Rebeldes sin pausa

Aburrido y desangelado arranque de otra olvidable franquicia distópica

Shailene Woodley, en acción.

Shailene Woodley, en acción.

TINO PERTIERRA

Verdad. Abnegación. Osadía. Cordialidad. Erudición. Falta algo en el guión de Divergente: aburrimiento. Es muy probable que los adolescentes que devoran las novelas que inspiran esta nueva saga distópica encuentren motivos de diversión en esta primera adaptacióna al cine, lo mismo que sucedía con "Crepúsculo" o "Los juegos del hambre". Romance contra todo riesgo, alguna pelea (ridícula cuando salen a relucir armas de fuego que parecen de "paintball"), escenarios ruinosos de un mundo venido abajo y alguna que otra lagrimita para que la protagonista madure con las duras. A diferencia de "Crepúsculo", aquí, al menos, hay dos guaperas al frente del reparto que, especialmente ella, no lo hacen mal. Shailene Woodley ya demostró su talento en cintas anteriores, y aquí saca todo el jugo posible (poco) a un papel cogido con pinzas. Y Theo James, un peldaño por debajo, no invita a cerrar los ojos cada vez que sale. Vamos, que no es Robert Pattinson. También hay que decir a favor de "Divergente" que Neil Burger es un director más competente que sus colegas en las otras sagas, como dejó de manifiesto en "El ilusionista" y "Sin límites". De ahí que, al menos, se puedan encontrar algunas secuencias meritorias, en especial, una ejecución con la que demuestra cómo un movimiento de cámara puede dar un toque de distinción a algo mil veces visto.

Hasta aquí, lo bueno. Por desgracia, los peajes de meterse en un embolado como éste son inevitables, y que Burger haya desistido de seguir al frente deja bien a las claras que el éxito de taquilla no compensa tanta renuncia. "Divergente", con sus giros de realidad virtual a lo "Matrix" y su metraje a todas luces excesivo, se desarrolla cansinamente con una gelidez polar y una falta casi absoluta de emoción. Como la malvada (una Kate Winslet con cara de "ya sé que pinto poco aquí, pero pagan muy bien") y sus secuaces no dan mucho miedo (la batalla final es casi patética en ese sentido), el romance de marras es una sarta de tópicos y los personajes están agarrados al estereotipo y no lo sueltan, sólo queda soportar pacientemente unas imágenes condenadas al olvido instantáneo. Los aficionados a los tatuajes quizá les saquen más provecho.

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