Arena más redondeada y protegida de los oleajes. Son dos de las características de las playas de Cíes, que destacan además por la belleza del paisaje, como se encargó de divulgar hace unos años el diario inglés "The Guardian" al calificar a la playa de Rodas como la mejor del mundo. La belleza del lugar, su biodiversidad y su historia son los argumentos que aúpan al archipiélago de las Cíes en su candidatura a Patrimonio de la Humanidad.

Los arenales de Cíes se encuentran en la parte interna de las islas, la más protegida de los oleajes. "A diferencia de las playas continentales, que están muy condicionadas en su configuración por los cambios del oleaje, las de Cíes son más estables, por decirlo de alguna forma, porque están más protegidas de las olas", apunta Ana Bernabeu, profesora de Geología Marina en la Universidad de Vigo.

Una peculiaridad de estas playas del archipiélago es que tienen una importante cantidad de arena procedente del fluvial, de cuando las rías estaban emergidas. "Hace 18.000 años -explica Ana Bernabeu- el nivel del mar estaba donde empieza ahora la plataforma continental y las islas actuales eran en realidad unas pequeñas colinas en mitad de un valle fluvial. Una buena parte de la arena de estas playas procede de aquel material fluvial que se empezó a acumular hace mucho tiempo, por lo que suelen ser arenas muy redondeadas, muy agradables a la hora de pisar descalzo". El resto del material procede del medio marino; se trata sobre todo de fragmentos de conchas, algo habitual en las playas de Galicia. "En general casi todas las playas tienen la mitad del material de procedencia continental, fluvial, y la otra mitad procedente del marino", añade la profesora viguesa.

Desde que son islas, el único aporte que tienen estas playas procede del marino, por lo que cualquier desequilibrio que se produzca es más complicado de recuperar. En este sentido son unas playas más sensibles que las situadas en la línea de costa. "Son estables por las condiciones de energía a las que están sometidas, pero al mismo tiempo son más sensibles porque no tienen un aporte fluvial", resume Ana Bernabeu.

... Y, en la noche, el mar

Artículo de Álvaro Cunqueiro publicado en FARO DE VIGO el 11 de septiembre de 1955, tras pasar una noche en Cíes junto con José María Castroviejo y otros tres amigos.

Artículo de Cunqueiro en FARO

  • A Isidoro Muiños, señor de la Isla de San Martiño, y a José Luis Taboada, Salvador Alonso y José María Castroviejo, compañeros a bordo de las Cíes.
  • Alguien estuvo rehaciendo durante toda la noche el mar. Ruidosamente, añadiéndole al agua viento, llevando de aquí para allá -navegación multiforme de temblorosas luces-, las olas; todo el mar se desliza en la sombra sonora, solemne y poderoso. La isla no es mayor parcela terrena que un navío, y es fácil a la imaginación en la noche inventarse una mitología de islas navegantes, al albur gentil de la mar. La grande isla clásica -Sicilia, Creta- o la isla continente, como Australia, no responden a la idea sentimental de isla con la veracidad con que acuden las Cíes en ayuda de una visión romántica, que no deja de acompañarnos mientras las habitamos. Las islas tienen el tamaño de una jornada de camino o de arada, y están siempre patentes sus límites al ojo humano, que les mide tanto su extensión cuanto su áspera condición de roca insumisa, fatigada del mar. Un poco menos, y ya serían inhóspitos peñascos, sólo fáciles a la gaviota y al cormorán. Pero tienen el tamaño que permite decir la palabra tierra, y ya en ellas, descubiertos los breves sembrados de patatas en la arenisca, los cañaverales en la estrecha vaguada, la fuente sabrosa y escondida, y en la zarza la gracia alada de un pajarillo, más se extrema la condición terrenal de las islas, de un naufragio antiguo rescatadas para que el hombre pudiese, en la noche, encender el fuego en el lar. Porque las islas son el hogar de algunos hombres. Melville, Stevenson, De Foe, la misma eterna búsqueda de Itaca que todo hombre mortal comparte con Odiseo, ¿no están presentes en cuanto decimos, hacemos, soñamos en las islas? Las horas se tienden al sol y al viento en esta soledad, y largos son el día y la noche. Parece como si aquí hubiésemos recobrado un reloj antiguo, más humano y sosegado. La noche se acerca desde el mar, a tientas, mezcladas las ondas de tiniebla con las ondas marinas. Los últimos coruxos -los pescadores de Coruxo, para quien Homero pudo decir el hexámetro: "Valerosos dueños del Océano abundante en peces"-, hace una hora que se han ido, al vuelo de las blancas velas. En la mano la copa de vino, me parece que puedo apoyar la frente en la oscuridad y en el viento y que el vino que voy a beber es un fruto lejano, robado a otras tierras más fecundas, para que aquí el alma humana pueda soportar la noche solitaria. ¿O acaso también el vino se estremece en esta nocturna soledad, como se estremece la llama? ¿No son de la misma condición? Decimos versos en la noche, como para que los oiga el mar, pero el más profundo significado y canto de las palabras se desdibuja ante el fuego encendido en el hogar y en la lámpara; me parece que es por el fuego, y no por la palabra, que aquí tenemos la condición humana. El fuego es nuestro tesoro, y, si Ulises llega ahora, antes que a nuestras palabras tenderá sus manos al fuego. Con la noche, el mar ha llegado tan cerca, que suena en la almohada como en la playa, y rompe junto a mi sueño. Te acuna el mar con lejanas memorias, siempre repetidas, y desde el sueño atiendes al inacabable ovillo. No quisieras dramatizar, pues Vigo está a una hora, y si abres los ojos ves rielar las luces. Pero hay algo que te es necesario, que forma parte de tu sed, de tu temor y de tu sueño, y que no es más que una pregunta de una sola palabra; que acaso ya ni sea una pregunta, sino una voz que cada vez más lentamente al oído te dice: lejos, lejos, lejos€ Mallarmé dijo mejor en dos versos: "Sé que hay pájaros que están borrachos de vivir entre la espuma desconocida y los cielos". ¿Acaso esta isla, estas rocas, son, Señor, mis alas? Amanece vivazmente, allegro en el cielo, en el viento, en el mar. Hemos estado viendo cómo Dios hace la mañana, después de haberle oído en la noche cómo rehace el mar. Por veces, las manos de Dios bajaban hasta las aguas, poniendo la neblina verde y fría sobre las ondas. Y conforme va amaneciendo, y descubres las vecinas tierras y reconoces la mano abierta de la ría, te sorprendes de no haber viajado en la noche, de no encontrarte lejos, libre y maduro, en la mar mayor. Vienen los coruxos otra vez, matutinas gaviotas; la soledad huye, el mar se hace más breve, y hasta a las olas que riza el N.O. les buscas, en la espuma feliz que las corona, cantigas de Martín Códax. A la fuente que brota en el cañaveral voy a lavarme, a la caricia de su chorro frío, y me paro a oír el pajarillo que pía en la rama de un sauce. Me sorprende a mí mismo repitiendo un verso.Me recobra la tierra cada día€ Es de Franz Werfel. ¿No podía decir: "Recobro yo la tierra cada día€"? Y apoyo mi mano en la roca de la que brota el agua, como quien con una vara bíblica apresurase al esquisto en el desierto para que calmase la sed del pueblo fugitivo. -Daría algo -le digo a José María Castroviejo- por oír ahora una campana. Tenemos que traer a las Cíes una campana para el alba, una pequeña "Salvatierra" argentina. ¡Llama, fuente, campana! Una campana que supiese decir: "¡Bendita sea el alba y el Señor que la manda!". Le gustaría oírla al hombre y al mar.