De Morante ya se sabe que se puede esperar lo mejor y lo peor. Y esta vez salió cara. Pudo armar el taco en el quinto de la tarde tras cortar una oreja en su primero. Se le vio a gusto y esto cuando en la arena está el diestro de La Puebla del Río casi siempre es sinónimo de buen toreo, de arte taurino. A diferencia de Ponce tuvo suerte con su lote, que fue de largo el mejor de la corrida, y lo aprovechó.

Pero ya se sabe que la espada en los toros determina el éxito o el fracaso, aunque vaya por delante que, para los buenos paladares taurinos, Morante no fracasó, todo lo contrario, dejó una de las faenas más exquisitas que se han podido ver en mucho tiempo en el coso pontevedrés. Otra cosa es que siete pinchazos antes de conseguir terminar con su enemigo, son un obstáculo insalvable para acceder a los trofeos y esa es la única razón de que no haya salido por la puerta grande.

En el primero de su lote ya apuntó que esta tarde sí, que esta tarde había diestro y de los grandes, que podía ser una tarde de las de Morante. Derechazos y naturales se sucedieron para ganarse el favor de un tendido de sol que comenzó retándole con un sonoro "Morante, échale huevos" para terminar rendido a su buen hacer. Larga y variada faena que remató con una gran estocada, aunque el toro tardó en morir, amagando el diestro con algo poco usual como utilizar la puntilla él mismo, en lugar del descabello, con el toro aún en pie.

Lo del quinto hizo bueno el dicho de "no hay quinto malo". Un morlaco negro-mulato, de 530 kilos de peso, de nombre Escribano, no echó un sólo borrón. Al contrario, a punto estuvo de dejar escrito su nombre y el del matador con letras de oro en la historia reciente de la plaza. Morante comenzó con la capa en una serie de tres verónicas interminable y deliciosamente lentas, para seguir con un precioso quite por chicuelinas rematado con la media a una mano que prometía grandes cosas. El matador vio toro y se fue a por él sin dudarlo, con calidad, desde el primer muletazo apoyado en la barrera, en los tendidos del dos. Derechazos ligados en los medios con una serie tras otra, a cada cual mejor y con mayor hondura.

Pero llegó la hora de entrar a matar. Morante quiso afinar, consciente de lo que se jugaba. Pero falló. Y lo hizo como lo hace casi todo: a lo grande. Pinchó siete veces antes de conseguir la estocada que buscaba y necesitaba para firmar una tarde histórica. No sé si el rabo, pero las dos orejas eran seguras. Se quedó con una merecida y apoteósica vuelta al ruedo y con una emocionada despedida de la afición desde el centro de la arena, mientras los tendidos lo aclamaban.

Lo de Castella es cosa aparte. El diestro de Béziers se ha ganado en los últimos años el favor del público pontevedrés, y en esta ocasión tampoco defraudó. Fue fiel a su cita con el triunfo.