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Su trayectoria

Crónica sentimental de una vida llena de alegría, sus dolores y muy buenos humores

"Yo cuando me muera prefiero hacerlo por lo civil, así te despreocupas del cielo o del infierno", bromeó una vez

Quesada, con su buen humor, posando en una serie para Carnaval con ropa teatral del armario de Maximino Queizán. // R. Grobas

Se apagó definitivamente su risa, aunque su memoria empezara a dar hace unos años inquietantes avisos de exilio tras una permanente sonrisa. Somos lo que recordamos, recordamos porque somos, y a Fernando la vida empezó a hurtarle sus recuerdos del rico almacén en que se ordenaban, apretujados y exultantes. Recuerdos de aquella familia de la clase media ourensana en la que nació en los años 30, de abuelos médicos, madre pianista y padre funcionario de Hacienda. De aquellos otros cinco hermanos (Carlos, Antonio, Heriberto, María Teresa y Jaime), casi todos como él con instinto artístico...

Atrás, en la memoria de este hombre cordial y siempre amigable, había quedado la memoria de su padre, fallecido de una pulmonía en plena Guerra Civil, llevándose consigo la llave de la despensa y dejando a los suyos con graves apreturas que salvó el coraje de su madre, Teresa Porto, dispuesta a tocar el piano hasta para distraer el hambre y a trabajar en la Audiencia de Ourense. Aquellos veranos en que "las hordas de los Quesada", como contaba su hermano Heriberto, arrasaban las cepas de todos los viñedos de los alrededores, las manzanas, peras, cerezas, ciruelas y otras chupitainas, comandados por el hermano mayor, Carlos, experto cazador de todo lo que se movía y sirviera para dar aliento al gaznate, fueran palomas, rulas, perdices, ranas, anguilas, truchas... En ese almacén de los recuerdos tenía Fernando, aunque quizás ya se le habían ocultado hace unos años, aquellas veladas de la infancia sin televisión en torno a una gran mesa camilla en la que todos se entretenían pintando y él dibujaba sus primeras caricaturas.

Sus primeras letras, sus años de futbolista en el club Deportivo Ourense y en el Langreo, y aquella mujer ¡ay, aquella mujer menuda y jacarandosa que conoció y le encandiló para siempre en la Escuela de Artes y Oficios, Ana Legido, con la que casaría en 1960 tras haber ganado ya las oposiciones a Hacienda! ¡Si la llamaban sus amigas en Ourense la Esther Williams por lo bien que nadaba de niña y adolescente en el Miño! ¡Y qué bien cantaba su chica en los festivales del colegio y hasta en teatros ourensanos en galas benéficas!

Aquella mujer le daría seis hijos y con ella emprendería otra vida en el Vigo pujante de los 60. En 1961 se iniciaría una trayectoria conyugal que solo separó la muerte precoz de ella en 2012, justo cuando él por su enfermedad de la memoria más la necesitaba y más afectividad espontánea, sin filtros, instintiva, derrochaba con ella. Pero por medio hubo una larga vida llena de muy buenos momentos y, como todas, de algunos malos.

¡Qué años aquellos 60 los de Ana y Fernando, aunque quizás se hubieran difuminado en su memoria! Aquella casa suya convertida en hospedaje por sus amigos o familiares artistas de Ourense, para los que exponer en el Vigo de aquella época era un maná. No solo sus hermanos Quesada, Antonio o Xaime, también Acisclo Manzano, Buciños, Pousa, que era de Goián pero se sumaba al grupo... Muchos recuerdos podría tener Fernando. Las esculturas de Acisclo Manzano que se le acumulaban en casa ("si llego a saber lo que luego se cotizarían no le hubiera insistido en que me las sacara...", me comentó Ana una vez), los hijos que iban viniendo, aquella primera sala Caixanova en la que ella conoció a Blanco Amor, aquel Lugrís ingenioso, los vinos tras las exposiciones en el bar Condado, en el Túnel, en el Valeije, en el Eligio de aquellos tiempos... También amigas artistas de ambos como Mercedes Ruibal, María Victoria de la Fuente, aquella María Antonia Dans con la que iba por ese emblemático Chavolas, la amistad diaria con Torrente Ballester...

Y, cómo no, aquella primera colaboración como dibujante gráfico en el FARO de 1961 que se extendió hasta 2011, en que el alzheimer comenzó a erosionar su memoria .Una de las imágenes repetidas que yo tengo en mi memoria de 35 años de trabajo en FARO es una pregunta de los alumnos que visitaban el periódico: ¿Dónde se sienta Quesada? Medio siglo, 24.000 viñetas le convirtieron en uno de los grandes de España, con Mingote, Chumy Chúmez, Peridis, Forges...

Y sus últimos amigos en activo, su última tertulia antes de que la enfermedad le retirara; la tertulia de los jueves, que se celebraba en realidad los miércoles: Magar, Carmen Parada, Rodrigo Varela, Miguel Ángel Contreras. Joaquín Rolland, Alberto Cuevas... A mí Quesada me contó un chiste hace muchos años. "Yo cuando me muera prefiero hacerlo por lo civil, porque así me evito líos de si hay cielo, purgatorio o infierno, que son cosa religiosa. Te mueres y te despreocupas".

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