Pero esa estampa cabeza abajo del tenor heroico, con la voz sonando a tope, va más allá de la provocación, porque simboliza la contraimagen de Brunilda erguida en el instante ad hoc. Con el estreno de "El ocaso de los dioses" culminó el sábado en el Palau de les Arts de Valencia la producción de la tetralogía wagneriana "El anillo del nibelungo", con Zubin Mehta en la dirección musical y Carlus Padrissa ("La Fura dels Baus") en la escénica. El imaginario furero, celebrado desde hace más de una década en el ámbito de la ópera europea, alcanza aquí su nivel más alto de libertad visionaria con una lectura que hace historia. Lectura polémica, como es habitual. Sus polos están en los partidarios del primado de la música, cuya escucha sienten peturbada por el chorro inagotable de estímulos visuales, y los que creen, con Wieland Wagner, primer heterodoxo de talento en la escenificación de la obra de su abuelo, que todo en ella es vida y, por tanto, su evolución resulta irresistible. Con el primado y la intangibilidad de la música es claro el consenso universal, pero la visualización, que con frecuencia modifica el sentido de la historia narrada y el espíritu de los personajes, sigue provocando aquella polaridad, no siempre pacífica. La dramaturgia de Padrissa es transparente y muy wagneriana, pues propone una cosmovisión ecológica redentora de la criatura humana y de su libertad: en grandes líneas, la exaltación del ser en la naturaleza frente al esclavismo que engendra el poder de la sociedad postindustrial.

A partir de esas líneas, Padrissa y su gran equipo (Franc Aleu, en la videocreación; Roland Olbeter, en la escenografía; Chu Uroz, en el vestuario multimedia, y Peter van Praet, en la iluminación) imaginan y realizan un espectáculo soberbio por la fantasía, la belleza, la pluralidad de los indicadores de sentido y, sobre todo, el talento en la constitución de un lenguaje único, cuyo saturado barroquismo (proverbial en el gusto dramático del propio Wagner) dimana de lo que pudiéramos llamar "estética de la tecnología". Efectivamente, hay una especulación filosófica y una expresión artística del hecho dramático que hacen lenguaje de lo que podría haber quedado en batería de signos. En este marco, el de "La Fura" me parece el más importante de los muchos "Anillos" ya nacidos en el siglo XXI, por cuanto es el más radical en la sensibilización de las nuevas posibilidades lingüísticas del espacio escénico y el que hasta hoy ha logrado articular proyectivamente presencia y voz humanas con un mundo virtual cuya iconicidad carece de límites. La potencia de los medios y su utilización instalan en el escenario físico y en tiempo real los efectos más complejos de la moderna cinematografía fantástica, que no estorban la percepción musical ni menoscaban, sino al contrario, sus contenidos emotivos.

A partir de ahí, lo que llega a la mirada es casi indescriptible. Padrissa sigue en el ciclo, iniciado en 2007, una línea de contención evidente. Entre el deslumbrante imaginario de "El oro del Rin" y el más sobrio y abstracto –no menos grandioso– del "Ocaso" está claro el camino desde el gran relato de acontecimientos hasta la interioridad de su paralelo en la conciencia y en el proliferante onirismo de la cultura pop y el maquinismo del cómic. Que estorbe, o no, la percepción musical, depende, como siempre, de la capacidad de ver y oír simultáneamente sin restricción perceptora, y dejar que ambos sentidos interactiven las mismas corrientes del pensar y el sentir. Con el generoso apoyo de la Comunitat Valenciana, la intendente Helga Schmidt y el maestro Mehta han logrado el sueño del primer "Anillo" enteramente producido en España, que, además, cataliza la atención mundial y podrá verse íntegro por dos veces en el espacio de sendas semanas de este mes. No es un récord baladí, sino la costumbre de los grandes teatros desde hace más de un siglo, ahora incorporada a los españoles.

Durante la función surge espontáneamente la duda de estar escuchando colectivos operísticos de nuestro país. La "Orquesta y el Coro de la Comunitat Valenciana", titulares del Palau, son tan buenos como los primeros del mundo y mejores que algunos de los famosos. En el segundo acto, las partes corales suenan con calidades de poder, definición y brillantez insuperables. La orquesta, en el foso y los internos, está a la altura del maestro Mehta, presidente del Festival del Mediterráneo y artífice del "Anillo". Esto es decir mucho en rigor de lectura, cohesión, empaste y elasticidad en la respuesta a una batuta abierta a la inspiración, expresiva al cien por cien, morosa en unos casos, apremiante en otros y siempre magistral.

El elenco también responde al acontecimiento, empezando por la pareja heroica más joven del primer nivel actual. Ella, Brunilda, es la estadounidense Jennifer Wilson, voz inmensa en extensión y volumen, carnal y suntuosa, que ha decantado el estilo con los estrenos sucesivos del Palau, hasta el punto de convencernos de que será una de las interpretes históricas de este gran rol. Sigfrido tiene en el tenor canadiense Lance Ryan el más fresco y entero metal de tenor heroico que quepa desear en estos tiempos de voces sobreexplotadas o agotadas. Ambos cantan sus despiadadas partes con igual intensidad y resistencia, pero en el tercer acto erizan la piel por la presión emotiva. Junto a ellos, el veterano perenne, Matti Salminen, un bajo genuino cuya enorme vocalidad y musicalidad siguen dando a Hagen el marchamo de lo insuperable. La muy brillante Gutruna de Elisabete Matos, la Waltraute de Catherine Wyn-Rogers, el rotundo Gunther del bajo-barítono Ralf Lukas, y el canónico Alberich de Kapelman completan el "dream team" de los primeros papeles, muy bien acompañados por las tres nornas (Denschlag, Vázquez y Bethencourt) y las tres hijas del Rin (Vázquez, Naidu y Prudesnkaia).

Para redondear el acontecimiento, las publicaciones del Palau, dirigidas por Justo Romero, han editado en un hermoso libro la nueva traducción española de los cuatro libretos, realizada por Anselmo Alonso. Aportación muy valiosa, dado el tiempo transcurrido desde la última, en estos momentos de cambio general que incluyen la sonoridad del castellano como vehículo del muy peculiar verso de Wagner.