La inquietud creativa de Lars von Trier creó el Dogma 95, una ruptura estética con el cine comercial a través de estrictas normas expresivas que ha dado paso al Automavision, una nueva propuesta del danés plasmada en su primera comedia, El jefe de todo esto, que llegó ayer a las salas españolas.

El Dogma 95 nació en el Festival de Cine de Cannes, cuando Celebración, de Thomas Vinterberg, y Los idiotas, de Von Trier, compitieron en la Sección Oficial con un manifiesto bajo el brazo que incluía el llamado "voto de castidad", una normativa artística que defiende el cine hecho sin artificios. Algunas de las reglas del movimiento exigen utilizar de manera exclusiva la luz natural, no manipular la imagen ni filmarla separada del sonido, no alterar tiempo ni espacio y no hacer películas de género.

Aunque su verdadero valor "no reside en la proposición artística, sino en haber propiciado el debate y haber reivindicado el cine de muy pocos medios", apunta a Efe el crítico cinematográfico Juan Zabala.

El director gallego Juan Pinzás también acató las reglas danesas en su trilogía compuesta por Érase otra vez, Días de boda y El desenlace, que apenas tuvo repercusión entre el público español.

"El cine estaba demasiado anquilosado y era necesaria una renovación. Dogma nos trajo esa renovación y nos abrió la puertas del cine digital", afirma Pinzás, quien adelanta que su próxima película no se ajustará a esta corriente, porque se deben "seguir buscando nuevas fórmulas para dignificar el cine".

Para Margarita Ledo, catedrática en Santiago, el movimiento "fue una incidencia puntual que salvó del olvido a una determinada actitud de hacer cine a través de unos estrictos corsés creativos".