El tiempo dulcifica hasta los recuerdos más amargos, y transcurridos diez años se ve desde otra perspectiva el carácter de Alexander Mostovoi, "un personaje en todos los conceptos", como le definió Víctor Fernández, "muy tímido y vergonzoso, pero complicadito cuando tenía que serlo".

Todos los contertulios coincidieron en que Mostovoi era afable y cariñoso en la distancia corta, aunque "había que halagarle mucho, necesitaba que se le dijera lo bueno que era", y tenía detalles que ponían a prueba la paciencia de cualquiera. "Cuando se ponía a hablar en ruso con Karpin me irritaba mucho, ¡me sacaba de mis casillas! -contó Víctor Fernández con una amplia sonrisa en sus labios-. No sabía lo que decían, pero no era nada bueno".

Precisó que después de la derrota en la final de Copa del Rey en Sevilla (2001), ante el Zaragoza, Mostovoi estaba tan abatido que no le dio tiempo ni a hablar en ruso. Había marcado el 1-0, que considera el mejor gol de su carrera, en los minutos iniciales, tras regatear a varios rivales.

Víctor Fernández confesó que a Sevilla llegaron con tres o cuatro jugadores tocados y con fallos de organización. "El hotel era un mercadillo de gente que entraba y salía, no teníamos intimidad". Además, no había acuerdo por las primas: "Los jugadores apostaron todo o nada y se llegó a un techo (de dinero) difícil de cumplir para la directiva".

Tras una discreta participación en la Liga de Campeones, Mostovoi jugó apenas unos minutos en el Alavés y se retiró. Salió por la puerta de atrás y con el Celta debiéndole dinero. Alternó temporadas en Marbella y ahora reside exclusivamente en Moscú.