Con Emilio Martínez Garrido, último alcalde republicano de Vigo, ya detenido y a la espera de una sentencia que lo condenaría a muerte el 20 de agosto de 1936, el 23 de julio de ese mismo año, las fuerzas franquistas proclamaban anticipadamente su triunfo en la ciudad. No es de extrañar, por ello, que el comandante militar Felipe Sánchez, ungido de un poder "de facto", constituyese una denominada Comisión Gestora Municipal al frente de la cual nombró, con el cargo de presidente, a José Jiménez García. Infelizmente para él, Jiménez García no figura entre la lista de alcaldes de la historia de Vigo, ni siquiera como tal "presidente de la comisión gestora municipal", sino como comisario de guerra. Y es que, tras el fusilamiento de Martínez Garrido, Vigo permaneció sin alcalde durante año y medio, hasta que, con la guerra ya prácticamente finiquitada, el 31 de enero de 1938 Luis Suárez Llanos Menacho se convierte en el primer alcalde franquista de Vigo. Era Suárez Llanos quien, como máximo representante de la ciudad, llevaba el bastón de mando en los fastos con que, el 17 de abril de 1939, se celebraba el Desfile de la Victoria. Sin embargo, este primer período de alcaldía de Suárez Llanos no duraría mucho. En septiembre de ese mismo año sería sustituido por Estanislao Durán Gómez, heredero de la consignataria naviera que regentaba su padre Estanislao Durán David. Suárez Llanos retornaría, no obstante, a la alcaldía el 24 de junio de 1940, y esa vez para ejercerla hasta 1949.

Durán Gómez y Suárez Llanos ejemplifican el tipo de hombres (por supuesto, siempre hombres) que, salvo puntuales excepciones, Franco quería para tomar las riendas de las principales ciudades gallegas. Superado el período de los comisarios de guerra, terreno abonado para los militares y los falangistas más radicales, eran necesarias figuras emergentes con "proyección social" que proporcionasen prestigio al régimen y que no estuviesen "quemados" por la guerra: esto es, y en la medida de lo posible, o al menos en apariencia, con las "manos limpias".

Para Pontevedra, el elegido fue ni más ni menos que el mismísimo juez municipal de la capital, Ernesto Baltar Santaló, procendente de la monárquica y muy conservadora familia de los Baltar originarios de Padrón. Ernesto Baltar ejerció de alcalde de Pontevedra entre el 21 de mayo de 1937 y el 16 de abril de 1939, dando paso al que sería la gran figura de entre los primeros alcaldes pontevedreses del franquismo: Remigio Hevia Marinas. De profesión banquero, Hevia, que ya había sido alcalde de la ciudad entre 1928 y 1930, estaba al frente de la Banca del Marqués de Riestra. El periodista e historiador Rafael L. Torre lo define como "un hombre de aire anglosajón, recto, culto y atildado" que, tras el período 1939-1942, volvería a ejercer la alcaldía, por tercera vez, entre los años 1949 y 1952.

Las disputas entre católicos y falangistas, que se reflejaron no solo en el Ayuntamiento, sino también en otras instituciones municipales, propiciaron que, entre 1936 y 1939, Ourense hubiese contado con cuatro alcaldes y que, encima, dos de ellos, repitiesen. Tras el triunfo del Alzamiento, asumiria la alcaldía el capitán de batallón Marcelino Mira Cecilia, quien muy pronto sería relevado por otro militar, aunque éste de mayor graduación, el general intendente Enrique González Anta Miramón.

La alcaldía de Miramón se vería interrumpida por uno de los líderes de la Falange local, Manuel Paco Núñez, que a su vez fue sustituido por otro militar, Eduardo Saavedra Caballé, recuperando la alcaldía otra vez el falangista a mediados de 1938: tampoco duraría mucho, porque en Ourense concluiría la guerra con el ya citado Enrique González Anta, que regentó la alcaldía hasta 1942. Todo parece indicar que triunfó, así pues, el sector católico... en alianza de conveniencia con el militar.

En Santiago, capital de Galicia, Franco era consciente de que había que elegir a un personaje adecuado al espítiru de la ciudad. El nombrado fue, ya en 1938, Juan Gil Armada, XII marqués de Figueroa. Sobrino del político filogalleguista Juan Armada Losada, el muy creyente católico y devoto Gil Armada, aunque fuere por su linaje tradicionalista se caracterizó por ser muy tolerante con las versiones más templadas del galleguismo. Duró como alcalde hasta 1941, pero después desempeñaría las presidencias de la Coral Agarimos, de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de la Archicofradía de Santiago Apóstol y, desde su fundación, del Patronato Rosalía de Castro.

Dos empresarios, Frutos Cerecedo Lapatza y Juan Gil Sequeiros, y un escritor, Ramón G. García Lago, ocuparon el sillón de la alcaldía de Vilagarcía de Arousa en los primeros años del franquismo. Cerecedo encabezó la Comisión Gestora Municipal que se constituyó una vez destituido (y condenado a cadena perpetua), el último alcalde republicano de la villa, Valentín Briones Rey, y ejerció la alcaldía en dos coyunturas más: 1941-44 y 1948-52.

Siendo tal vez una figura política de mucho menor talle que sus antecesores (el maderero Sequeiros se erigiría en uno de los más destacados líderes del Sindicato Vertical en Galicia y volvería a ser alcalde en 1948), sería paradójicamente Ramón García Lago quien celebró como primer edil el triunfo de los "nacionales".

Calificado como poeta "postmodernista", la alcaldía de García Lago, que había nacido en Puerto Rico, se extendió desde marzo de 1938 a febrero de 1941.

El comandante de Infantería Juan Yáñez Alonso y los abogados Rodrigo de la Peña García y Antonio Macia Valado se sucedieron al frente de la alcaldía de Lugo desde 1936 a 1941. Macia Valado, alcalde el 1 de abril de 1939, procedía de Renovación Española, partido fundado por José Calvo Sotelo, asesinado en vísperas de la guerra.

A Coruña vivió el "día de la victoria" con un vacío de poder municipal: la ciudad herculina carecía de alcalde al haber sido destituido, el mes anterior, el pintor Fernando Álvarez de Sotomayor (director del Museo del Prado entre 1921-31 y entre 1939-69).

Pero todavía no se había producido el nombramiento del que fue uno de los munícipes gallegos más longevos del régimen, José Pérez Ardá, cuyo último tramo en la alcaldía remató en 1974, al filo de la extinción del franquismo. ¡Y solo tenía 61 años!