Un día de los últimos años del pasado siglo, en Nueva York, en un acto en honor a los Justos de las Naciones -el programa que reconoce a víctimas y héroes del Holocausto- el portugués Antonio de Sousa Mendes iniciaba una conversación con una mujer asentada en Estados Unidos y a la que su abuelo le había salvado la vida en 1940 cuando él tenía 55 años de edad y ella contaba con diez.

En aquel momento, la mujer y su familia judía huían de Holanda hacia el sur de Europa. Hitler acababa de declarar la guerra ese año a Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. El anhelo de la familia era escapar a Portugal y allí tomar un barco rumbo a América. Pero precisaban un visado. Habían oído hablar de un cónsul portugués que los expedía en Burdeos (a pesar de tenerlo prohibido) pero no llegaron a tiempo a la ciudad. El diplomático la había abandonado al recibir orden de Lisboa de cesar en su tarea por desobediencia.

Continuaron hacia Hendaya y según relató la mujer a Antonio de Sousa allí vio un coche aparcado a un lado de la carretera. Tras preguntar quién era, se enteraron de que era un diplomático. "La señora recordaba un hombre de pelo blanco sentado con la puerta abierta y firmando pasaportes a refugiados. Su madre consiguió tener los pasaportes listos para la familia. Para ellas, fue un milagro. Después, subieron a un barco de pesca en el País Vasco francés para desembarcar en España y después dirgirse a Portugal donde consiguieron tomar otro navío hacia Estados Unidos", explicaba ayer Antonio de Sousa en Vigo.

Años después, la mujer empezó a leer en periódicos y revistas la historia de un diplomático portugués, Aristides de Sousa Mendes, que había sellado el pasaporte a miles de refugiados en Francia en 1940. Decidió buscar su pasaporte de niña y al abrirlo descubrió que llevaba la firma de Aristides, abuelo de Antonio de Sousa Mendes.

Este nieto del cónsul -fallecido en 1954- relataba ayer en el Instituto Camões de Vigo esta historia ante un público que abarrotó la estancia y que acudió a la inauguración de la exposición "Aristides de Sousa Mendes: 'Realmente, eu desobedeci, mas a minha desobediência não me desonra'" que hasta el 30 de junio presenta retazos de la vida de este diplomático que fue cónsul en Vigo en 1927 y que salvó a millares de refugiados a pesar de que el dictador portugués Salazar había prohibido a los cónsules dar visados sin permiso del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Su heroicidad -que le supuso la inhabilitación y verse privado de sueldo y pasar penurias con su familia de 13 vástagos- quedó en el olvido hasta que la Revolución de los Claveles permitió dar luz a la oscuridad. "El gesto de mi abuelo había pasado al olvido, nadie sabía nada de lo que había hecho. Con la Revolución, las mentalidades comenzaron a evolucionar en Portugal; apareció un clima en el que mirar con libertad. Un primo fue al Ministerio de Asuntos Exteriores para buscar el proceso de mi abuelo. Ni el ministro sabía dónde estaba pero acabó encontrando un sobre lacrado donde apareció todo. Fue tan impresionante lo que vio que tuvo una crisis cardíaca. Unos meses después, murió. Pero antes, hizo un informe donde tildaba a Salazar de colaboracionista con el régimen nazi", recordó ayer el nieto en el Día de Portugal que el Camões también celebró con la muestra "Escritores diplomatas" y el concierto del dúo Tochapestana al aire libre.