Ser feliz viviendo en una silla de ruedas y necesitando de un suministrador de oxígeno para respirar podría ser una quimera para muchos pero no para Francisco Díaz. "Supongo que la felicidad absoluta es tener todo aquello que ansías, pero está demostrado, por lo menos para mí, que eso no existe", apunta. "La felicidad para mí es el levantarme día tras día y poder seguir disfrutando de mi particular vida que, aunque a muchísimas personas no les gustaría tener que vivir, yo la adoro y no la cambiaría por nada porque la felicidad está en saber conformarte con quien eres y no tratar de alcanzar metas que no te corresponden", reflexiona.

Ejemplo de alegría y de capacidad para transmitirla es también Luzi Lorenzo, una joven afectada desde niña por la enfermedad de Crohn y obligada a estar unida a una mochila en la que porta las bolsas que le nutren. "Dicen que la felicidad no se toca, no se ve, pero lo importante es percibirla. Está en todo momento y solo hay que interesarse por ella", cuenta. "Para mí es la luz del amanecer entrando por la ventana, las gotas de lluvia que hacen cosquillas cuando resbalan por las mejillas, encontrar la parte fresca de la cama en una calurosa noche de verano...", describe.

La ceguera tampoco hizo renunciar nunca a José Ángel Abraldes, director del Centro de Recursos Educativos de la ONCE en Pontevedra, a su derecho a la felicidad. "Procuro ser feliz sumando cotidianamente muchas pequeñas vicisitudes interiores y manteniendo expectativas moderadas. Considero conveniente no tener buena memoria para recordar las malas experiencias, que siempre lastran la felicidad", concluye.