"Oye, Carlitines (qué precioso nombre, Carlitos, niño mío, mi amor, mi dicha, mi locura, mi único destino). Te querré hasta la muerte. Tú español mío, chiquillo mío, no te irás nunca. ¿Verdad que nunca? ¿Verdad que no nos separaremos jamás?"

"Carlitines: que gusto, voy a escribirte como me dé la gana. Libertad: diosa mía. Acabo de recibir tu carta hermosa: dulce, alegre, fresca. Una pura delicia. Ah malísimo: lo que me has dicho (y cantado con tus versos). Qué chispeante eres, chiquillo. (Borro eso, que era un piropo). Da gusto decir eso, y mucho más. Porque es guapísimo (¡mentira!) y porque le adoro, y porque es mío y me lo como a amor. A AMOR, qué gusto escribirlo con todas sus letras, y no llamarlo filosofía ni eufemístico circunloquio que le estrujan a uno el alma y le hacen a uno polvo. Pues sí: Te amo ¿ves? Lo he dicho y no se ha hundido el firmamento. Soy feliz. Estoy como el nadador por el agua, por el cielo. Carlitos: vente conmigo y vámonos... 'a Sevilla por amor'. A donde sea'".

"(...) ay, cómo me desencadeno cuando te amo (que quiere decir a toda hora).

Unos días más tarde le escribe:

"Otro día. Otro día hacia ti. Que impaciente estoy. Esperándote te escribo.

(Finales de marzo de 1948)

"Qué bonito estás Carlitines. Qué guapo y dulce para mi amor. Has entrado en mi cuarto; es de noche, como cuando cenaste aquí y nos vinimos a esta habitación, y yo me acosté y tú sentado en el borde de la cama reclinaste tu cabeza de niño sobre mi pecho. ¿Te acuerdas? ¡Cómo nos mirábamos! Yo creo que fue el día más feliz de mi vida, aunque el día de nuestro desposorio fue aún más por ser el más sagrado. ¡Qué verdadera mística es el amor! Te acuerdas de aquellas horas, en el cuarto mirándonos, besándote, sonriéndonos, fundiéndonos?"

Estas palabras evidencian que no se trata de una relación efímera, sino profunda, canónica.

"El amante, el amado (qué graciosa palabra) es entonces eso: pedazo de cielo arrojado a los brazos de su amor para su confusión y gloria...".