Aceptando que una película como "Autómata" se alimenta más de referencias a otros títulos cinematográficos que de ideas propias, es difícil no analizarla sin tener presente esa dieta tan rica en homenajes, guiños o copias extraídos de una memoria colectiva que contamina a las audiencias y elimina la capacidad de sorpresa. Es de suponer que Gabe Ibáñez ya se esperaba una acogida así: si empiezas tu película con planos aéreos de una ciudad del futuro mugrienta, con grandes hologramas ocupando el espacio y la vida artificial en primer plano no puedes quejarte de que luego te comparen con "Blade Runner", y lógicamente para peor. Si encima llenas el guión de pasajes filosóficos sobre el futuro de la humanidad y unos robots que quieren sentir y poseer emociones ya puedes esperar las comparaciones con la misma "Blade..." o "Inteligencia artificial". Palabras mayores.

Pero si se consigue mantener a raya esas alargadas sombras y se olvida el extenuante pasaje del desierto, con sosos vínculos más baratos de producir con el western, se puede elogiar la valentía de afrontar un género tan complicado como la ciencia ficción con un presupuesto que en Hollywood no da ni para cafés (un bravo para el empeño de Antonio Banderas, que está bastante mejor de lo que dicen las malas lenguas, bien arropado por un reparto estupendo) y se pueden disfrutar varios momentos en su primera parte realmente notables: las conversaciones maltrechas entre Banderas y su mujer embarazada, un asesinato a manos de dos niños, una persecución de coches en la que conduce la autómata o un baile preñado de extraña melancolía entre el hombre y la máquina de ojos tristes.