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Al Kilimanjaro, contra el cáncer

"Alcanzar el techo de África fue un derroche de emociones", declara la arousana que la coronó

De izq. a dcha. Carmen González, Rosa Fernández, Araceli Oubiña, María Barrabés y Eva García, ayer. // Efe

Cinco mujeres que han superado recientemente un cáncer de mama alcanzaron la cima del Kilimanjaro, en un ejemplo de superación con el que pretenden demostrar que siempre hay que luchar, que la curación es posible y que el deporte ofrece beneficios físicos y mentales en esta tarea.

Carmen González-Meneses, Eva García, Rosa Fernández, María Barrabés y Araceli Oubiña llegaron ayer a Madrid tras una aventura que comenzó el pasado 20 de septiembre, cuando emprendieron el viaje, y que alcanzó su momento cumbre el martes, cuando coronaron los casi 6.000 metros de la montaña más alta de África, en Tanzania.

Este reto, organizado por la consultora de viajes TREX Exploring, ha sido posible mediante la firma de un acuerdo entre la aseguradora Pelayo y la Federación Española de Baloncesto en el marco del programa Universo Mujer 2018, y ha contado también con la colaboración de la Obra Social "la Caixa".

El objetivo de todas ellas consistía en alcanzar la cumbre del Kilimanjaro, en Tanzania, como símbolo de la definitiva superación de un trance que se cruzó en la vida de estas aventureras procedentes de diferentes puntos de España: el cáncer de mama, una enfermedad que se deja atrás en el 80% de los casos.

A casi seis kilómetros de altura, después de siete días de ascensión y varios meses de entrenamiento, el quinteto pretendía enviar un mensaje de esperanza y solidaridad a quienes sufren este mal.

La logopeda y exbaloncestista Araceli Oubiña, una cambadesa nacida hace 48 años, añadía el acento gallego a una misión en la que se cumplió el guión previsto, pero la dureza del desafío provocó circunstancias en las que solo una motivación especial permitía seguir adelante y llegar a lo más alto. El esperado acontecimiento se produjo, al fin, el pasado martes, en torno a la seis de la mañana.

"En una antecima, el Stella Point, vivimos el momento más apasionante de toda la experiencia", reconoce Oubiña, pues "allí se comprueba que varía la inclinación y sabes que lo que te aguarda es un falso llano hacia el techo de África". La cambadesa describe con una sonrisa el "derroche de emoción" que compartió todo el equipo y explica que "allí se daba todo por hecho, no había duda alguna de que lo habíamos conseguido después de tanto esfuerzo".

Los montañeros involucrados en este plan extraordinario se permitieron entonces bailar, cantar y llorar en grupo. "Tu mente se llena de imágenes y recuerdos sobre todo aquello que te ha llevado hasta allí, el año y medio de enfermedad y los más de cinco meses de entrenamiento, además de los instantes que me invitaron a tirar la toalla durante la propia subida", confiesa Oubiña.

La exbaloncestista indica que "todas sufrimos, en mayor o menor medida, dolores de cabeza y molestias estomacales debido a la altitud", y apunta que el último día era difícil conciliar el sueño y logró descansar un par de horas, pero "teníamos que caminar muy despacio y el frío provocaba que apenas pudiese mover las piernas".

Papel del guía

El papel del guía ourensano Ismael Santos, jugador del Real Madrid de baloncesto en los años 90, como líder de la expedición, contribuyó de manera decisiva a que las cinco heroínas conociesen la cima. "El gran diseño de Ismael y las jornadas de aclimatación, primero, y descanso, al final, representaron un rol esencial, porque no se logra alcanzar ni siquiera un dos mil sin el asesoramiento de profesionales", matiza Oubiña, quien había completado escaladas de más de tres mil metros de altura en ocasiones anteriores y explica que el principal escollo consiste en adaptarse a esa altitud y a la consiguiente falta de oxígeno.

"Todas estábamos preparadas y, durante el ascenso, al avanzar poco a poco, tenía la sensación de que no trabajaba, pero se producía un desgaste considerable", advierte la cambadesa.

Las condiciones meteorológicas jugaron a favor del conjunto. La luna llena y el cielo despejado facilitaban, por otra parte, que se disfrutase la oportunidad de contemplar un paisaje asombroso.

"La experiencia ha sido, en líneas generales, espectacular", asegura Oubiña, que gozó cada día de una vista diferente. "En cada etapa se modificaba la perspectiva, y observábamos el bosque tropical, desértico, volcánico... Incluso los animales que nos encontrábamos eran distintos, pues al principio nos cruzamos con monos y más arriba había cuervos enormes", describe esta arousana ejemplar.

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