Año 1990. Vigo. Dos jóvenes enamorados viven y gozan de lo mejor de la vida. Saben que su matrimonio tiene una fecha de caducidad, que el reloj corre hacia atrás. Él solo aguantaría dos años más. Tuvieron que pasar tres décadas para leer esta historia. Pero ahí está. Por eso, su autora, Xulia Alonso, reivindica la salida de la clandestinidad del sida, al que durante mucho tiempo estuvieron condenados. El rostro apacible de la escritora, que debuta literariamente con “Futuro imperfecto” parece no haber padecido aquellos duros tratamientos experimentales -hoy descartados- para curar una dolencia que se llevó a su compañero, pero le dejó una hija.

-¿Lo escribió por su hija?

-No exactamente. Cuando comencé a escribirlo ella tenia 16 años y ya conocía la historia a grandes rasgos. Empecé a escribir por necesidad personal; por organizar mis recuerdos. Fueron muchas experiencias vividas en un plazo de tiempo muy corto, con consecuencias traumáticas y manejarlas fue difícil. Llegado un momento de sosiego interior, personal y vital, me sentí capaz de revisarlo todo. Mi idea era dejar constancia, para mi hija, eso sí, de la historia de amor tan intensa, sincera y real que vivimos su padre y yo, sobre todo en los dos últimos años de su vida. Especialmente intensos porque eran los últimos y los dos lo sabíamos. Pero no se puede contar esa parte de la historia, sin saber qué llevó a ese desenlace tan trágico.

-El asunto central es un amor, tan intenso como excepcional.

-La historia arranca en el inicio de la enfermedad de Nico. Desde ese punto, yo narro cómo fue el avance de la enfermedad, cómo lo vivimos y lo afrontamos, pero también reviso toda mi vida desde mi perspectiva personal, usando como herramienta mi propia memoria. Es un libro subjetivo y muy personal. Yo también busco un bálsamo para entender por qué me ocurrió todo aquello a mí.

-Su obra ha tenido muy buenas críticas, no solo por la calidad del relato, sino literariamente. Encabeza los textos con poemas, muchos de Lois Pereiro.

-El libro ha tenido muy buena acogida. La verdad es que no lo esperaba: Ha sido una maravillosa sorpresa. Guardé estos recuerdos como un tesoro y llegó un momento en el que me permití liberarme de ellos, porque si no, siguen haciendo daño. Encabezarlos con poesía era inevitable y los versos en particular de Lois Pereiro, pero no sólo los suyos, parecen escritos para esta historia. Es algo casi mágico.

-La historia está marcada por la llegada de las drogas a Galicia, describe su vida universitaria en Santiago, las ansias de libertad...

-Eran años muy especiales para nosotros porque éramos jóvenes. Yo llegué a Santiago en 1979 para estudiar Psicología. Era la única ciudad universitaria de Galicia entonces y tampoco estudiaba el mismo perfil de gente que ahora. Había que tener cierta capacidad económica enviar a un hijo a estudiar fuera. No había móviles, las carreteras no eran las de ahora y pasabas meses sin ver a tu familia. Tenías una sensación real de libertad. Aparte, el momento social era de efervescencia: todo lo que había pasado durante décadas en el mundo, llegó de repente. Éramos gente inquieta, que quería acceder a todo lo prohibido hasta entonces, leer libros censurados, ver películas o escuchar música, desde los Rolling Stones a Mercedes Sosa. En medio, se infiltró el gran negocio moderno.

-¿Se refiere al negocio del narcotráfico?

-Sí. Y la droga que llegó de forma masiva entonces, fue la heroína. Cuando llegué, en 1979, Santiago era una ciudad bohemia, de buen rollo y puertas abiertas. Cuando me fui, en 1984 era una ciudad de macarras. Para que te hagas una idea de lo rápido que fue el proceso.

-¿Cuál considera la esencia que persigue en su novela?

-La esencia de la vida, que considero el motivo de este empecinamiento mío por sobrevivir, es el amor.

-¿Es el amor que le salvó a usted también de la muerte?

-El amor y el compromiso. La gente se comprometió con nosotros. Esa red de amigos en la clandestinidad dura hasta hoy. La intervención de mi familia fue fundamental. Se enteraron de que estábamos enganchados y se volcaron con nosotros. ¡Imagínese! Las drogas para mis padres eran cosa de marcianos. No había información ni apenas centros. Nos fuimos a Navarra un centro que ahora no existe. No había nadie allí que no hubiese pasado por la experiencia de la dependencia, incluidos los responsables del centro.

-Poco después de que Rock Hudson dijese públicamente que tenía sida, ustedes se enteraron de que también lo sufrían. ¿Cómo fue?

-El centro tenía un convenio con el Instituto Pasteur en Francia y se empezaban a hacer pruebas. Nos hicieron analíticas en Francia y dimos positivo en VIH. No había tratamientos, ni se sabía que iba a ser tan letal. Solo que la gente que la desarrollaba, moría.

-¿Y su marido al saber que estaba enfermo?

-Al principio él respondió con rabia cuando se lo comunicaron. No colaboraba con los médicos... Pero pronto entendimos los dos que si había alguna posibilidad teníamos que luchar por ella , había que vivir la vida, saboreando cada segundo como un milagro.

- Sin embargo, usted no desarrolló la enfermedad ¿Se considera una superviviente?

-Hubo miles de muertos. El sistema sanitario no estaba preparado. La palabra superviviente me produce cansancio; ser una superviviente es algo muy cansado. Pero es evidente que lo soy. La vida se construye cada día y aún en los escenarios más duros, hay un margen de actuación. Hay que apostar por la rebeldía, no resignarse.

-¿Existen similitudes con lo que ocurre en el ambiente actual con la cocaína?

-La droga es un negocio muy rentable. Las cárceles están llenas de toxicómanos, que se eliminan a sí mismos, Son un problema menor, que además rechaza la sociedad. Cito a William Burroughs, las drogas no necesitan marketing, se venden solas; ¡claro que sigue en vigor!. Hoy los chicos tienen más información, sí. Pero siguen siendo chavales. Y el valor que le das a esa información en ese momento de la vida es relativo. Eres irreflexivo, joven y te sientes poderoso.

-¿Considera por ello importante que lean el libro en los institutos?

--Me encantaría, pero es difícil llegar a los chicos. Por intentarlo no se pierde nada.

-¿Qué les dice a ellos?

-La experiencia de adicción para mí fue tan terrible y dramática que no quisiera que ningún descendiente mío tuviese que pasar por ella. De ahí que la llevé al papel pensando en mis nietos, que no sé si tendré. Lo que es paradójico es que yo llegué a Santiago para luchar por mi independencia y allí la perdí; me hice dependiente.

-¿Pudo explicar con palabras qué siente al dejar una adicción así?

-La sensación es como renacer.