Decían las malas lenguas que Isabel II, esa reina eterna y muy querida por los suyos, no podía soportar la competencia en el corazón de los británicos que suponía Diana de Gales. El desenlace de aquella historia lo conocemos, aunque muchos de los detalles se hayan quedado en los pliegues de esa familia que habita palacios y reina en el mundo.

Ese mundo se llama la Commonwealth, un imperio del siglo XXI que para muchos es un anacronismo pero al que nadie puede negar efectividad. En las antípodas, al otro lado del globo, la reina de Inglaterra es adorada por los neozelandeses. Es un ejemplo, que se podría multiplicar por 53 países, desde Antigua y Barbuda -69.000 almas- hasta la India -1.050 millones-. Cualquiera diría que la Gran Bretaña ejerció un colonialismo angelical.

Por Nueva Zelanda y Australia anduvo de visita oficial estos días otra "reina". Se llama Catalina y se ha consolidado como la gran baza de futuro de la corona británica. Supimos de ella en 2005 cuando la prensa comenzó a seguirla tras confirmarse los rumores de medio noviazgo con el príncipe Guillermo, nieto de Isabel. Aquella relación tuvo sus vaivenes, incluida una ruptura de relaciones en 2007, felizmente superada.

Todo esto sucedió anteayer, como quien dice. Pasado mañana, 29 de abril, la pareja cumplirá tres años de casada, y el carrerón de Kate Middleton es impresionante. El viaje por Oceanía que Guillermo y Kate, los duques de Cambridge acaba de consolidar a la chica -tiene 32 años- como una apuesta segura. Gusta a la gente y al menos parece que la gente le gusta a ella. Se mueve a gusto entre multitudes, aprendió rápido, tiene buen tipo, una sonrisa permanente, naturalidad frente al protocolo y dice que la reina abuela la tiene instalada en la peana central del retablo mayor de los afectos del palacio de Buckhingam. Muchos se fijaron en el hermoso broche que Catalina lució a su llegada a Nueva Zelanda, primera cita de su viaje oficial de 19 días. Es un broche de la reina Isabel, que no presta joyas a cualquiera.

Pero el gran valor de Kate Middleton es que ya le ha dado tiempo a ser mamá. El príncipe Jorge, que en julio cumplirá un año, ocupa el tercer lugar en la línea de sucesión al trono de Inglaterra, aunque a estas alturas a él le importa poco el escalafón mientras los potitos que le prepara Teresa, su niñera española, estén a la temperatura correcta. Jorge se lo pasó en grande en los zoos australianos, entre koalas y canguros.

Correcto y natural

Guillermo es correcto, mantiene la pompa de la realeza británica sin perder el sentido de la naturalidad. Y parece aceptar, al menos lo está haciendo en este macroviaje al otro lado del mundo, un papel casi secundario en beneficio de su esposa. Le sucedía a su padre Carlos con Diana, aunque en el caso de Carlos, el aspirante ya cansado a la Corona, muy a su disgusto. Lo que Guillermo y Catalina realizaron estos días es un muy calculado ejercicio de "operación encanto". La nueva imagen son ellos: libres de escándalos, con discreción medida y conociendo de memoria cuál es su papel en esta obra. Todo un mérito por parte de la joven que proviene de una familia de clase media y que supo adaptarse a la carrera a las nuevas circunstancias.

La madre de Catalina trabajó de azafata aérea, y el padre fue funcionario de aeropuerto. Se conocieron, como se ve, entre aviones y ambos "fletaron" un matrimonio que iba a ser de altos vuelos. Su primogénita (la mayor de tres hermanos) estudió Historia del Arte en la Universidad de Saint Andrews, donde conoció a Guillermo.

De Catalina se dice que tiene un acusado sentido del humor. Es prudente, tiene un sencillo toque de elegancia, que tanto gusta al pueblo británico, y no rehuye a los periodistas aunque tampoco se mezcle con ellos (protocolo obliga). Domina sus tonos públicos y -dicen- ejerce sobre su marido una más que poderosa influencia.

El continuado baño de masas de Catalina, Guillermo y su hijo Jorge por Oceanía, casi tres semanas por tierra, mar y aire, costó al erario público unos 750.000 euros. Todo por la patria, aunque sea lejos de la patria.