"Unamuno apoyó el golpe de 1936 porque creía que se hacía a favor de la República", según el especialista Francisco Blanco Prieto, que ayer explicó en el Club Faro el proceso por el que el insigne escritor vasco pasó de la adhesión inicial al rechazo al bando franquista. Blanco Prieto, autor de varios libros sobre Miguel de Unamuno, recordó que el bando con el que se inició la guerra civil en Salamanca concluía con un "¡viva España y viva la República!", que se redactó "contra el gobierno" –no contra la forma de Estado– y que en la capital salmantina, el 19 de julio, se mantuvieron símbolos republicanos como el himno de Riego y la bandera tricolor.

Apoyándose en documentos y fotografías pocas veces mostradas, el catedrático repasó los seis meses que transcurrieron entre el 19 de julio de 1936, cuando se declaró el estado de guerra en Salamanca, hasta el 31 de diciembre de aquel año, el día de la muerte del autor de "Niebla".

El autor de "Unamuno. Diario final", sobre los últimos años del escritor, subrayó que "nunca estuvo en contra de la República", y que distinguía entre "la República española –que defendía– y la España republicana –que denostaba–. Su "desencanto con los gobiernos de la República comenzó a raíz de la obligatoriedad de la lengua catalana que establecía el Estatuto Catalán, lo que le llevó a enfrentarse a Azaña". Su segunda disensión vino por el tratamiento de la cuestión religiosa, por el asedio a la religión católica, a la que no pertenecía. "Creía en una república liberal y era contrario a la lucha de clases –matizó el experto–. No quería una religión de Estado, pero tampoco que el Estado se convirtiese en religión. Deseaba una república civil –no militar–, laica –que no irreligiosa– y social, sin plutocracia".

Un "golpe de bisturí"

Ante la situación de desgobierno y anarquía que padecía España en la primavera del 36, Unamuno no veía ningún político con capacidad para recuperar la normalidad republicana. "Apoyó inicialmente la actuación militar, entendiendo que se trataba de un ´golpe de bisturí´ que podía remediar la situación en unos días".

Sin embargo –argumentó el doctor universitario–, lo que ocurrió en los días 19 y 20 de julio sembró en Unamuno las primeras dudas sobre los verdaderos objetivos de los sublevados. Mostró su desacuerdo con el llamado "tiro en la Plaza"; desaprobó los encarcelamientos de su amigo el alcalde Casto Prieto y del diputado socialista Andrés Manso, junto a otros concejales. Todo ello en una Salamanca "tomada por los militares, los falangistas y la guardia cívica –una especie de milicia de milicia de comerciantes y cazadores–, donde la represión fue brutal".

"El miedo físico a dicha represión puede explicar –continuó Blanco Prieto– que Unamuno entregase 5.000 pesetas –casi el sueldo anual de un catedrático de la época– al Banco de Bilbao para la causa militar del ejército sublevado".

El famoso acto en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, puso de manifiesto las discrepancias de Unamuno con el bando franquista, aunque Blanco Prieto subraya que lo ocurrido "se ha teatralizado demasiado: nunca dijo ´venceréis pero no convenceréis´, una frase que tiene un punto de agresividad direca, sino que ´vencer no es convencer ni conquistar es convertir´, e hizo alusión a la ´lepra nacional´ que es la envidia, citando a Quevedo".

Tampoco cree Blanco Prieto que Millán-Astray gritase "¡Viva la muerte!" ni que se pusieran metralletas sobre la mesa. Mostró una foto en la que Unamuno despide tranquilamente al fundador de la Legión y a Carmen Polo. "La tradición oral es peligrosísima –advirtió–. He hablado con tres personas que dijeron haber estado en el Paraninfo y sus versiones de lo ocurrido no coinciden". En cualquier caso, matizó, "si lo que dijo Unamuno lo hubiese dicho otro, hubiese terminado fusilado".

La detención de un amigo suyo, el ministro Filiberto Villalobos, y fusilamientos como los de Salvador Vila –su alumno predilecto, asesinado en el mismo pueblo granadino donde mataron a Lorca– y Atilano Coco –amigo, pastor protestante y acusado de masón– fueron decantando a Unamuno hacia el rechazo total a los sublevados, patente en los días postreros de su vida. "¡Qué cándido y qué ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco!", escribió el 13 de diciembre de 1936. El último día de ese año, a las cuatro de la tarde, moría, víctima de una hemorragia, en plena discusión con el falangista Bartolomé Aragón.

"Si no hubiese ido a un mitin de José Antonio, hubiese sido premio Nobel"

El presentador de la conferencia, el magistrado Julio Picatoste, defendió la vigencia de la "voz limpia y combativa, apasionada y valiente" de Unamuno, "el hombre más libre que ha existido en España", en palabras del escritor Andrés Trapiello. Francisco Blanco Prieto, que participó en el 75 aniversario de la muerte de Unamuno, describió al intelectual bilbaíno como un hombre íntegro y un incansable defensor de la verdad. Fue el "interés intelectual" –dijo Blanco Prieto– lo que llevó a Unamuno a asistir a un mitin de José Antonio Primo de Rivera en 1935, en el Teatro Bretón de Salamanca. "Si no hubiese asistido a aquel mitin, le hubiesen dado el premio Nobel, pero después de aquello quedó estigmatizado", dijo el especialista.

Blanco Prieto glosó también algunos aspectos aparentemente paradójicos de Unamuno, como que criticaba a los militares sublevados Mola y Martínez Anido pero tenía "simpatía por Franco". Ante el dictador, con el que se reunió en Salamanca, intercedió por amigos suyos detenidos, aunque otra versión asegura que pidió que no bombardeasen Bilbao.

Unamuno defendió la necesidad de una "guerra civil", entendida ésta –según Blanco– no como contienda a tiro limpio, sino como "confrontación de ideas", usando solo "armas de ardiente palabra".

Otro aspecto controvertido fue su afán por "salvar la civilización occidental cristiana", un concepto más cercano a Churchill –era aliadófilo– que al de "cruzada" que utilizaron Franco y José María Pemán.