Frente a la perspectiva de científicos como el bioquímico López Otín, el oncólogo Andrés García Palomo se enfrenta a la enfermedad en una fase muy distante de su nivel molecular, en la que el mal tiene ya rostro de paciente. Salmantino de 51 años, García Palomo preside la Asociación Castellano-Leonesa de Oncología y es el jefe de servicio de la especialidad en el Hospital de León. Defiende un cambio en las prioridades del sistema sanitario, con mayor incidencia en la educación y en la prevención, como forma más efectiva de combatir el cáncer.

-Casi a diario conocemos avances relacionados con el cáncer. ¿Eso puede crear falsas expectativas en los pacientes o ser algo desesperanzador si no se asocia a remedios potenciales?

-No diría desesperanzador porque todo lo que se haga siempre son pasos adelante. Incluso la investigación que fracasa es importante, porque nos dice por dónde no tenemos que seguir, obliga a abrir un nuevo camino o tener más creatividad. Otra cuestión es que esa investigación básica tenga una traducción inmediata de beneficio para el paciente que acude a la consulta del oncólogo. La oncología de cuando yo empecé en el año noventa no tiene nada que ver con la de ahora, hemos avanzado rápidamente en muchos aspectos. Hay ciertos tumores en los que, aunque no lleguemos a su erradicación, hemos aumentado la esperanza de vida de muchos pacientes. Pero es cierto que en ocasiones se transmiten informaciones que suscitan esperanzas que, sin ser infundadas, provocan una sensación de inmediatez que no es real. Cada vez que se produce una de estas novedades, al día siguiente nuestros pacientes de forma angustiada nos preguntan por esos asuntos y tienes que advertirles que de todo eso pueden derivarse novedades de tratamiento, pero a largo plazo. En ocasiones se crean esperanzas que no son reales. Eso no significa denigrar la investigación básica en absoluto, que es imprescindible, sino acotar el alcance de sus efectos en el tiempo.

-¿Qué tiempo transcurre desde que un hallazgo de la investigación básica se materializa en algo con beneficio directo en el paciente?

-En algunas ocasiones se han producido impactos de los hallazgos básicos en la práctica clínica de manera más o menos inmediata. Recuerdo que en la década de los noventa se descubrió el gen Her2, ligado al cáncer de mama, y eso se trasladó con rapidez. Pero cuando hablo de rapidez es que entre ese hallazgo y la traducción en un fármaco eficaz pasaron ocho o diez años. Ése es un plazo cortísimo para desarrollar con efectos prácticos el resultado de una investigación básica, lo normal es hablar de quince a treinta años. Ése es un tiempo que muchas veces los pacientes desgraciadamente no tienen. Por ello, ante el enfermo hay que recolocar esas expectativas desde un ángulo positivo.

-¿Por qué el cáncer es quizás el terreno donde se investiga de una manera más intensa y que más fondos atrae?

-Es una enfermedad que produce una intensa alarma social, con una alta prevalencia y la que más muertes genera. Y muertes entre la población activa, en la mediana edad. La mayor incidencia del cáncer se produce entre los 45 y los 75 años, se ceba con personas totalmente activas, que están en mitad de la vida, con familias que en ocasiones se están desarrollando, con niños pequeños. De ahí la alarma social que genera y por eso la investigación es tan intensa. Sin olvidar, por supuesto, los aspectos industrial y económico de toda investigación médica.

-Aunque resulte paradójico, ¿desde una perspectiva biológica podemos ver el cáncer como una explosión de vida incontrolada?

-El cáncer tiene dos aspectos. Por un lado, las células se reproducen de una manera excesiva, fuera de los controles que el organismo establece para que no se produzca un crecimiento excesivo fuera de la biología social. Y el segundo es que son células que han descubierto la inmortalidad. Ello provoca que las neoplasias tengan mecanismos intrínsecos que todavía no conocemos.

-Pero sí hablamos de productos o sustancias que guardan una estrecha relación con el cáncer, como el tabaco.

-No existen sustancias cancerígenas como tales y de lo que debemos hablar siempre es de sustancias sospechosas o altamente sospechosas, elementos que al exponernos a ellos incrementan el riesgo de padecer un cáncer. En el caso del tabaco no se trata de la planta en sí, sino del proceso industrial que culmina con el cigarrillo y en el que se añaden determinadas sustancias potencialmente cancerígenas.

-Esa dificultad para establecer una relación directa entre la enfermedad y sus agentes resta entonces credibilidad a dietas que se venden como preventivas.

-El cáncer es un proceso muy complejo. Hay infinidad de dietas y de páginas web dedicadas a las dietas anticancerígenas, cuando hay que afirmar con rotundidad que no existe tal cosa. Existen nutrientes que por exceso o por defecto pueden inducir o favorecer el cáncer, que no producirlo. Sabemos, por ejemplo, que la falta de vitamina D en personas que son susceptibles a determinado tipo de neoplasias puede favorecer su desarrollo. Si pensamos que ese riesgo se atenúa consumiendo alimentos ricos en vitamina D, olvidamos que esos alimentos tienen otras sustancias que pueden bloquear su asimilación, por ejemplo. Lo que sí sabemos es que lo que comemos forma parte de nuestros ladrillos biológicos. Hay una nueva ciencia, la nutrigenómica, que viene a demostrar que cada vez que comemos reprimimos o liberamos genes, que hacen que nuestras células sinteticen proteínas de uno u otro tipo que puede ser causantes, en vías moleculares, de una alteración que puede llevar a la célula a convertirse en cancerígena. Es verdad que la alimentación y el cáncer están relacionados, pero no como la gente cree. E insisto, no hay ninguna dieta anticancerígena y sí mucha charlatanería alrededor de todo esto.

-Todo lo relacionado con el cáncer es un terreno abonado a la venta de milagros.

-Hay muchas personas de dudosa ética que se apuntan a este carro y explotan la esperanza y el miedo de los pacientes, que creen que determinados remedios pueden curar la enfermedad. Es cierto que la medicina oficial no lo cubre todo y que hay otras disciplinas no médicas que pueden aportar su granito de arena a la mejora, pero no podemos decir que una determinada técnica sea la que cura el cáncer. Lo que ocurre es que quienes prometen curaciones milagrosas lo que están haciendo es un grandísimo negocio. Quien juega con la esperanza de los enfermos es alguien de una dudosa ética personal.

-La acción temprana y preventiva sería la mejor medicina contra el cáncer.

-Yo me dedico también a la gestión y sabemos que, en medicina en general y no sólo en oncología, se invierte el setenta por ciento de los recursos en procesos diagnósticos y en terapias, un veinte por ciento se utiliza para implementar procesos de detección precoz y sólo un diez por ciento para prevención primaria, es decir, para evitar la aparición de cánceres. Y ahora mismo el mayor impacto que tiene sobre la población cualquier acción sanitaria está en la prevención primaria y en la secundaria, es decir, en la detección precoz del cáncer. Paradójicamente, es a lo que menos dinero dedica el sistema sanitario. En la fase de enfermedad es en la que más invertimos y en la que menos rendimiento tiene ese dinero. El mejor cáncer es el que no se padece y un tumor cogido a tiempo resulta un tumor curable. De ahí la importancia de una vida saludable y una detección precoz.