Volvía ayer a Vigo el género lírico-dramático español, el chico, con la obra "Gigantes y cabezudos", que fue estrenada en 1898 en Madrid. Fue escrita por Miguel Echegaray y Eizaguirre y musicalmente la compuso Manuel Fernández Caballero, insigne autor que culminaría su opus con esta obra (le precedieron varias zarzuelas más, alguna de tal éxito que obtuvo una segunda parte).

La obra participa de cierto desenfado afín a la zarzuela en general, pero sobre todo destaca argumentalmente por su fervor patriótico, lo que hoy puede chocar o provocar sentimientos curiosos (se desarrolla en Zaragoza con la guerra de Cuba de fondo). En todo caso hay en el atento seguimiento de la trama una fuente de reflexiones interesantes, a partir del contraste entre nuestros días y el siglo XIX: el sentir orgulloso y patriotero en tiempos bélicos; el regionalismo plenamente instaurado hace ya un siglo, con loa al carácter propio de los aragoneses incluida; la condición iletrada del pueblo llano.

A estas reflexiones se les viste, claro, de historia de amor, engaño y lo que hoy tildaríamos de espíritu de culebrón, con falsos casamientos y amoríos encontrados. Mujeres fieles, ladinos enamorados y secundarios bufos. Entrañable.

Y sobre todo hay que hablar de la música, una briosa y alegre como manda el canon, pero teñida de una curiosa pátina de regionalismo jotero. Sobre todo, claro, en los pasajes de fiestas con danzas (muy bien coreografiadas), gigantes y cabezudos. La interpretación fue notable en los solistas, y algo mermada en el coro liceo de Vilagarcía, que comenzó bastante desajustado pero fue tomando pulso voluntariosamente.

Hay que destacar el buen temple humorístico de protagonistas y secundarios, y señalar para bien un decorado más que austero, basado en proyecciones y, bueno, una Pilarica en el acto final a nuestro ojos más psicotrópica que emotiva.