Los diarios personales reflejan la primera reacción literaria frente a la vida, la soledad del individuo ante el derrumbamiento de las cosas: la espuma de los días. Los hay más o menos íntimos, personales o cronicados, pero siempre conservan la marca de lo inmediato. Salvador Pániker (Barcelona, 1927), octogenario a punto de romper una nueva barrera de la edad, sabio e irrepetible, demuestra que el diagnóstico que incluye el título de su última entrega, "Diario del anciano averiado", no es del todo cierto: el anciano que escribe no está estropeado. O no lo estaba, al menos, hace dieciséis años cuando empezó a redactar el volumen que ha publicado Random House, continuación de "Cuaderno amarillo", "Variaciones 95" y "Diario de otoño". "El concepto de 'calidad de muerte', complementario del de 'calidad de vida', es nuevo en medicina. La sedación paliativa está en pañales. Los médicos temen que se confunda cuidados paliativos con eutanasia. La idea de que debe primar siempre la voluntad del paciente está poco extendida. Los fundamentos de Pro-Vida chillan mucho". Lo escribió en 2003 y seguimos así.

Ignacio Vidal-Folch, como demostró en su magnífico dietario "Lo que cuenta es la ilusión" (Destino, 2012), es capaz de regalarnos un reportaje en dosis pequeñas, junto a las agudas reflexiones de sus entradas de "El Gato de Schröninger", la serie que firma semanalmente en "El Mundo". Vidal-Folch es un nuevo Renard, se puede decir que ha revolucionado el género.

Los dietarios han sido textos imprescindibles para los biógrafos de los escritores. El gran humorista P. G. Wodehouse imagina a estos autores rebuscando en el suyo, donde según dice ha quedado registrada su vida de pe a pa. Por ejemplo: "1 de enero. Hoy día húmedo. No ha sucedido nada. 2 de enero. Día húmedo. No ha sucedido nada. 3 de enero. Todavía nuboso. No ha sucedido nada. 4 de enero. Buen tiempo. No ha sucedido nada. 5 de enero. No ha sucedido nada. 6 de enero. No ha sucedido nada". "Y así -escribe Wodehouse- hasta los 27 años". Pero en ocasiones han sucedido o suceden tantas cosas que el diario se nutre del torbellino. Y lo hace incluso en circunstancias extremas, como en el caso de Ana Frank, o en la más inquietante soledad, como Mihail Sebastian, rumano, judío del Danubio, que escribió uno de los dietarios más deslumbrantes de la literatura de todos los tiempos, entre 1935 y 1944, en una Europa convulsa y embargado por la distancia que le iba separando de otros intelectuales y amigos. "Te sientes abrazado por el frío cuando entras en la habitación de tus amigos y se detiene la conversación".

Paul Léautaud, anarquista de espíritu, como él mismo confesaba, y ferviente seguidor de Stendhal, mantuvo en 1933 uno de los diarios íntimos más descarnados sobre la relación con una amante: un intenso episodio de pasión amorosa y destructiva, al mismo tiempo. Aunque la cumbre literaria del intimismo se debe a André Gide, que almacenó su magma en un diario, desde los 18 a los 81 años que tenía cuando murió, en 1951. Testimonio de viajes y de momentos, documento histórico, reseña de libros y de amigos, el "Diario" de Gide se ha convertido en un texto de inexcusable lectura. Un buen día de abril de 1944 escribió en una avioneta camino de Gao (Malí): "Cielo blanco azulado. Empieza a hacer verdadero calor. Escala de media hora en El Golea. Conversación con dos muy simpáticos directores de correos y de la radio de dicho lugar. Uno de ellos viene del Congo. Bella armonía de las palmeras sobre la arena pura, que reencuentro con voluptuosidad".

El diario es relativamente moderno, en cierta medida porque también lo es la conciencia individual frente al derrumbe. Pero existe, no obstante, desde hace tiempo una preocupación ordenada de anotar lo que ocurre, de una manera quizá menos celosa de lo específicamente íntimo pero sí desinhibida. Incluso extremadamente desinhibida tratándose de un inglés como Samuel Pepys, secretario del Almirantazgo y miembro del Parlamento, que escribió un diario divertido e indiscreto entre 1660 y 1669. Un 7 de mayo, cuando contaba con 28 años, Pepys (léase Pips) nos dejó la siguiente descripción: "A Westminster, caminando. Me enteré de que Mr. Montagu comunicó anoche al rey haber dejado a la reina y la flota en el Golfo de Vizcaya. Ahora han de estar por la isla de Scilly. Vi muchas damas hermosas en Hyde Park y me quedé hasta que casi todas se marcharon".

La rebelión de la palabra íntima escrita no se revela en España hasta el siglo pasado con Pla, González Ruano, Gil de Biedma o Barral. González Ruano, que escribía las columnas de dos en dos o de tres en tres, con estilográfica y en un café, se suelta de sus lastres periodísticos en su "Diario íntimo" (1951-1965). Sintiéndose morir, acepta el final con elegancia y bohemia. "El terror es blanco. La soledad es blanca", anotó en las últimas líneas.

En "El cuaderno gris", de Josep Pla, el mejor documento de su palabra y que empezó a escribir en 1918, conviven los comentarios políticos de la actualidad con los aforismos, la literatura y los viajes. O descripciones impagables del día como la que sigue: "Hace una tarde clara, soleada, pavorosamente delicada, exquisita. Nubes blancas. El sol las salpica por abajo y se vuelven de color de rosa. El sol es vivo, la tarde azul, las sombras tienen una ligereza casi de primavera".