El consumo desmedido e irracional de antimicrobianos, y en particular de antibióticos, y la escasez de tratamientos alternativos, ha pasado de ser una amenaza de futuro para convertirse en una realidad con un precio muy elevado: el aumento de la resistencia a esos medicamentos, un grave problema que se registra en todos los países del mundo y que puede afectar a cualquier ciudadano, con independencia de su edad, tal y como alertó hace ya un par de años la Organización Mundial de la Salud (OMS), al presentar su primer informe global sobre esta cuestión, en el que avanzaba que "podría poner en jaque los avances en salud".

La última voz de alarma surgió la semana pasada en Estados Unidos. Una mujer de 49 años murió en ese país por una infección de orina causada por una E.Coli resistente a la colistina, un antibiótico de último recurso. "Es un viejo antibiótico, pero era el único que nos quedaba para lo que yo llamo una bacteria de pesadilla", advirtió Thomas Frieden, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, refiriéndose a la familia de bacterias conocidas como Enterobacterias Resistentes a Carbapenemasas (ERC). "Este es el final del camino de los antibióticos, a no ser que actuemos rápidamente", agregó el experto.

El problema no es nuevo. Cuando el científico escocés Alexander Fleming descubrió la penicilina, a finales de los años 20, los médicos pensaban que era la panacea, que las infecciones iban a desaparecer, pero no estaban en lo cierto. El propio Fleming lo advirtió en 1945, al recoger el premio Nobel de Medicina por ese hallazgo. "Llegará un día en que cualquiera podrá comprar penicilina. Entonces existirá el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente tomar una dosis insuficiente y que al exponer sus microbios a cantidades no letales del fármaco los haga resistentes". Y así fue. Pocos años después, empezaron a surgir las primeras cepas resistentes. ¿Por qué? Tal y como explica Germán Bou, profesor de Microbiología de la Universidade de Santiago, la resistencia a los antibióticos "es inherente a la propia vida". "Estos fármacos funcionan matando o impidiendo que crezcan las bacterias, pero también puede ocurrir que algunos de esos microorganismos cambien, se hagan más fuertes y se propaguen. Cuanto más a menudo se use un antibiótico, más probabilidades habrá de que las bacterias se vuelvan resistentes", advierte.

Los antibióticos son moléculas que destruyen a los microorganismos bacterianos y pueden ser de dos tipos: bacteriostáticos, si inhiben el crecimiento de las bacterias, o bactericidas, cuando las matan directamente. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todos los procesos infecciosos están producidos por bacterias. "Si un paciente sufre una infección causada por un virus y se le administran antibióticos no servirá de nada, ya que este tipo de fármacos no matan a los virus ni frenan su crecimiento", explica el doctor Bou. De ahí la importancia de someter a los pacientes a diagnósticos microbiológicos para saber si las infecciones están producidas por un virus o una bacteria antes de iniciar los tratamientos. "Los ciudadanos, por su parte, han de tener en cuenta que los antibióticos solo deben tomarse bajo la prescripción del médico. Bajo ningún concepto hay que automedicarse. También es importante tomarlos en las dosis adecuadas y en los tiempos aconsejados. No hay que terminar los tratamientos ni antes, ni después, porque tan mala es una cosa como otra", añade.

Tomar antibióticos cuando no son necesarios y abandonar el tratamiento a medias contribuye a que las bacterias se hagan resistentes, pero también lo hace el uso masivo de estos medicamentos en las granjas de animales, para curarles, en piensos o, simplemente, para prevenir las infecciones a las que son más propensos debido a las condiciones en las que son criados. "Estamos ante un problema global y la solución tiene que ser global", subraya Germán Bou, quien insta a las instancias normativas, a la comunidad científica y a la industria a actuar "de manera coordinada" para reducir, en lo posible, la aparición y propagación de resistencias a los antimicrobianos, con medidas como "el refuerzo de la prevención de las infecciones y la mejora del control de las que se producen para evitar su propagación"; el desarrollo de "protocolos diagnósticos rápidos e innovadores"; y "el apoyo a la investigación" para favorecer la elaboración de vacunas, entre otras.

Otra de las soluciones para revertir esta situación pasa por la búsqueda de nuevos medicamentos capaces de sortear las defensas que les plantean los microbios. Pero la introducción de nuevos antibióticos en el mercado es cada vez más excepcional. ¿Por qué? Porque a las grandes compañías farmacéuticas no les interesa invertir cantidades multimillonarias en nuevos tratamientos que dejarán de ser eficaces al cabo de unos años a causa de las resistencias. "Están a punto de salir dos nuevos antibibióticos -uno de ellos se empezará a comercializar el año que viene-, pero no es suficiente", apunta el doctor Bou, quien reconoce que la escasa rentabilidad de producir antibióticos hace que la industria "prefiera centrarse en desarrollar tratamientos para las enfermedades crónicas".

La situación, insiste el profesor de Microbiología, es "preocupante". Solo en Europa, las bacterias resistentes a los antibióticos causan más de 25.000 muertes al año, el doble que el ébola en su último brote epidémico. En Estados Unidos, que en septiembre de 2014 lanzó una estrategia para combatir las resistencias a los antibióticos en personas y animales, la cifra de fallecidos es algo menor, aunque también superan los 23.000. España cuenta también con un plan preventivo y de acción, que el Ministerio de Sanidad acaba de hacer llegar a todas las comunidades, y que va en la misma línea del estadounidense.

"Sin hacer nada, a medio plazo, dentro de unos cincuenta años, podríamos estar ante un escenario en el que muera gente por infecciones bastante comunes", subraya Germán Bou. Una advertencia que ya lanzaba la OMS en su informe de 2014: "Si no tomamos medidas importantes para mejorar la prevención de las infecciones y no cambiamos nuestra forma de producir, prescribir y utilizar los antibióticos, el mundo sufrirá una pérdida progresiva de estos bienes de salud pública mundial cuyas repercusiones serán devastadoras". El mayor organismo sanitario mundial lo dejaba bien claro: "Están en peligro los grandes logros de la medicina moderna".