Lagarto, lagarto
Los aciertos visuales en la destrucción masiva final chocan con un entramado dramático endeble y sin brío

Godzilla, en plena acción.
EDUARDO GALÁN
Los títulos de crédito y el arranque de la nueva versión de "Godzilla" resumen muy bien el punto desde el que parte la película. En la presentación aparecen los nombres de los actores, productores, directores? que se van tachando como si se tratase de expedientes clasificados por el Ejército norteamericano. En cambio, en cuanto comienza el metraje estamos en Japón: ahí llegan los niños orientales, tan ordenaditos, a su clase, las centrales nucleares, los paneles setenteros... Conviven en el filme esas dos vertientes, la advertencia de blockbuster dedicado al público estadounidense y la necesaria referencia a la serie clásica que inició Ishiro Honda en 1954. Pronto, vemos que las intenciones de Gareth Edwards y sus guionistas poco tienen que ver con la serie japonesa: ahí comienza una especie de relectura del mito del lagarto gigante y, sobre todo, de los humanos que sufren a sus pies.
Quiere el cineasta británico, como ya hizo en su debut "Monsters", contar el regreso del héroe a casa (Aaron Johnson) a rescatar a su familia y sus conflictos con el padre (Bryan Cranston), pero casi nunca consigue su objetivo porque la narración se le queda deslavazada y falta de brío. Lo sorprendente es que, aun comenzando con las maneras de blockbuster mezcladas con el cine japonés de monstruos, el filme se decida por una tercera vía dramática que nunca acaba de cuajar. La falta de una estructura, que deja a muchos de los personajes completamente abandonados, sólo se recupera en los momentos puntuales en los que el monstruo sale a la superficie y se enfrenta a sus dos antagonistas gigantes.
Ahí, en la destrucción masiva, se encuentran algunos de los grandes aciertos del filme. Con ese San Francisco como campo de batalla, esas cucarachas gigantes pasando por debajo de los protagonistas en un puente o la batalla final (arrumacos monstruosos incluidos, al estilo de "Monsters"), Edwards confirma que es un director que sabe manejar las perspectivas con una habilidad asombrosa.
La cuestión es que casi nada más le acompaña.
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