Corría 1993 cuando Antonia Dell'Atte, toda exceso, puro neorrealismo italiano, se sentaba ante el poli deluxe de por aquel entonces, la infernal máquina de la verdad, para contar, cual Lady Di o Maite Zaldívar, que en su aquel matrimonio eran tres. Aquello fue la tormenta perfecta, las diez plagas de Egipto, el Apocalipsis Bíblico. El mayor tsunami de famoseo hasta la preñez de Chabelita y futuros escándalos. La despechada italiana se despachó a gusto. Le dijo a la mujer diez Obregón de todo menos bonita. Julián Lago ejercía de domador. Ahí empezó una de las guerras más cruentas de la historia de la televisión y del mundo rosa. Con el conde a modo de Helena de Troya. Veintinco años de vendettas, tiras y aflojas, dardos envenenados, escaramuzas, guerras frías, audiencias y exclusivas. Un cuarto de siglo de enemistad íntima máxima. Toda una antología histórica de peleas de gatas echada a perder por una reciente reconciliación. Siempre nos quedarán los enfrentamientos Esteban-Campanario, la rivalidad entre Bárbara Rey y María José Cantudo, el pique cool entre Carmen Lomana y Naty Abascal. O las puyas de Mariló Montero a su homónima Anne Igartiburu. Puro óxido.
