Uno de los secretos mejor guardados de la historia de la literatura en lengua española es cuál de las tres maneras eligió Francisco Porrúa para dar el visto bueno a la publicación de "Rayuela". Don Paco nunca lo dijo -tal vez porque nunca se lo preguntaron- y ahora, a sus 91 años, desde su retiro en Barcelona, prefiere mantener su silencio alejado del "mundanal ruido" . En el prólogo a la novela, Cortázar proponía tres modos de afrontar la lectura del texto: el tradicional (empezando por la primera página hasta llegar a la última), el cortaziano (siguiendo un Tablero de dirección que salta y alterna capítulos) y el libre, esto es, "el orden que el lector desee".

Julio Cortázar ya gozaba, en aquella altura, de cierto prestigio, pero tan solo circunscrito a las elites literarias; todavía no era lo que se entiende como un autor popular; de hecho, de su libro "Bestiario" no se habían vendido siquiera, ni de lejos, los ejemplares de la primera tirada. Pero cuando Porrúa fue nombrado en principio asesor y después director literario de la Editorial Sudamericana, una de sus primeras apuestas fue el siguiente libro de Julio, "Las armas secretas", que sin convertirse en un fenómeno de masas sí que le abrió las puertas para la edición de "Todos los fuegos el fuego" (que dedicó a su editor en agradecimiento a su confianza) y, después, de "Rayuela".

Francisco Porrúa había llegado a la por aquel entonces potente Sudamericana precedido por la excelente labor que había llevado en la editorial que fundó él mismo, Minotauro, cuyo estreno no pudo ser más afortunado: "Crónicas Marcianas" de Ray Bradbury (libro que él mismo tradujo y que fue prologado por Jorge Luis Borges), y autor que descubrió mediante la lectura de un artículo de Jean Paul Sartre incluido en la revista "Les Temps Modernes" (Sartre definía a Bradbury como "el poeta de la ciencia ficción"). En Minotauro, Porrúa trazó una nueva forma de editar literatura de ciencia ficción, un género que siempre le apasionó.

Hijo de un marino mercante, cuando todavía no había cumplido los dos años de edad, el futuro editor había dejado su Corcubión natal para trasladarse a vivir a Comodoro Ribadavia, en plena Patagonia argentina, un lugar que le fascinó por su combinación de mar y desierto que él identificó con su particular concepto de la libertad absoluta. Devoto lector, ya desde la más tierna infancia, de Julio Verne, a los 18 años fijó su residencia en Buenos Aires donde, después de haber trabajado como traductor, en 1955 fundó la citada Minotauro.

Una de las anécdotas que sí ha desvelado Francisco Porrúa con respecto a la primera edición de "Rayuela" concierne a su peculiar carátula, la del juego de la rayuela en sí, un dibujo realizado por el propio Cortázar, quien se empeñó en que "eso, tal cual" era lo que debería figurar en la portada de su novela. En Minoutauro, de ese tipo de aspectos se ocupaba el propio Porrúa, pero en Sudamericana las portadas de los libros de Cortázar las solía decidir el mismo escritor.

No obstante, en "Todos los fuegos el fuego", Julio no lo tenía tan claro, así que sucedió lo siguiente, en palabras de Porrúa (declaracione a Abc en 2003): "Había que decidir la carátula y pensé en el cuento "El otro cielo", en el que se entra en el Pasaje de Güemes y se sale en la Galería Vivienne, y entonces le escribí (a Cortázar) y le dije que en la portada podíamos poner una fotografía de la galería de entrada y, en la contraportada, la otra. Él, mientras tanto, me estaba escribiendo otra carta y ambas debieron cruzarse en el camino. El caso es que en ella me contaba que el dibujante Julio Silva, un argentino que vive en París, le había propuesto que pusieran en la primera carátula el Paisaje de Güemes y, en la contracapa...Pues eso, absolutamente lo mismo que se me había ocurido a mí".

La relación entre Porrúa y Cortázar sobrepasó, por supuesto, el ámbito profesional. El agradecimiento que el argentino le profesó está surtido por una correspondencia muy numerosa entre ambos. Durante los primeros años de su carrera literaria Julio le contaba cuanto le sucedía allá donde estuviera. Como muestra, este extracto de un iniciático encuentro con Borges, y de la impresión que le causó: "Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando, con un afecto que me dejó sin habla (....) Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural. Pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo." (París 30 de noviembre de 1964). Eso sí, el honor de ser el primero en leer sus textos, antes de ser entregados a la editorial, no lo obtuvo nunca Porrúa, sino otro gallego, Luís Seoane.

Escritores y espectros

Y es que Francisco Porrúa tenía una noción de lo que significaba ser editor que iba mucho más allá del vínculo profesional, de los resultados comerciales....incluso de la relación personal y afectiva que pudiera suscitarse.De ahí estas líneas que, referidas a él, redactó otro de sus escritores agradecidos, el también periodista, y argentino, Rodrigo Fresán: "Los buenos editores, los editores auténticos, en lugar de hablar con los espectros hablan con los escritores. En ocasiones, hasta son poseídos por esos escritores y se fingen dominados para, en realidad, orientar mejor al fantasma perdido en ese otro mundo ectoplasmático que es todo libro mientras está siendo escrito, cuando ya existe pero todavía no es sólido, cuando no es materia de este mundo sino material de otro. Ignoro qué es lo que llevó a Porrúa a convertirse en medium o cuándo decidió ser editor, pero como escritor creo entender bien el placer único de dedicarse a invocar libros: ¿por qué conformarse con ser uno cuando se puede ser varios?"

Cuatro después de "Rayuela", en 1967, Paco Porrúa también dio su visto bueno a la primera edición de "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez. Cosas del gallego y sus "espectros".