Fernando sueña en castellano y catalán cuando pasa una temporada larga en Barcelona, donde vive desde hace ocho años; en indonesio, cuando marcha a Andalucía para hacer de guía con los turistas musulmanes asiáticos; en alemán cuando estudiaba la carrera en ese país y en checo cuando está totalmente esfrascado en una traducción en este idioma. Es la prueba de la naturalidad con la que asume las nada menos que dieciséis lenguas que habla. Fernando de Castro nació en Vigo, pero su curiosidad, su capacidad lingüística, su don de gentes, su tesón y su constancia le han convertido en un verdadero ejemplo de ciudadano del mundo.

Fernando se escapa totalmente de las estadísticas que dicen que casi el 50 por ciento de los adultos en España no habla otro idioma. Un estudio de Eurostat, publicado el pasado mes de noviembre, asegura que el 48,9% de la población entre 25 y 64 años no habla ninguna lengua extranjera. Solo Bulgaria, Irlanda, Hungría y Turquía superan ese porcentaje. Muy lejos de países como Lituania, donde la cifra se reduce hasta el 2,7%, o Dinamarca, con el 5,9%. Un 34% de los encuestados españoles afirmó conocer al menos una lengua extranjera, un 12,6%, dos idiomas, y la cifra baja hasta el 4,5% cuando se les interroga por tres o más.

Profesor, traductor y guía turístico, Fernando habla castellano, gallego, catalán, portugués, inglés, francés, italiano, alemán, ruso, checo, húngaro, polaco, serbocroata, esloveno, griego e indonesio, por no mencionar el sueco o el danés que confiesa tener un poco olvidados.

Pero, ¿cómo se hace un políglota? Hay tantos ejemplos como personas; a algunos el interés por los idiomas les viene por las circunstancias familiares. A otros, les nace de lo más dentro de su ser. Unos los estudian por su pasión por conocer el mundo; otros no necesitan salir de su ciudad. Pero todos coinciden en que hablar distintos idiomas les ha cambiado su forma de entender la vida. "Te das cuenta de que hay muchas formas de vivir y que, en realidad, los humanos no somos tan diferentes", reflexiona de Castro.

El políglota vigués pidió a sus padres con 15 años que le comprasen un curso por fascículos porque quería aprender alemán y a los 17 hizo lo mismo con el ruso. "A unos les gusta el fútbol, a otros leer... a mí me gustan los idiomas, no es tan raro aunque mis amigos me llamaban 'el extraterrestre", recuerda riendo.

Desde muy joven, Fernando aprovechaba los veranos para conocer distintos países y mejorar su nivel con los idiomas. "Una de mis mayores motivaciones para estudiar siempre ha sido mi interés por viajar a un país", cuenta. Así, comenzó con campos de trabajo y erasmus en Alemania (estudió Filología alemana en Santiago). Un verano en Hungría, otro en Croacia, otro en Rusia...

En tres meses aprendió indonesio y los últimos cuatro veranos viajó a Bali, Java, Sumatra... "No es difícil; la gente allí es muy sociable y la inmersión lingüística, muy sencilla. Cuantas más lenguas hablas, más fácil es aprender otras nuevas", destaca. Gracias a esta nueva adquisición, Fernando trabaja ahora como guía e intérprete de indonesios por toda Europa, sobre todo en Andalucía. "Durante un tiempo fui traductor y di clases de idiomas, aunque realmente no me gustaba mucho el sistema educativo", afirma. De sus años de docencia, Fernando destaca la escasa capacidad de esfuerzo de los alumnos. "La gente cree que con ir un día a la semana a clase se puede aprender un idioma. Les cuesta hacer deberes en casa, leer, ver películas, estudiar vocabulario... Pero aprender un idioma requiere mucha constancia y esfuerzo", advierte. "Aquí la gente estudia idiomas para sacar un título, para tener un trabajo mejor... pero para mí tiene que haber también placer", dice. Su último reto placentero es el turco.

Tener un padre escocés y nacer en Vigo dio a Andrés Salter la ventaja de llevar "de fábrica" tres idiomas aprendidos. "Ser bilingüe es una suerte, pero siempre digo que también hay que currárselo y no dejar de formarse nunca en esos idiomas", destaca el joven, profesor en la Escuela Oficial de Idiomas y capaz de comunicarse en ocho idiomas. "Estudié Traducción e Interpretación y elegí inglés y portugués, ya que también tengo sangre portuguesa", explica. Poco a poco fue añadiendo también a su saber francés, alemán e italiano y realizó numerosos cursos en diversos países. "Alemán e italiano los estudié por simple gusto; son idiomas con muchas conexiones entre sí, y siempre es bueno desarrollarlos", considera. Andrés quita importancia a su capacidad de aprender idiomas. "Todos podemos aprender, aunque no tengamos la capacidad de una afinación perfecta; aunque es cierto que algunos tenemos una mayor facilidad y memoria lingüística", admite.

Para el profesor, es esencial la motivación del alumno para tener éxito en el aprendizaje de idiomas. "Aquellos que solo poseen un fin profesional lo tienen más difícil; lo ideal es que además exista un interés personal y disfruten de ello", dice. Para fomentar ese interés, el docente asegura que "la enseñanza actual es muy comunicativa y con planteamientos muy reales, lejos de aquella tan teórica que se enseñaba antes".

El placer por los idiomas y por las distintas culturas llevó también a Katerina Vlasakova de su Praga natal a Santiago a finales de los años 80. "Aprendí antes el gallego que el español", recuerda la que es hoy directora del Centro de Linguas Modernas de la USC. Katerina aprendió de niña en su país checo y eslovaco, "lo normal para todos los niños". Como el país era satélite de la Unión Soviética, también era obligatorio aprender ruso. Además, sus padres la apuntaron al único colegio en el que se impartían clases en inglés. "Tuvimos tantas horas de inglés como de ruso, pero las clases eran en checo", puntualiza. En la escuela secundaria optó por el francés -así como en la carrera donde lo compaginó con los estudios de checo- además de coger como optativa el italiano. "Siendo niño es muy fácil aprender los idiomas y se hace sin mucho esfuerzo", apunta.

"Las naciones pequeñas como la mía siempre están más preocupadas por aprender lenguas más extendidas; primero porque la suya la habla poca gente y segundo porque pueden estar geográficamente bien situadas y así tienen una cierta tradición de multilingüismo, como la República Checa, que siempre fue un cruce de caminos en Europa", justifica.

La directora del centro opina que los españoles "no tienen ninguna dificultad en el aprendizaje de idiomas, aunque es cierto que su lengua carece de declinaciones y por ello sí que hay menos obstáculos para llegar a hablar el español bien con cierta rapidez. Eso sí, uno tiene que estar motivado para hacerlo, ya que el sistema no insiste demasiado en el estudio de lenguas extranjeras", lamenta, al tiempo que advierte que "sobre todo si se hace con pasión, este aprendizaje significa un enriquecimiento para toda la vida, una inversión en uno mismo a corto medio y largo plazo; el conocimiento de varias lenguas nos hace más empáticos con la diversidad del mundo, y nos permite ser más creativos a la hora de resolver problemas, mejora la autoconfianza y permite formarse su propia opinión sin depender de los demás", destaca.

De Irán a Vigo

Mina Shayan nació en Tabriz (Irán), una zona montañosa pegada al Mar Caspio donde la lengua materna es el azerí. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Azad de Teherán y, además de persa y español, domina el árabe, el inglés y el turco. Llegó a Vigo en 2008 para especializarse en temas de género y, sin dudarlo, aprendió pronto el gallego. "En mi país es muy habitual que la gente quiera y se esfuerce por aprender idiomas, porque es una forma de abrirte las puertas para conocer el mundo y tener nuevas oportunidades", explica la joven. Sin embargo, más allá de los idiomas dominantes como el inglés, a Mina le interesan los más minoritarios. "Como el turco, por ejemplo, porque me gusta mucho su cultura", apunta.

Mina imparte clases de persa en la Universidade de Vigo. "Tengo una veintena de alumnos de carreras muy distintas; desde ingeniería a derecho, física, empresariales... Creo que en España sí que interesan los idiomas, al menos a la gente de mi generación, y la cultura de esos países", opina. Una de las claves para no perder los idiomas aprendidos es mantenerlos activos. "Ver películas, leer libros, buscar gente con la que hablar... Ahora me gustaría aprender un idioma muy distinto a los que ya se, como el japonés", apunta la políglota iraní.

Precisamente el japonés es el idioma alrededor del que gira la vida de Suevia Sobral, una joven de Poio que actualmente imparte clases de este idioma en la Escuela Oficial de Idiomas de Vigo y de chino y japonés en la UNED de Pontevedra.

"Estudié Derecho Internacional y, aparte del inglés, italiano y un poco de francés, empecé a aprender chino y japonés con la intención de poder trabajar en alguna embajada asiática", cuenta. Comenzó con los dos idiomas al mismo tiempo y no se arrepiente. "Tienen en común la escritura y uno ayuda al otro", dice.

La docencia, desde el primer momento, la enganchó y ahora está segura de haber encontrado su lugar. "Los alumnos que vienen a japonés suelen ser apasionados de su cultura, por lo que es muy fácil motivarles", asegura. Ella lo hace a través de numerosas actividades en las que siempre intenta que algún japonés residente en la ciudad les aporte su experiencia. "Hay muchos más de los que pensamos y por eso es muy fácil poder conversar casi a diario", dice Sobral. Aunque considera que viajar es importante para aprender un idioma, "no es esencial". "Yo viajé a Japón después de sacar el título; hoy en día es posible hacerlo gracias a todas las herramientas a las que tienes acceso pero para soltarte a hablar en la vida real y entender muchas cosas de su cultura y su forma de comportarse sí es un paso necesario", concluye.