Pocos días después del comienzo de la Guerra Civil, el general Eduardo López Ochoa y Portuondo era detenido por las fuerzas republicanas en un hospital militar madrileño. Una vez fusilado, su cabeza fue seccionada del cuerpo, clavada en un palo y exhibida por las calles de algunos barrios de Madrid. La izquierda española, congregada entonces en el Frente Popular, le consideraba el cruel represor de la revolución asturiana de octubre de 1934. Sin embargo, sobre su hipotética condición de "verdugo" predomina su carácter "liberal" y "ajeno a cualquier actitud dictatorial", según el testimonio de su biznieta, la doctora ourensana Elena Ochoa (esposa del arquitecto Norman Foster), quien recupera aquí recuerdos de su antepasado.

El vínculo entre la revolución asturiana de 1934 y la posterior Guerra Civil de 1936 cuenta con un apellido reseñable: el general Eduardo López Ochoa y Portuondo (1877-1936), un personaje "humanitario y masón" -según el hispanista Gerald Brenan- que comandó el ejército enviado por Madrid para desmantelar la sublevación minera de octubre.

El general López Ochoa entró en la Historia no sólo por la campaña militar en sí misma, sino por la mítica entrevista que mantuvo el día 18 de octubre con el líder minero y presidente del comité revolucionario, Belarmino Tomás, celebrada "con fría cordialidad" -según el relato del periodista Juan Antonio Cabezas- y en la que se pactaron las condiciones de rendición de los sublevados.

Buena parte de los cronistas estiman que aquel pacto propició un final menos cruento del esperado para la comuna asturiana. Sin embargo, las izquierdas atribuyeron a Ochoa el calificativo de "verdugo de Asturias" y dos años después, justo al comienzo de la Guerra Civil, el general fue detenido por los republicanos frentepopulistas en el Hospital Militar Gómez Ulla, donde se recuperaba de una intervención quirúrgica. Su final fue tan trágico que su cabeza, seccionada del cadáver después de fusilado, fue escarnecida y mostrada por las calles de Madrid ensartada en un palo.

Cuando a Elena Foster se le pregunta por aquel calificativo del "verdugo", reacciona con pasión. "¿Acaso no fueron asesinos y verdugos aquéllos que cortaron la cabeza de mi bisabuelo en el hospital de Carabanchel, y pasearon su cabeza clavada a un palo por las calles de Madrid, haciendo mofa y escupiéndole? ¿No son verdugos y asesinos aquéllos que, no contentos con cortarle la cabeza, escupir sobre sus restos, insultar y mofarse de su cabeza pinchada en un palo, vejan su tumba en varias ocasiones?"

Elena Fernández Ferreiro López de Ochoa (Ourense, 1958) vive en Londres, es esposa desde 1996 del prestigioso Norman Foster, profesora de Psicopatología en la Universidad Complutense (1980-1999), es miembro del jurado del Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y fue conductora del célebre programa televisivo de los 90 Hablemos de sexo. En el presente, dirige la editorial Ivory Press, que publica la revista C Photo Magazine y obras exquisitamente editadas sobre artistas plásticos contemporáneos.

Sobre la inclinación a los acuerdos de su bisabuelo, Ochoa recuerda que "en Cataluña y en otros lugares negoció con los anarquistas el respeto a los edificios de carácter religioso cualesquiera que fueran, pese a ser un hombre convencidamente ateo". Elena Foster agrega que el general era un hombre "intrínsecamente liberal en sus convicciones políticas, ajeno a cualquier actitud dictatorial, como se puede observar en sus memorias y libros, así como en testimonios de la época y obras de historia".

Libro

En efecto, el general dejó escrito su libro Campaña militar de Asturias en octubre de 1934, en el que relata el avance de las tropas hacia el Oviedo ocupado por los revolucionarios y hacia otros focos de sublevados, como Avilés o Gijón. Ochoa narra que la entrevista con Tomás, en el cuartel de Pelayo, "fue breve" y en ella se acordó "la sumisión de los grupos armados y la liberación de los prisioneros en su poder". El líder del SOMA le pidió que no se ejerciese por la tropa a su mando "ninguna represalia" y "que las tropas indígenas moras no entrasen en los poblados, pues les tenían verdadero terror". Ahora bien, agrega el general, "si sonaba un solo tiro, pasarían a vanguardia entrando a sangre y fuego en los poblados mineros". No hubo un disparo, pero la represión posterior fue un hecho cierto, aunque con otros apellidos en juego, como el del comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval.