Historia de amor en el Xeral
La escasa comida en el campo, los castigos por intento de evasión en una celda de poco más de un metro de largo por otro de ancho, los duros inviernos helados y los trabajos forzados durante casi 12 años en la Unión Soviética hicieron que el menudo Constante Vicente saliese del gulag pesando 38 kilos frente a los 60 que solía tener antes de partir al frente.
Así, casi pesando la mitad de lo que acostumbraba, se subió en 1954 al barco Semíramis -un año después de la muerte de Stalin- el joven guardés que entonces tenía 37 años de edad. El buque repatriaba a un buen número de españoles encarcelados en Rusia que dejó en Barcelona, donde fueron homenajeados. "Se suponía que les iban a dar una indemnización pero el dinero no lo vieron nunca, según me contó. El único que le pagaba algo era el Gobierno alemán como herido de guerra por haber perdido un ojo mientras limpiaba un arma", señala su hija.
Desde la ciudad condal, Vicente regresó a A Guarda donde hacía años que lo daban por muerto ya que las cartas que él escribía nunca llegaban por no tener derecho a correspondencia. Tras recuperarse, comenzó a trabajar como capataz forestal, primero, y después como ordenanza en el Hospital Xeral de Vigo (inaugurado en 1955).
Allí, un día, una máquina de escribir le cayó sobre una pierna hiriéndolo. "Lo llevaron a enfermería y no se le ocurre otra cosa que decirle al médico: 'Con estas enfermeras morenas tan guapas me curo enseguida'. Una le contestó: 'A ver si este gallego tan charlatán, se cura pronto y se va de una vez'. Seis meses después, se casaban. Ella era mi madre", relata Pilar.
Sobre la huella del gulag, indica que a su padre (que murió en 1991) le quedaron pesadillas y humanidad. "Me decía, tú que vas a ser periodista, tienes que decir que no se puede repetir la guerra".
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