A Vicente Modesto, como creyente y médico forense, le corroía una duda: cuál fue la causa que provocó la muerte de Jesús. Para averiguarlo, estudió el relato de la pasión que recogen los Evangelios e interpretó en clave médica los datos extraídos del análisis de la Sábana Santa. Al final, y tal como ha hecho durante sus más de veinte años como forense, este médico español ha podido realizar un diagnóstico forense sobre la muerte de Jesús.

El resultado, que acaba de ser revisado para el semanario católico Paraula, parte de una premisa clara: "Ningún órgano vital se había afectado directamente de forma evidente como consecuencia de la pasión de Cristo y de su crucifixión, por lo que los sufrimientos padecidos durante la misma, las cuatro heridas en las extremidades y una postura fija y forzada habrían de ser los determinantes de su muerte". A partir de ahí, el estudio tumba algunos tópicos que rodean el fallecimiento del Mesías.

Por ejemplo, descarta que Jesús muriera de hambre, de sed o por una infección de las heridas porque las quince horas que duró la Pasión fue un tiempo "demasiado corto" para todo ello. También rechaza que la causa mortal fuera una hemorragia abundante, puesto que la sangre perdida en la flagelación y la coronación de espinas, más la derramada por la rotura de la nariz al ser golpeado en la cruz, no habría podido superar los dos litros mínimos para que Jesús muriese por desangramiento.

Sin asfixia

Otra hipótesis que Vicente Modesto rechaza es que Jesucristo sufriera una rotura mortal del miocardio, con el consiguiente paso de sangre al pericardio. La teoría vendría reforzada por el grito que emitió Jesús antes de expirar y que ha sido observado en algunos pacientes fallecidos por este mecanismo. "Por su contenido místico –explica Vicente Modesto–, esta tesis es muy seductora, pues se podría afirmar que el exceso de amor habría hecho estallar el corazón de Cristo". No obstante, el forense valenciano halla "objeciones razonables" a la teoría. Básicamente dos: la rotura cardiaca presupone una enfermedad del corazón, un desgaste del miocardio o una presión arterial poco probables en el crucificado; y además, esas 15 horas de situaciones extremas son un tiempo demasiado corto.

La muerte de Jesús, según este médico jubilado de 71 años, tampoco habría sido por asfixia. Obviamente, la postura corporal del crucificado "hacía adoptar al tórax una posición de inspiración forzada, lo que daría lugar a una gran dificultad para la respiración". El resultado podía abocar a la asfixia. Pero Jesús murió sólo tres horas después de ser crucificado. Poco tiempo para una asfixia. Tampoco encaja el grito previo a la muerte, "pues estando próximo a la muerte por asfixia, sin poder exhalar el aire de los pulmones, difícilmente dispondría todavía de aire suficiente para hablar con fuerza y gritar", alega el forense. Vicente Moreno desecha que la causa mortal fuera un colapso circulatorio postural, o que la deglución de un poco de líquido—en este caso vinagre— provocase un síncope mortal tras causar una inhibición refleja de los centros vitales nerviosos que rigen la circulación y la respiración.

Y así, el médico llega a su conclusión: no hubo causa mortal única, sino "un conjunto múltiple de causas que actuaron simultáneamente y con tal violencia que anticiparon lo que solía ser la muerte de un crucificado". La reconstrucción forense sería, de forma resumida, la siguiente. El intenso estado emocional que sufrió ese día Jesús le produciría un "desequilibrio interno con repercusiones orgánicas", quizá con infarto incluido. A ello cabe añadir la "debilidad" general por el "ayuno absoluto" y la "pérdida de sangre". Además, las agresiones recibidas con la cruz a cuestas en su calvario hacia el monte Gólgota y los azotes sufridos provocarían un "derrame pleural y pericarditis exudativa" que le llevaron, antes de la crucifixión, al "límite de la resistencia humana".

Ya en la cruz, "el colapso circulatorio postural; la anemia intensa por las pérdidas hemorrágicaspadecidas antes y después de la crucifixión; las grandes perdidas de líquidos no repuestas; los trastornos de la termorregulación por la prolongada exposición del cuerpo desnudo al aire; y el efecto tóxico originado por la destrucción de los tejidos en sus diversas lesiones, todo conjuntamente, actuó sobre una persona cuyas resistencias orgánicas estaban ya enormemente reducidas y determinaron la rápida muerte. Probablemente en último extremo —concluye Vicente Modesto—, una hiperpotasemia (alteración consistente en un aumento de potasio en sangre) provocaría trastornos graves en el ritmo cardiaco que conducirían a la parada cardiaca y, por tanto, a la muerte".