Apenas finalizado agosto, en previsión de la visita de Benedicto XVI a Inglaterra, el divo de la divulgación física y otrora insigne científico, Stephen Hawking, artillando una magistral jugada de marketing adelantó en un artículo periodístico, cuyo contenido dio la vuelta al mundo, que en su nuevo libro, "The Grand Design", probaría que el Universo "se creó de la nada", esto es, a sí mismo ex nihilo (Hartle-Hawking state). Desde un punto de vista estrictamente científico no hay ni un gramo de valor probatorio en esta afirmación, que confirma la deriva especulativa en que ha caído parte de la cosmología. Porque, como muy atinadamente apuntó en este periódico Jorge Mira (3/9/2010): "la creación de la nada tiene los mismos problemas que la teología".

Una mínima modificación de una sola de las leyes de la física perturbaría la evolución del Universo hasta el punto de que nuestra existencia no sería probable. Para quien no sea fanáticamente ateo, las leyes de la física -y particularmente las constantes que intervienen en estas leyes- pueden dar la impresión de estar ajustadas para que nuestra existencia sea posible. La capacidad y velocidad de los ordenadores permite actualmente calcular que habría sido del Universo si un solo parámetro de la física hubiera sido ligerísimamente diferente. Pues bien, la probabilidad de que la vida compleja hubiese emergido (y dejo de lado que hubiese dado lugar a lo que llamamos entendimiento humano) es tan pequeña que su grado de improbabilidad nos deja rigurosamente dubitativos de que todo ello sea fruto del azar, sin rumbo ni orden.

Infinitud de universos

Para explicar esa perturbadora coincidencia global del ajuste de los parámetros, los cosmólogos ateos –metidos a teólogos "deconstructivistas", entre ellos Hawking- han imaginado que nuestro Universo es uno más entre una infinitud de "universos paralelos", o "multiverso", cada cual dotado de sus propias leyes físicas. Simplificando, lo que sostiene Hawking, y demás proponentes del multiverso si bien cada uno a su manera, es que infinitos universos distintos del nuestro han podido emerger del mismo vacío primordial como nosotros hemos emergido, parece ser, del Big Bang. En consecuencia, nuestro Universo no estaría especialmente parametrado con ordenada precisión para acoger la vida sino que, al representar una posibilidad entre otras, la infinitud de universos daría una esperanza de probabilidad no nula de que el ser humano exista. Por el contrario, temen los ateos, si existiera un único Universo, el que conocemos, el ajuste fino de las constantes de la física podría invocarse para justificar, en su origen, la existencia de un "ajustador", "diseñador" o "divinidad".

Evidentemente, la/las teorías de universos paralelos al nuestro no surgieron para criticar al enfoque del aparente ajuste fino de los parámetros de la física dado que su aparición conceptual es anterior –desde Anaximandro pasando por el revolucionario Auguste Blanqui junto con la alegoría contra el espiritismo de Alicia en el País de las Maravillas y el eterno retorno de Nietzsche además del borgiano "El jardín de los senderos que se bifurcan" hasta llegar a las cuatro categorías de Mark Tegmark– pero los ateos desesperados se han servido rápidamente de ellos para argumentar que entre una infinitud de universos alguno habrá -por casualidad el nuestro, como mínimo- que tenga las buenas propiedades para la aparición de la vida sin que intervenga ningún diseñador. Ahora bien, el problema para los ateos –e incluso para la física- es que los universos paralelos no se asientan en prueba empírica alguna. Y eso no es física sino meta-metafísica, actividad puramente especulativa.

Con estos elementos en mano ¿cómo es posible que algunas teorías cosmológicas hayan caído en planteamientos que comparten con la ciencia-ficción? Pues bien, creo que la cosmología se ha dejado desbordar por un exceso de formalismo matemático, especialmente en lo que concierne a la Teoría M (la lección magistral de Hawking cuando recibió el Principe de Asturias) Pero lo cierto es que la Teoría M –a veces llamada Teoría del Todo- no deja de ser, a pesar de su apabullante formalismo, un constructo tan brillante como especulativo, en el sentido de que nunca podrá probarse. Entre los críticos más acerbos se encuentran Lee Smolin y Alain Connes, ganador de la medalla Fields, el más alto honor con que se galardona a un matemático. Puestas así las cosas, quizás tenga cierto valor aclaratorio un sencillo ejemplo concerniente a la diferencia esencial, de naturaleza, entre matemáticas y física a pesar del desbordamiento invasor, y a la postre malsano, del formalismo de la primera hacia la segunda: la matemática no es "ciencia", no se somete a ninguna confirmación empírica, la física, sí.

Terence Tao (1975) está considerado hoy día como el mayor genio vivo de las matemáticas. Obtuvo su doctorado en Princeton a los veinte años, diez después (2006) le fue otorgada la medalla Fields. Entre los temas investigados por este Mozart de las matemáticas hay uno que es especialmente fascinante, aunque en su origen se formuló como un problema de geometría elemental. Simplificado por los matemáticos, el problema se convierte en el del giro de una aguja según su longitud unitaria o problema/conjetura de Kakeya (1917): ¿cuál es la superficie más pequeña que permite a una aguja de longitud unitaria dar media vuelta? Para sorpresa general, el matemático ruso Abram Besicovitch demostró que se puede hacer girar una aguja de longitud unitaria en un dominio del plano de área tan pequeña como se quiera. Los conjuntos de Besicovitch son dominios de área nula que poseen la propiedad de contener segmentos unitarios en todas las direcciones. Por supuesto, desde entonces los refinamientos no han cesado y a ello ha contribuido el propio Tao. El problema de Kakeya puede parecer de entrada un simple divertimiento pero conecta con problemas muy profundos de convergencia en análisis armónico, de enorme importancia en física. Ahora bien, aunque en matemáticas la demostración de Besicovitch es impecable los físicos no pueden aceptarla universalmente habida cuenta que la longitud de Planck impone ciertas restricciones a la longitud mínima en el mundo real. La longitud de Planck es tan fundamental en física que en la "teoría de cuerdas"-nacida en los años 1980- las partículas ya no son los elementos fundamentales sino las vibraciones de diminutas "cuerdas" de la longitud de Planck (10 potencia -33 centímetros) A partir de 1995, los progresos matemáticos introducidos por Edward Witten, y otros físicos, llevaron la teoría de cuerdas/supercuerdas a sentar las bases de la Teoría M.

Atípico

Si Terence Tao es extraordinario en matemáticas, Edward Witten (1951) lo es asimismo en física. Curiosamente, en un principio Witten se preparó para el periodismo político, obteniendo su licenciatura en historia a la misma edad que Tao obtuvo su doctorado en matemáticas. El recorrido profesional de Witten fue genialmente atípico; después de intentar ser periodista quiso ser economista, posteriormente matemático, hasta que, finalmente, se doctoró en Física (1976). Witten es el único físico que ha ganado la medalla Fields (1990) y quizás el mayor genio judío del siglo XX -y en general uno de los más grandes genios sin distinción de origen junto con Paul Cohen, también medalla Fields (1966)- por encima de von Neumann y de Einstein. Pero, en definitiva, la pregunta que hay que hacerse es ¿cómo es posible que Witten –físico de formación- ganase la medalla Fields de matemáticas y no el Nobel de física? Ello sólo ha sido factible, tengo la impresión, por el sesgo altamente especulativo de la cosmología que bajo un formalismo fantásticamente complejo ampara teorías –la de supercuerdas entre otras- que son y serán inverificables. Y es eso, precisamente, lo que permite a Hawking embriagarse con su propia logomaquia de divo ateo-especulativo. Y vender libros "divinamente" que diría Savater.