Francisco Mora (Elche, 1951) es doctor en Neurociencias por la Universidad de Oxford, catedrático de Fisiología Humana en la Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito de Fisiología y Biofísica de la Universidad de Iowa. Casado y padre de dos hijos, Mora es además un escritor inquieto que ha publicado numerosos libros divulgativos sobre el cerebro y la memoria como, por ejemplo, "El Dios de cada uno", "Genios locos y perversos", "El sueño de la inmortalidad" o "¿Enferman las mariposas del alma?".

Este científico es capaz de explicar la complejidad cerebral en pocas líneas. Inició su carrera profesional en la Universidad de Granada, donde estudió Medicina. Entonces ya le llamó la atención todo lo relacionado con el cerebro, es decir, la neurología y la psiquiatría. "Sin estar loco, pasé cuatro años en un hospital psiquiátrico porque quise sumergirme realmente en esa incógnita de lo que significa no solo tener los procesos mentales sino cómo se pierden", explica. Mora aparcó su trayectoria médica y durante más de 30 años se encerró en un laboratorio con ratas y monos rhesus. "Éstos han sido mis pacientes", asegura con humor.

–¿Se considera un científico curioso?

–Lo he sido siempre y, de hecho, la curiosidad es el ingrediente elemental e innato de cualquier científico: no se puede ser científico si no quieres escudriñar todo aquello que no se conoce. Hubo un gran neurocientífico que fue premio Nobel, Charles Sherrington, que llamaba a la investigación científica la curiosidad sagrada. Los científicos tenemos el único instrumento, el único, que nos puede aproximar a eso que nunca alcanzaremos y que se llama verdad. No es la fe, no es el yo pienso: nosotros contrastamos primero con una observación, luego experimentamos, creamos hipótesis... Solo así se alcanza el verdadero conocimiento.

–Usted ha escrito sobre el placer, ¿por qué nadie se ríe cuando hace el amor?

–El fenómeno del acto sexual es muy interesante fisiológicamente hablando porque es el único, posiblemente, en el que en muy breve espacio de minutos se puede pasar de un estado del sistema nervioso a otro opuesto. Cuando uno juega al amor, está en lo que se llama una descarga del sistema nervioso autónomo o vegetativo parasimpático (uno está bien, relajado) y en esa situación unos tienen erección y otros secreción. Lo extraordinario es que después del juego viene la eyaculación en el hombre y el orgasmo en la mujer. En ese momento ninguno de los dos ríe, particularmente el hombre, porque se produce una descarga de otro sistema nervioso autónomo vegetativo que es el sistema simpático, y éste es el que únicamente se pone en marcha cuando hay algo muy importante para la supervivencia. Esto se ha mantenido porque es importante para tener la seguridad de la procreación. Hay que hacerlo rápido, fugaz y eficiente, es un diseño de la Naturaleza. Y esto es lo que en el ser humano, que pasa mucho tiempo haciendo estas cosas, no ha cambiado. Por eso no se ríe el ser humano.

–¿Cómo percibe el cerebro la belleza?

–Todo tiene una explicación biológica. Cuando se han hecho estudios, los participantes coincidían a la hora de definir a la mujer más hermosa la que presentaba una perfecta simetría entre el lado derecho y el lado izquierdo del rostro. Hay estudios que a mayor asimetría, menor aceptación de belleza en el rostro de una mujer. Es muy curioso. ¿Y qué fundamento tiene que sea simétrico? Pues mire si es crudo y real: a través de la evolución se ha sacado la conclusión de que la asimetría se corresponde con infecciones e infertilidad. Lo que los seres humanos hemos embellecido y hemos sacado en las filosofías a un nivel de excelsitud está extraído todo de nuestro proceso biológico de la evolución, todo.

–¿Qué diferencias hay entre el cerebro humano y el de un chimpancé?

–Somos muy distintos. Primero, nos llevamos una diferencia de seis millones de años en el proceso evolutivo; y segundo, y fundamentalmente, el chimpancé tiene 400 gramos de peso de cerebro, en tanto que nosotros tenemos 1.400.

–Pero el peso no tiene importancia, ¿verdad?

–Cuando hablamos de peso, estamos hablando de los circuitos neuronales que se codifican para las funciones específicas. Un cerebro grande, en nuestro caso, es una caja cilíndrica que alberga circuitos que el cerebro de un chimpancé no tiene. Las diferencias son tan grandes que no pueden ni aproximarse de lejos a lo que el ser humano percibe; ni los sentimientos, que son la sensación consciente de una emoción. La capacidad que tiene el chimpancé de reconocerse es lo que se llama autoquinética, pero de eso a tener un mundo interior hay un abismo. Como decía el gran antropólogo Povinelli, no nos equivoquemos: los chimpancés no son niños con pelo.

–¿Actuamos más consciente o inconscientemente?

–Infinitamente inconscientemente, la conciencia es un algo pequeñito al lado de lo que realmente sostiene la conducta humana, que está elaborada por mecanismos inconscientes. Los mecanismos de la construcción de la conducta, incluso de la conducta consciente, los hace nuestro cerebro inconsciente.

–¿El saber ocupa lugar?

–Sin duda. El cerebro ocupa lugar. Tanto lugar, que aprender y memorizar es cambiar físicamente el cerebro. No se puede aprender y no se puede memorizar lo aprendido a menos que cambiemos el cableado físico y químico del cerebro. Un ejemplo: el hipocampo de los conductores de taxis de Londres, el de aquellos conductores que se saben todas las callejuelas de los miles de kilómetros de la ciudad, es mucho mayor que el nuestro. En definitiva, haciéndolo simple: el saber sí ocupa espacio y lugar.

–¿Cuáles son las claves para mantener joven el cerebro?

–La primera y más importante es comer menos de lo que comemos, hay una larga historia detrás de esto, pero está demostrado. El segundo es practicar ejercicio físico aeróbico porque produce un aumento en las neuronas nuevas que crecen en el cerebro, en las áreas que codifican para aprender y memorizar. La tercera es tener una vida intelectual muy activa. Junto a estas tres claves, las nueve que nos quedan son: no vivir solo, dormir siempre sin luz porque se segrega una hormona que es antioxidante y nos repara de los daños celulares que existen, viajar mucho porque significa constantemente estar cambiando el panorama perceptivo y estudiar algo nuevo cada día. En este campo recomiendo aprender un idioma independientemente de cuántos se conozcan a partir de los 50 años porque es una exigencia para el cerebro. El cerebro no entiende de leer una novelita ni de mirar la televisión pasivamente o charlitas relajadas; el cerebro entiende de exigencias. Aprender un idioma retrasa incluso la aparición de la enfermedad del alzheimer hasta seis años. Otra clave para retrasar el envejecimiento cerebral es no fumar porque, y hoy lo tenemos muy bien contrastado, el fumador adelanta catorce años las enfermedades que aparecen con el envejecimiento y muere siete años antes que la población que no fuma. Más aún, las capacidades cognitivas de aprender y memorizar descienden cinco veces a velocidad superior que el que no fuma. La otra y última clave es la denominada "reserva cognitiva", que es la capacidad de poder almacenar en la juventud lo que podemos utilizar durante el envejecimiento para retrasar la aparición del deterioro.