Cocotología. Así bautizó Miguel de Unamuno al arte de realizar figuras de papel, del que era un gran aficionado. Pliegues, frunces, dobleces y todo su pensamiento, polémico y a veces contradictorio, compartió el intelectual bilbaíno con Soledad Petit, una zamorana afincada en Vigo, recientemente fallecida, que tuvo el privilegio de ser su alumna en la Universidad de Salamanca. Su hija, Soledad Bugallo Petit, conserva con cariño, en un cofre de madera, algunas de estas pajaritas y barcos de papel que Unamuno regaló a su madre durante un periodo en que, a causa de la bronquitis que sufría el rector salmantino, impartió las clases a esta aventajada alumna en su propia casa, lo que ayudó a que se fraguase entre ambos una amistad duradera.

Soledad Petit, que falleció hace un año, a los 102, era hija de uno de los abogados más importantes de Zamora, que ofreció tanto a ella como a sus siete hermanas las posibilidad de estudiar en la universidad, algo poco habitual en la época. Soledad, por ello, era bien conocida en la facultad de Filosofía y Letras de Salamanca y pronto se ganó el respeto de compañeros y profesores. Uno de los que más la apoyó fue Unamuno, que en aquellos tiempos, finales de los años 20, ya era toda una celebridad y había publicado títulos como "Niebla" o "Del sentimiento trágico de la vida". El pensador impartía clases de griego y la jovencita Soledad sentía verdadera admiración por él. "Como eran tan pocas mujeres en la facultad, Unamuno le decía que despertaba mucho interés y admiración y le acompañaba muchas veces hasta su residencia o por el claustro universitario".

Su hija, Soledad Bugallo, recuerda cuando su madre le hablaba de él. "Unamuno no quería comprender, sino que quería querer. Esa frase nos la repetía muchas veces", recuerda Bugallo, que siguió los pasos de su abuelo al licenciarse en Derecho y ha estado ligada a la Universidad de Vigo durante 39 años.

La relación entre Unamuno y Petit se hizo más cercana una fría mañana de invierno cuando la alumna acudió a la facultad y le dijeron que don Miguel, aquejado de bronquitis, no acudiría ese día a clase, y que fuera ella a su casa. "Así, en una mesa camilla, le dio durante más de un mes las clases de griego; pero también le hablaba de sus preocupaciones religiosas. Le decía que cuando tenía dudas terminaba rezando un Padrenuestro y un Avemaría, lo que confirma que era religioso", relata su hija.

Pero no todo eran conversaciones profundas. Unamuno también inició a Soledad en el arte de la papiroflexia, que ella desarrolló con destreza. Tras aquellas clases privilegiadas, el maestro regalaba a la alumna algunas de las pajaritas que había creado. Ella las guardaba con esmero. Sabía que se encontraba ante una mente privilegiada pero, sobre todo, sabía que serían un recuerdo para toda la vida de su maestro más querido.

El destierro de Unamuno y la llegada a Vigo de Soledad

Aquellos días en que Soledad Petit afianzó su amistad con Miguel de Unamuno se vieron truncados por los períodos de exilio y deportación que tuvo que sufrir el intelectual a causa de sus sus ideas políticas. También la vida de Soledad cambió al finalizar la carrera. La zamorana decidió estudiar el doctorado y marchó a Madrid. Allí tuvo el privilegio de contar con otros grandes maestros como Menéndez Pidal, pero fue el conocer a Ángel Bugallo lo que encaminó sus pasos a Galicia. Lo suyo fue amor a primera vista y el odontólogo vigués subió a la zamorana al altar. Tras la boda decidieron dejar la capital e instalarse en Vigo. "Pronto nacimos mi hermana y yo y mi madre se dedicó por entero a criarnos", recuerda Soledad Bugallo. "Echaba de menos la vida universitaria y le costó adaptarse, pero nunca abandonó del todo su formación; leía y se relacionaba con los intelectuales de la ciudad hasta los 90 años", asegura su hija. Como su padre hizo con ella, Soledad también inculcó a sus hijas el valor de la Universidad.

Nunca olvidó a su maestro Unamuno y, tras la muerte de éste, mantuvo alguna relación con su mujer, Concepción Lizárraga, y con sus hijos y conservan alguna felicitación navideña de este periodo.

Del espíritu unamuniano quedó grabado en la mente de Soledad, y como herencia para sus hijas, la inquietud y vehemencia que el maestro exigía a toda la Humanidad.