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Un servicio para los más vulnerables

Los ángeles del barrio

El servicio de cuidadores atiende a casi 400 usuarios en Vigo

Ana Rodríguez Rivero | Coordinadora As Travesas: "A veces lo que necesitan es un brazo en el que apoyarse"

Marisa Montaña pasea por Bouzas como si hubiera vivido en ese barrio toda la vida. Los vecinos la saludan y ella se conoce sus nombres, adultos y niños. Su chaqueta naranja es su tarjeta de presentación: es una de los cuidadores de barrio, servicio que desarrolla la Fundación Érguete desde 2012 en el marco del convenio con el Concello de Vigo incluido en el Plan Municipal de Empleo. Los vecinos la paran por la calle, conversan con ella e incluso le informan sobre cualquier incidencia: una baldosa suelta, un punto de luz defectuoso, un banco roto..., que después ella traslada al Concello. "Son los ángeles del barrio", afirma Juanjo, un vecino de Bouzas, señalando a dos cuidadores.

"Somos cuidadores de las personas, pero también del barrio. Recogemos y trasladamos las necesidades de los vecinos", afirma Marisa, coordinadora de Bouzas- Coia. En esta zona, trabajan seis cuidadores, que atienden a unos 65 usuarios, la gran mayoría personas mayores que viven solas y que necesitan la ayuda de alguien para ir al médico, hacer una gestión bancaria, hacer la compra o simplemente, dar un paseo.

Para estos usuarios, los cuidadores marcan la diferencia entre salir y realizar las gestiones básicas o quedarse en casa. Uno de los ejemplos más claros es el de Antonio Román y su mujer, Aquilina Pérez, ambos de 84 años. Este matrimonio vive en un piso sin ascensor en Bouzas, por lo que para Aquilina, subir las bolsas de la compra le resultaba una tarea hercúlea. Precisamente subirle la compra fue el primer servicio que le prestaron los cuidadores. Por entonces, Antonio llevaba varios meses sin salir. Ciego a causa del glaucoma, apenas se movía y Aquilina no podía ayudarle a bajar las escaleras del portal. Al principio, tampoco quería que los cuidadores lo bajasen. El hecho de no ver y la inactividad física habían hecho mella en este marinero jubilado. "Ahora sale todos los días, si no llueve, claro, y una hora antes de que vengan ya me está preguntando si van a venir o no", comenta Aquilina, que aprovecha ese momento para comprar o simplemente, acompañar a su marido en su paseo matinal. "Tenemos dos hijos, pero no podemos estar tirando de ellos siempre porque trabajan. Los nietos también están locos por quedarse con el abuelo y se ofrecen siempre que pueden, pero también tienen que ir al colegio y hacer sus cosas", explica Aquilina.

Olga González Blanco, de 82 años, es otra vecina de Bouzas y, como este matrimonio, es otra de las primeras usuarias de este servicio. Al principio, requería la ayuda de los cuidadores casi a diario, ya que no se atrevía a bajar las escaleras después de sufrir una caída y prefería que le trajesen la compra. Ahora va a comprar ella, acompañada por un cuidador. "Tengo temporadas en que necesito más ayuda que otras. La pido solo si necesito ir al médico, al banco o hacer una compra y mis hijos no pueden acompañarme, porque trabajan. Pero no me gusta abusar porque sé que hay otra mucha gente que también los necesita", afirma esta ourensana, que vive en Bouzas desde 1960, año en que se casó con su marido, de quien enviudó hace 32 años.

Conseguir que los usuarios sean lo más autosuficientes posible es una de las prioridades del servicio. "Pretendemos que tengan autonomía, de manera que si una persona puede salir a comprar, nosotros preferimos acompañarla a llevarle las cosas a casa", explica Marisa Montaña.

Pero este no es el único objetivo. Acabar con la soledad es otro. "A veces solo necesitan un brazo en el que apoyarse, y alguien que les escuche y que esté ahí", afirma Ana Rodríguez, coordinadora de As Travesas, donde cinco ciudadores atienden a más de una veintena de usuarios.

Carmen Duro Iglesias es una de estos usuarios. Esta anciana de 89 años tiene cita con el médico y Marta Vidal sube a recogerla a su casa para ayudarla a bajar las escaleras. Carmen apenas ve y se ayuda de un bastón y una muleta para caminar. "Ya no veo de cerca ni con una lupa y echo de menos leer y también escribir", se lamenta esta lectora empedernida y poetisa, que ha publicado varios poemarios y que ganó el segundo premio en un concurso. Gran conversadora, Carmen evoca su intensa vida -fue la fundadora de la Asociación de Mujeres Separadas de Vigo- y recita de memoria algunos de sus versos. "Siempre trabajé en el banco y fui jefa de valores. Sin embargo, siempre tuve alma de poeta", dice.

Una cita diaria en la agenda de los cuidadores de As Travesas es la que tienen con Tere Pando, de 81 años, a quien todos los días llevan la comida a casa. Si el tiempo acompaña, también la animan a salir, aunque a veces no les resulta sencillo. Esta vecina de la plaza de la Independencia tiene vértigos y confiesa que no le gusta salir. "Estoy más cómoda en mi casa", afirma. Sin embargo, el objetivo de los cuidadores es que salga. "Intentamos que pasee un poco todos los días si no llueve y luego nos sentamos un rato a charlar", explica Ana Rodríguez.

Tere se mete en broma con Luz Mari Vázquez, la cuidadora con la que pasea ese día, y Luz Mari, a su vez, insiste en que tiene que pasear y comer más, también. "Come como un pajarito", comenta esta cuidadora colombiana, que ya tiene experiencia en el cuidado de personas mayores, ya que trabajó en una residencia de ancianos. Sin embargo, asegura que le gusta más esta nueva faceta. "Me encanta trabajar con personas mayores y aquí disfruto muchísimo porque están en su entorno y no es lo mismo que cuando están en un centro geriátrico", explica Mari Luz, de 48 años, que emigró a Vigo hace 15 años con su hijo.

Como el resto de sus compañeros, su contrato expira en octubre de 2017, fecha en que finaliza el actual convenio con el Concello, porque el servicio de cuidadores tiene dos vertientes: por una parte, prestar ayuda a los ciudadanos más vulnerables y mayores con dificultades, y por otro incorporar al mercado laboral a personas en situación o riesgo de exclusión social.

Bea Míllara, técnica especialista en informática de gestión y administración, se quedó en el paro y descubrió que, con 41 años, ya es "vieja", dice para trabajar. "No tenía experiencia cuidando a personas mayores, pero he descubierto que tengo gran empatía y que disfruto mucho con ellos", explica. Además, el horario, de mañana, le permite conciliar vida laboral y familiar, y estar con su hijo, de 9 años, por las tardes.

A Marta Vidal, el servicio de cuidadores es algo más que un trabajo. "Gracias a él vuelvo a ser yo misma", asegura. Víctima de un accidente grave de tráfico que casi acaba con su vida hace 11 años y que le ha dejado importantes secuelas, esta viguesa de 40 años confiesa que no era capaz de salir de su barrio. "No podía ir a ninguna parte porque no quería que la gente que no me conocía me viera. Ahora voy donde sea y me da igual. Me siento útil y me siento bien. De los mayores aprendo todos los días y me dan tranquilidad. Además, me siento muy querida por ellos y por mis compañeros. Este trabajo me ha dado la fuerza que me faltaba, me ha devuelto la vida", dice.

Esta pasión es compartida por los cuidadores, incluidos los más veteranos como Ana Rodríguez y Marisa Montaña, que comenzaron ya en el Casco Vello, donde vivieron experiencias muy duras. O tal vez sean estas las que hacen que disfruten al máximo de los momentos gratos, que afirman que son casi todos, de su trabajo.

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