Ayer Román Pereiro Alonso puso el retrovisor de su memoria sobre aquel Vigo que empezó a conocer en los años 30. El de su infancia y primeros estudios. Hoy reflexiona sobre su actividad como médico, paralela a una relación con el arte de la que hablaremos mañana.

París, París. Tras estudiar la carrera en Santiago (1950-56) y trabajar dos años en el Hospital de Atocha, hoy Centro Reina Sofía, vino la beca que le permitió ir a París, al Hospital del Cáncer en que había trabajado su padre. Fueron también dos años de convivencia con investigadores, músicos y artistas. “En aquella época de Franco llena de oscurantismo -rememora-, París me supuso un cambio de mentalidad. Tanto podía oír en un mitin a El Campesino como observar asombrado que a un amigo francés le pidieran en la Escuela de Artes Decorativas para trabajo de fin de curso ilustrar una edición de lujo del Romancero Gitano de Lorca, aquí prohibido. Allí conviví mucho con Gerardo Gómez Casais, hijo del dueño de la ferretería El Pote en Vigo, que era violinista. Conocí allí también a un hijo de Llorens Artigas, el famoso ceramista amigo de Picasso, que me presentó a Braque en su estudio parisino. Conocí igualmente en el Instituto Pasteur a un familiar del médico vigués Colmeiro Laforet, que me consiguió sin yo pedirla una beca Fullbright para ir a EE.UU., que no usé. ‘ No vuelvas a España, es un retraso con ese hombre que gobierna’ me decía”.

Por fin, Vigo. Pero volvió a Vigo en los 60, a casarse, trabajar con su padre y luego sustituirlo, haciéndose cargo de un laboratorio plurifuncional en donde se hacía de todo: transfusiones, hematología, hemoterapia, citología, proteínas, bioquímica y, por supuesto, anatomía patológica... ”Hoy no se concebiría ese servicio multidisciplinar -dice- dada la especialización existente. En mis 45 años de trabajo en Vigo, parece imposible la transformación experimentada en la Medicina. Sobre todo se tecnificó. Cuando empecé era pobre tanto en recursos diagnósticos como en tratamientos y hospitalizaciones. Su única ventaja era ser mucho más humana”.

Los cambios vividos. Más humana, sí, pero no esconde Pereiro una cierta crítica. “Antes de generalizarse y mejorar la calidad del Seguro Obligatorio de Enfermedad, muchos enfermos con pocos recursos económicos tenían que recurrir a la medicina privada. Algunas facturas acababan con los ahorros de años”. Habla Pereiro de tres cambios significativos desde que comenzó. “Primero, cambio en las enfermedades. Cuando yo llegué a Vigo aún cogí los últimos coletazos de la tuberculosis, que daba a las clínicas un volumen brutal de enfermos, y los de las enfermedades venéreas, ocultas por la represiva moralidad. Todos los médicos de piel y venéreas anteriores a la llegada de los antibióticos tenían a los clientes para siempre. Había tal miedo a contraer una venérea que muchos juerguistas, después de la aventura sexual y antes de volver a casa, se sometían a un tratamiento preventivo. Había un dispensario antivenéreo; Nicolás Peña había llegado a Vigo con la plaza de director del mismo. A nuestro laboratorio llegaban también muchas meningitis que, una vez dignosticadas, se trataban en el domicilio”.

De la intuición ala tecnología. El segundo de los grandes cambios fue, según Pereiro, que desaparece la Beneficencia. “No estaba generalizada -cuenta- la Seguridad Social, era mucha la penuria del seguro y no había servicios de urgencia en Vigo cuando yo llegué pero sí de beneficencia como el Hospital Municipal, el Cuarto de Socorro, la Cruz Roja... En nuestro laboratorio teníamos un volumen muy grande de análisis procedentes de estos servicios en la Cruz Roja, de la que mi padre y yo éramos médicos titulares. Empezaban las grandes intervenciones quirúrgicas y eran frecuentes las muertes durante la intervención. Hoy esto es impensable. Después empezaron a aparecer los grandes sanatorios privados vigueses.” ¿Y el tercer cambio? Según Pereiro, el respaldo de la técnica en los protocolos diagnósticos. Antes el médico tenía que basarse en sus conocimientos clínicos y en su intuición”

Mil anécdotas. Cuenta Pereiro todo un arsenal de anécdotas que retratan la vida sanitaria de su etapa. “Yo entré un día con Darío Álvarez Blázquez a tratar a una ama del cura de Baíña; siempre recordaré aquella casa rectoral lúgubre; una luz tenue salía de una bombilla llena de cagadas de mosca, olor a paños de aguardiente, animales por medio, gemidos... ¡Cuánto ha cambiado todo! Hoy aquella casa es la residencia de verano de Víctor Moro.