La batalla del Somme pretendía ser el 1 de julio de 1916 un avance decisivo aliado en la Gran Guerra y acabó convirtiéndose en un sinónimo de masacre inútil e indiscriminada. El modelo de "lucha de desgaste" aplicado por el general Douglas Haig se reveló como uno de grandes fracasos tácticos bélicos de la historia. Lo peor de todo, no se sabe si bajo los efectos del whisky de la destilería familiar, es que Haig perseveró en él como una contribución pactada al esfuerzo común de los aliados y gracias a la errónea información de los servicios de inteligencia. Según ellos, los alemanes estaban a punto de llegar al límite.

El caso es que ese día, tras unos minuciosos y largos preparativos, los británicos planeaban atacar las posiciones enemigas en el radio de acción de 24 kilometros del frente entre Serre, al norte del Ancre y Curlu, al norte del Somme. Cinco divisiones francesas lo harían, a su vez, a lo largo de 13 kilometros de frente, al sur del Somme, entre Curlu y Perona. Para asegurar un rápido avance, la artillería aliada martilleó las líneas alemanas durante una semana antes del ataque, disparando 1.600.000 proyectiles, más de los que los propios británicos habían usado en los primeros doce meses de guerra, y lanzando nubes de gas de cloro. A punto de cumplirse la hora señalada para el ataque, se hicieron detonar diez enormes minas colocadas por debajo de las trincheras enemigas.

Los comandantes aliados estaban tan seguros del trabajo bien hecho -el propio Haig escribió en su diario, "los hombres tienen la moral muy alta"- que ordenaron a sus tropas caminar lentamente hacia las líneas alemanas. Los preparativos para el asalto y la semana de bombardeos fueron, sin embargo, una clara advertencia de lo que se avecinaba. Las trincheras estaban fuertemente fortificadas y, además, muchos de los proyectiles británicos no estallaron. Cuando comenzó el bombardeo, los alemanes simplemente se mudaron a la planta baja subterránea y aguardaron con paciencia su momento.

Alrededor de las 7.30 horas del 1 de julio, los silbatos indicaron el inicio del ataque. Los soldados británicos avanzaron lentamente lastrados por los 25 kilos de suministros que portaban. Cada vez que ganaban metros sus caras se descongestionaban un poco más al contemplar cómo los alambres de espino que protegían las trincheras y las sólidas fortificaciones germanas permanecían intactos.

El bombardeo de una semana había servido básicamente para hacer ruido. Los boches abandonaron entonces sus bunkers y establecieron posiciones.

A medida que las once divisiones de Haig se aproximaban a las líneas enemigas, las ametralladoras comenzaron a tronar. Aunque algunas unidades lograron alcanzar la trincheras, finalmente fueron obligadas a retroceder. Al final del día, los británicos habían sufrido 60.000 bajas, de las cuales 20.000 correspondían a soldados muertos.

Fue el peor bautismo de fuego para los nuevos ejércitos de voluntarios de Gran Bretaña. En muchos de los batallones servían hombres de una misma ciudad, que se habían alistado a la vez para permanecer juntos en el frente.

Las pérdidas resultaron catastróficas: cayeron unidades enteras y, durante semanas después del ataque inicial, las páginas de los periódicos locales se publicarían llenas de listas de muertos, heridos y desaparecidos.

Reportero ilustrador

El libro "La Gran Guerra" viene firmado por Joe Sacco, autor de obras de referencia como Palestina, en la franja de Gaza o Goradde: zona protegida, en las que mezcla la ilustración del cómic con la crónica periodística.

Tapices en papel - El "avance decisivo" se tradujo en un fallo determinante e inhumano que el reportero ilustrador Joe Sacco (Malta 1960) ha plasmado de modo deslumbrante en La Gran Guerra, un dibujo desplegable de más de siete metros de largo, con valiosas anotaciones y un breve e inteligente ensayo de Adam Hochschild. En blanco y negro e inspirado en los tapices medievales, la obra de Sacco describe con precisión la primera jornada de la contienda más sangrienta de aquel atroz conflicto bélico que pronto cumplirá cien años.