En el módulo de mujeres de la cárcel de Teixeiro, muchas de las reclusas, originarias también del conocido barrio coruñés de Monte Alto, conocían a Rosalía Mera como "nuestra vecina". Esa "gran mujer de la que hablaban los medios" y que para ellas fue la que logró que por primera vez entraran ordenadores a su servicio en prisión, la que ayudó a más de una a emplearse después de salir, la que apoyó un original proyecto de comunicación al que otros antes le habían dado la espalda. "Había algo que le gustaba, más allá de dar dinero", cuenta Pilar Mingote. Esta maestra jubilada, "aprendiz de vocación" y alma de voluntaria, que encabezó junto a Paca Pardo, una incansable luchadora por el bienestar de las mujeres en la cárcel, la iniciativa "Chic@ss10", simboliza los muchos agradecimientos que se acumulan desde que el pasado jueves un derrame cerebral agotase la vertiginosa vida de la cofundadora de Inditex. Mecenas o filántropa. Emprendedora. Empresaria e inversora. Una personalidad única, reivindicativa y agarrada al humanismo como filosofía, que supo cambiar el rumbo cuando su particular mundo se derrumbó para luego cambiar el de muchísimos otros.

La Fundación Paideia, y todo lo que la organización entraña -un grupo perfectamente articulado de inversiones que aportan el beneficio suficiente como para sacar adelante otros proyectos de futuro y ofrecer una meta alcanzable para aquellos a los que su labor llega por la situación de desigualdad- permitió a Rosalía Mera reencontrarse consigo misma y lograr su sitio. "No podía estar sin trabajar", le contaba al conocido periodista Iñaki Gabilondo en una larga entrevista emitida por Canal+ el pasado año, cuando tocó hablar de ese momento delicado, al que pocas veces se refirió tan profundamente, del nacimiento de Marcos, su segundo hijo con Amancio Ortega, con síndrome de down, y la casi inmediata separación de la otra mitad del milagro Inditex. La empresaria tenía 40 años y se "pensaba" como "muy mayor". La misma sensación, aunque por motivos diferentes y un afán muy distinto también, que le movió a los 11 años a dejar el colegio porque creía que ya no le podían enseñar más y pedirle a sus padres que le dejaran trabajar.

Pero esta vez los motivos eran otros. Esos "dos hechos" que a Mera le permitieron forjar la fortaleza que irradia su personalidad y que le llevaron a dar un giro de 180 grados con el impulso a la fundación. Fue en abril de 1986. Primero, como "un espacio abierto" en palabras de la propia impulsora y como recoge la página web de Paideia, para la reflexión de carácter "multidisciplinar" y "pluridimensional" en la formación sanitaria. Que los profesionales del sector pudieran adelantarse cada vez más a los problemas del futuro, en línea con las características de la Atención Temprana en la actividad sanitaria. Una prioridad desde la llegada de Marcos.

Muchos en su lugar podrían dejarse llevar por el evidente riesgo de centrarse en exclusiva en las necesidades específicas de un hijo. Rosalía Mera no. Casi tres décadas después de dejarlos para aprovechar sus habilidades con la costura, volvió a los estudios y en lugar de Educación Especial eligió el Magisterio común para evitar así quedarse "anclada en lo patológico". "Como si fuesen niños -explicaba- que tuviesen todas las posibilidades".

"Gracias a la Fundación Paideia mi hijo tiene trabajo y vida social", contaba, emocionada, a la salida del velatorio el viernes Beatriz Quiñoy, madre de un enfermo de esquizofrenia, con una discapacidad del 65%. Ante los medios, públicamente, la mujer quiso agradecer las iniciativas de la fundación, en este caso su contratación como jardinero en los invernaderos que ayudan a emplear a colectivos en riesgo de exclusión social. "Era recta -aseguraba en referencia a Rosalía Mera-, pero les encaminaba".

La fundación se bautizó con el ideal helénico de la educación, la cultura y la gestión de las cosas. Con el ser humano en el centro. Por y para el individuo, su conocimiento y su cuidado. "Un ideal -defendía su lideresa- al que debemos aspirar todos". La acción por encima de lo demás. Por eso también ni Mera por sí misma ni nada de su organización funcionaban como donadores de fondos y no todos los que acudían a ella a pedirle dinero lo conseguían. "Como antigua que soy, hay que apostar y gestionar", aseguraba a FARO en 2007, en una de las escasas citas concedidas a la prensa, y que hábilmente usaba para promocionar uno de sus proyectos.

En aquel momento, el germen de una industria musical gallega, a partir del estudio de grabación ubicado en el vivero de empresas MANS, perteneciente también a Paideia. "La música es un nicho estupendo de posibilidades en Galicia. Como industria. Talento hay, pero hay que demostrarlo. Esto es una herramienta para poner en valor las ganas de trabajar y a futuros profesionales -narraba a FARO-. Podemos decir: señoras productoras, aquí tienen la herramienta magnífica, está en Galicia, no tienen que salir de España, vamos a crear sinergias, a contratar técnicos de sonido, a utilizar los músicos de aquí". En definitiva, "hacer país".

La cultura

La cultura, pues, como empleador, al servicio de las personas. Ese objetivo de economía social que impregna constantemente el currículum de Rosalía Mera. Muy volcada profesionalmente y personalmente con las artes. En su holding, entre firmas tecnológicas como Denodo -que se mueve a caballo entre California, Galicia, Madrid y Londres-,_la farmacéutica Zeltia, o un criadero de oreja de mar, figura la productora Milou Films, que está detrás de las dos últimas películas de José Luis Cuerda. Todo es silencio y la premiadísima Los girasoles ciegos.

"Agradecimiento a Rosalía Mera por su colaboración en mis proyectos y por su trato amistoso, sensible e inteligente. Hizo mucho por muchos", escribía el prestigioso director ayer en su cuenta de Twitter. "Yo hablo de cómo me fue a mí con ella -comentaba también ayer a FARO- y solo tengo buenas palabras". Cuerda reconoce esas dos vertientes de la empresaria. El del respaldo a quien no puede avanzar por limitaciones físicas o mentales, por un entorno social complicado, pero también a aquellos otros de ideas extraordinarias que no logran la confianza de nadie. "La preocupación por ayudar a la gente, eso es lo mejor de ella -destaca-. Porque sin su ayuda a esa gente no le habrían salido las cosas".

De hecho, una de las peculiaridades en las que el conocido empresario Kike Sarasola pone el acento cuando habla de Mera es que su desembarco en el capital de la cadena hotelera que él preside, Room Mate, se realizó cuando tenían "tres o cuatro" instalaciones. Al principio. Hoy son 18, repartidas por todo el mundo. "Está muy involucrada en el negocio. Es muy positiva", aseguraba en una reciente entrevista.

El Room Mate Barcelona es quizás el rincón mimado para la empresaria. El primer edificio en Barcelona, con una renovación integral del interior y la fachada, y, como cuadratura del círculo, la iluminación a cargo de otra de las empresas a las que Rosp Corunna apoya con su presencia en el accionariado, Inusual Comunicación. "Confió en nosotros y por eso le estaré siempre agradecido", asegura Luis Moneo, del estudio encargado de las obras.

"Emprender es arriesgar", señalaba una y otra vez Rosalía Mera durante su encuentro con FARO hace seis años. Por eso todo lo que aquel diminuto taller que creó junto con Ortega en el piso de la hermana del principal accionista de Inditex para probar el tirón de las batas de guatiné con el nilon recién estrenado en el mundo textil iban para reinvertir. Para abrir luego un local más grande y después la primera tienda de la céntrica calle de Juan Flórez, donde aún hoy quedan algunas de las primeras dependientas que se convirtieron en millonarias por obra y gracia de la salida a bolsa de la compañía en 2001. Su presencia no pasaba desapercibida en las juntas de accionistas públicas a partir de entonces, hasta que en 2004 optó por dejarlo y volcarse de lleno en su activa obra social, donde replicó lo que siempre le movió. ¿El éxito? Nunca estuvo "en el primer plano". Sí la ambición, como camino a hacer algo lo mejor posible. Lo decía sin pudor. Porque tampoco le gustan las falsas modestias, consciente de lo absurdo que sería negar la evidencia de quién era y la posición que ocupaba

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"Me dijo que militaba las 24 horas cuando me acerqué a ella un sábado que la vi en uno de los viveros de Borrazás en Gandarío cargada de macetas", rememora Pilar Mingote, con un poco de nostalgia por lo frecuente que es reconocer el valor de las cosas y de alguien solo cuando pasa el tiempo. "Hoy es relativamente fácil que la gente aporte -señala, al calor de la ola de solidaridad que desempañó la crisis-, pero ella lo hizo ya hace muchos años".

La historia de "Chic@ss10" vuelve a resumir a la perfección el modus operandi de Mera. Pilar Mingote y Paca Pardo -con muchos años a sus espaldas en el trabajo con reclusas, hasta el punto de que el aula de informática de Teixeiro lleva su nombre por petición expresa de las mujeres que lo usan- se acercaron a ella con dos de las revistas que el grupo confeccionaba en el recinto dentro de un programa educativo. "De fotocopias, corta y pega eran", afirma. Pero a Rosalía Mera le gustó "por lo que había detrás".

En las excursiones de domingo, Pilar y Paca procuraban ir de vez en cuando hasta la plaza de María Pita, el corazón de A Coruña y asentamiento de la sede central de Paideia, para presentarles a las presas el lugar donde estaba esa mujer que "confiaba" en ellas. Un incentivo más para pelear por la reinserción. Mera les ofreció directamente que aquellas que lograr salir pasasen por ese lugar para ayudarles a conseguir trabajo. Con una condición. "Quería que fueran sin nadie de la mano", apunta Mingote.

Y es que Paideia y todo el entramado que la sustenta no está para ayudar a los estándares de la sociedad. En eso Rosalía Mera era contundente. La mano quedaba tendida para los colectivos desfavorecidos y el talento. "Las empresas siempre salen de la gente excepcional", afirmaba. Lo que no le impedía, por la "ventaja" de la "edad" y "una posición económica de privilegio" poner la cara ante una "injusticia". "Llamar y pedir que algo se revise", admitía.

Los testimonios de Pilar Mingote, José Luis Cuerda, Luis Moneo o de esa madre con un joven con esquizofrenia que "tiene vida" gracias a la labor abanderada por Rosalía Mera se repetirían seguro entre los cientos de músicos que han pasado por las instalaciones de MANS, becados, los estudiantes que lograron bolsa para intercambios en el extranjero, las abundantes empresas que se crían a la sombra del árbol que simboliza la fundación. E incluso las grandes empresas por las que apuesta esta conocida inversora. La entrada en la farmacéutica Zeltia, referente de la investigación mundial contra el cáncer, se formalizó cuando la compañía sufría las dudas del mercado porque a sus antitumorales les costaba arrancar.

Claro que Mera, junto a ese carácter excepcional que consideraba prioritario para crear una empresa, unía el fracaso. El error como método de aprendizaje. Y la "acción colectiva" como palanca para mover la sociedad. Evidentemente, la delicada situación provocada de la crisis copaba los turnos de preguntas en las comparecencias para presentar algún convenio o una nueva iniciativa. Las fuertes críticas siempre venían de la mano de un mensaje positivo para el futuro. Para "esa barca medio a la deriva donde vamos todos" y que ella proponía curar con el cambio. "Estamos abocados a inventar porque hay muchas cosas por deshacer", apuntaba, ahora que las personas en su conjunto estás "más simétricas" para fracasar tras fracaso generalizado. "Espero verlo", confiaba. Será su legado el testigo de la vuelta "al mundo real" y el encargado de seguir demostrando que detrás de los 4.700 millones de euros en los que se estima la fortuna de la mujer más rica de España hay, sobre todo, lo que ella miraba reflejado en el espejo: "Una mujer muy trabajadora".

Millonaria "desubicada" y de izquierdas obligada

Ella, su hermana, sus padres, una tía, un abuelo... y así hasta doce personas en un humilde hogar familiar del barrio de Monte Alto en A Coruña, con 70 metros cuadrados a repartir. Padre currante, madre que soñaba, y consiguió, montar una carnicería, "que era lo máximo a lo que se podía aspirar en el barrio". "Cuando uno procede de donde procede, no puede ser de otra manera", justificaba cada vez que confirmaba que era una mujer de izquierdas. "Creo -comentaba con ironía y en referencia a la polémica que siempre levantaba su mensaje- que voy a tener que dejar de decirlo".

Pero no dejó de hacerlo. Ni de soltar en alto lo que en cada momento pensaba sobre lo que se le preguntaba. Era, y lo exprimía, "políticamente incorrecta". "Deje la ley como está, porque está muy bien", envió a Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia, sobre su pretendida reforma de la normativa del aborto. "Confío -insistía- en que no salga adelante". Durante la presentación el pasado junio del último informe sobre el Estado Mundial de la Infancia de Unicef -uno de los organismos con los que colaboraba, al igual que Médicos sin Fronteras o la Fundación Theodora que lleva a los "doctores de la risa" recorriendo las plantas de niños en los hospitales-, Rosalía Mera no dudó en hablar también de los recortes en sanidad y edudación. "Nos estamos haciendo un flaquísimo favor", advirtió. "No se puede -añadió- ir a la parte más facil y recortar por abajo".

El sueño infantil de llegar a "los círculos del saber"

Afortunadamente, Rosalía Mera no será una de esas brillantes personalidades que se vaya sin, al menos, el reconocimiento público a unos 69 años cargados de esfuerzo. En 2007 se le concedió la Medalla de Oro en el Mérito al Trabajo por parte del entonces ministro Jesús Caldera, que la ensalzó como parte de ese fenómeno que es el gigante Inditex. Fue Gallega del Año en 2003 y en 2004 la Xunta de Galicia le concedió la Medalla Castelao por la defensa de los derechos de las personas con discapacidades. Mera fue galardonada en 2006 por la Asociación Empresa Mujer de Oviedo y en 2009 obtuvo un premio ESADE. Ya en 2011 recibió el Alfiler de Oro, otorgado por la asociación Mujer Siglo XXIy fue nombrada doctora honoris causa por la Universidad Internacional. La empresaria veía así cumplirse "un sueño infantil" de integrarse en los "circuitos universitarios del saber y el conocimiento".