norteamericana. "Lo malo es que nosotros nos lo creímos y aún seguimos en ese error", lamenta Fernando García de Cortázar, quien refuta con vigor un prolijo repertorio de "falsas creencias" que esconden cosas tan ciertas como que la Inquisición, lejos de nacer en España, lo hizo en Francia.

"Tampoco es cierto que Felipe II matase a su hijo, un chico desequilibrado y sádico que la leyenda negra se empeñó en convertir en mártir". El historiador se crece al desautorizar de forma categórica "el relato enemigo" del genocidio en América. "España llevó a los 15 años del descubrimiento sus universidades a América y nunca impuso su idioma porque los monjes evangelizaban en las lenguas vernáculas de los nativos". De hecho, la labor del dominico Francisco de Vitoria, "un personaje de altísimo nivel que apenas se conoce en España", se centró en dar derechos a los indios y en acabar con los excesos cometidos en tierras conquistadas del Nuevo Mundo. A ese sinfín de denuncias de atropellos a los indígenas se sumó fray Bartolomé de las Casas, dominico enemigo acérrimo de los jesuitas, una orden cuyo papel evangelizador de América comenzó en 1585 y no cesó hasta su expulsión en 1767. "Fray Bartolomé de las Casas era un zascandil, el poco obispo de Chiapas, que se pasaba más tiempo en España que en México", zanja sin contemplaciones el historiador jesuita.

Su visión del papel de dos lumbreras españolas en el Concilio de Trento es otro antídoto contra el pesimista legado canovista de que es español el que no puede ser otra cosa. La defensa de los derechos humanos ocupó los trabajos de los españoles como el dominico Francisco de Vitoria y el jesuita Francisco Suárez, máximo exponente de la Escuela de Salamanca y el más moderno de los escolásticos, que bajó de los altares a los reyes al dictaminar que la autoridad del Estado no es de origen divino sino humano "De ahí parte la leyenda rex eris si recti facias (rey serás si te comportas rectamente)", argumenta García de Cortázar para justificar el sentido utilitario que aún se le da hoy en día a la monarquía en España.

El rey más notable de España fue, según el escritor, Fernando el Católico. "Carlos I fue un guerrero con el que no estaban muy contentos los castellanos y el resto de nuestros reyes han sido meros cazadores", ironiza no sin antes dar una oportunidad a Felipe VI, al que le pide contundencia al defender la unidad territorial de España "basada en unos valores que provienen del mundo clásico, el cristianismo y la ilustración".

El mismo amparo a la patria le pide a los políticos y a la iglesia "que tantas veces ha favorecido a los nacionalismos por haberse replegado en el legado más tribal de los localismos tras perder el liderazgo intelectual", denuncia sin cortarse un pelo el jesuita que no duda en dar un tirón de orejas al propio Papa Francisco, poco acertado al pedir perdón por los "crímenes" durante la colonización de América.

"¿Pero de qué crímenes habla?", se pregunta asombrado Fernando García de Cortázar, quien solo encuentra en la ignorancia una justificación para tal denuncia. Y es que la falta de cultura es otra de las barreras que frenan la españolidad y avivan los nacionalismos, lamenta al apelar a la necesidad de fomentar una educación rigurosa que espante los "delirios de grandeza" de los separatistas a los que en su opinión "no se puede combatir con la simple amenaza de aplicar la Constitución" de 1978.

Pues es otra Constitución, la de 1812, la que centra otra parte de la conversación de los viejos amantes que protagonizan la novela. Aquella fue una carta magna demasiado moderna para el ignorante pueblo español de la época que a pesar de no sentirse tampoco muy monárquico no dudó en alzarse en armas con arrojo contra los franceses en 1808. "El rey no se merecía tan valientes súbitos" que veían como surgía un incipiente sentimiento de nación, pronto entorpecido primero por las guerras carlistas y más tarde por la cruenta guerra civil española que enfrentó dos modelos de país. "Y todo ha ido a peor porque entonces se hablaba de dos formas de ver a España, no como ahora que se niega a España", se queja.

Para dotar de casticismo al tradicional pesimismo español surgieron entonces grupos de intelectuales como la Generación del 98 dispuestos a ensalzar las derrotas. "Es de nuevo una muestra más de la falta de sentido de la realidad", asegura el historiador, porque aunque entre finales del siglo XIX y principios del XX, España vive la pérdida de colonias también protagoniza un desarrollo económico espectacular. Y García de Cortázar ajusta cuentas con los poetas: "Les viene mejor cantar los naufragios que las alegrías".

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