El "Oasis of the Seas" es un barco errante pero bendito, que toca puerto y reparte sus tesoros. Y aparece entre luces, en vez de entre brumas, con su propio clima. Llega y se va con el sol siempre en su proa. Tras él irrumpirá la tormenta. El meteoro apropiado para la nostalgia que su estela ha dejado en Vigo. Ha sido quizás un sueño, se dice la gente, como quien ha contemplado al monstruo desde la orilla del Lago Ness.

La ciudad se despereza temprano para contemplar el espectáculo. En la despedida, de cierto retraso, se le hace de noche. Vive para esta mota en el horizonte que se ha agigantado sin remedio conforme se acercaba a puerto, como si fuese a tragarse la costa a bocados. Tortuga Morla de dieciocho pisos, 8.500 habitantes entre tripulación y pasajeros. Un buen barrio que añadirle al frente marítimo, cerrando Vigo al mar. Territorio particular, con sus leyes y sus fronteras, y a la vez parte del padrón olívico durante unas horas, empujando la estadística más allá de los soñados 300.000. Y es por esto que ciudadanos y turistas, miembros provisionales de una misma patria, se mezclarán alegres por las calles, celebrando su unión con la misma alegría que se celebran las secesiones.

La ría es más que nunca el escenario de un anfiteatro, con las laderas asomándose al prodigio de la ingeniería. Las carreteras se colapsarán en el acceso a las mejores miradores. Esta tumoración metálica que le sale a la ribera sur es la pieza que le faltaba al puzle, brevemente completo.

Brigadoon, mágico pueblo escocés, aparece una vez cada cien años y vuelve a desvanecerse. El "Oasis" es un Brigadoon con quilla. O tal vez sea Vigo el que parte y el "Oasis" el que se queda inmóvil, agitando su pañuelo, ambos condenados a añorarse, viéndose tan solo puntualmente como entre celosías. El "Oasis" nos revela que esta congoja en el alma era su ausencia.